¡Bárbara!

Bárbara Bistevins Treinani © Archivo familiar D’Achille

La mañana en que la iban a matar, Bárbara D'Achille llego hasta la Corporación de Desarrollo de Huancavelica para entrevistarse con el ingeniero Esteban Bohórquez, que también moriría ese día. El plan era visitar el proyecto especial de camélidos en las comunidades huancavelicanas de Tinyaclla y Pueblo libre. Junto al ingeniero y ella, un maestro de obras, un dibujante y el chófer del auto, partieron sin saberlo rumbo a su destino.

A mitad del camino el auto se desvió por falta de combustible y se dirigieron al campamento minero Martha. Como a las cuatro de la tarde, una columna armada los interceptó. Les hicieron bajar a punta de insultos, amenazas y tiros al aire. Tomaron el coche. Lo llenaron de comida y explosivos. Tras unos inciertos minutos, todos partieron hacia la laguna Tutacoccha. 
Algunas versiones señalaron después que, a orillas de la laguna un sujeto identificado como camarada Rogelio, al enterarse que Bárbara era periodista, le exigió que le tomara unas fotos y le realizara un reportaje político.
Bárbara dijo: No. 

Los otros tres acompañantes fueron liberados mientras la periodista y el ingeniero eran llevados por la columna senderista a una zona más alejada, sin saberse más de ellos. De inmediato, los liberados buscaron auxilio. La ciudad de Huancavelica estaba a once kilómetros, caminaron hacia allá en la oscuridad de la noche de ese miércoles 31 de mayo de 1989. En el atestado policial, uno de los liberados del secuestro declaró que el camarada Rogelio les dijo: “…estamos en una guerra civil, hasta los inocentes mueren. Siendo esta guerra la más crítica, den gracias  que les estamos perdonando la vida”. El ingeniero y la periodista estaban dados a esa hora por desaparecidos.

A la mañana siguiente, una patrulla de la policía junto al Fiscal provincial de Huancavelica y los comuneros de Pueblo Libre encontraron los restos de Bárbara y el ingeniero Bohórquez. Con estupor, el fiscal y la policía descubrieron que los terroristas no gastaron balas en su cuerpo, bastó algo más a la mano. Ya nada quedaba de la sonrisa brillante que hacia tan solo dos semanas antes le habían tomado durante la celebración del Día de la Madre en Lima junto a sus demás colegas periodistas en el diario en el que trabajaba. Su cráneo destrozado a pedradas de fanatismo maoísta yacía en medio de un paraje desolado a cinco mil metros de altura, junto a la del ingeniero rematado de dos disparos en la cabeza.

El 31 de mayo del 2013, estando en un banco, Fabrizio D'Achille, su viudo, falleció de un ataque cardiaco. Moría el mismo día en que ella se marchó. Nunca se volvió casar. 

¿Quién fue Bárbara D'Achille?

Bárbara D'Achille, cuyo nombre original era Bárbara Bistevins Treinani, nació en Letonia en 1941. Al poco tiempo, su familia se la llevó a Argentina cuando solo tenía tres años huyendo del terror estalinista que anexionó su país poco después a la Unión Soviética. Fue su primer viaje. A los veinte años se hizo aeromoza y en una escala en Lima conoció a Fabrizio D'Achille, un comerciante italiano, que tenía negocios en Perú. Se enamoraron, poco después se casaron y tomó su apellido. Por temas comerciales de Fabrizio, Bárbara vivió viajando entre Manaos e Iquitos. Durante ese tiempo empezó a desarrollar interés por la botánica y la zoología del Amazonas. Pronto entró en contacto con los primeros conservacionistas peruanos. Una vez en Lima su curiosidad y preocupación por la naturaleza la llevó a querer hacer algo. Tenía que hacerlo. 

“Nadie sabe nada en Lima sobre la selva”, le dijo Bárbara a Alejandro Miró Quesada, director de El Comercio en ese entonces. El viejo periodista le dio una oportunidad a aquella apasionada mujer que nunca antes había escrito. Con una capacidad nata para las descripciones, un talento que aman los editores de diarios, aunada a una curiosidad y preocupación auténtica, propia de una periodista de raza, comenzó a aparecer los sábados en la sección D del diario, la desconcertante página de ecología. Todo un hito entonces. Era 1985 y a través de artículos y crónicas se ponía sobre la mesa preguntas como ¿Tienen futuro en el Perú los paiches? Obviamente, no calo en el gran público. Como todo comienzo, no fue fácil.

Una mujer andaba sola por el Perú
Gafas de sol, cabello corto y rubio. Quien la viera pensaría que era una turista más paseando por ahí. Los pocos que la ubicaban sabían que era una de las personas que mejor conocía el Perú. Viajes a Pucallpa, a Iquitos, Ayacucho, a las zonas más alejadas, donde acaban los caminos y empieza la naturaleza más salvaje, eran sus comisiones de trabajo. Los artículos semanales, sin embargo, no captaban el interés del gran público, menos de las autoridades. Gozaba de la soledad del pionero. Entonces los problemas eran otros. No era el mejor momento para esta nueva rama del periodismo que encabezaba sola una mujer, en realidad era el peor momento del Perú, atiborrado de terrorismo, deuda externa, hiperinflación. En la década de 1980 teníamos todos los problemas del mundo como para tener interés en especies en peligro y zonas en riesgo. Pero ella insistía. Mantenía su fe en las cartas que recibía de proyectos, de organismos oficiales y comunidades que pedían su presencia para difundir sus problemas. En la peor década del Perú, ella se había convertido en su única voz.

En sus artículos, la información que brindaba era de primera mano, viajaba a donde se tuviera que viajar. Era rigurosa con las fuentes, expertos de la zona, especialistas estatales, hasta llamaba a científicos extranjeros, en carísimas llamadas de larga distancia que se entrecortaban. Una llamada a las 7 am a la Universidad de Pensacola, en La Florida, la parte suave del trabajo antes de embarcarse al siguiente viaje. Ir, venir, llamar, escribir, los artículos se entregaban con puntualidad así hubiesen huaycos o hambrientos caimanes. Su trabajo la llevaba de participar en expediciones a zonas desconocidas de la Amazonía a ser corresponsal a la siguiente semana en Ottawa, en la que cubría una conferencia internacional que regulaba  el comercio de especies en peligro. Mientras, su columna de ecología había crecido hasta alcanzar el increíble tamaño de una página entera.

En 1986 por fin un reconocimiento: el premio María Koepcke de Conservación al Periodismo Nacional. Estas fueron sus palabras en la premiación:

Siempre me ha fascinado la naturaleza: ver crecer una planta, observar el comportamiento de un animal… pero también he visto la destrucción  de ese medio ambiente que fui conociendo íntimamente… no podía quedarme de brazos cruzados  viendo la destrucción que un mal llamado desarrollo traía consigo… Realmente, había comenzado a escribir por indignación, para desahogar mi frustración y sin mucha esperanza de lograr motivar la conciencia de la gente. Como leí por ahí, despotricar es a veces muy saludable.

“De noche, desde nuestras carpas, escuchamos un estrepitoso y prolongado bufido, que tiene algo de tétrico cuando uno sabe que lo único que separa nuestros cuerpos de los monstruos nocturnos es la delgada tela del piramidal refugio”, escribía Bárbara desde el Manu en 1987, donde acampaba para observar a los caimanes negros. Esto lo hacía una década antes que Alejandro Guerrero llegara con sus cámaras de PANTEL a hacerle reportajes al gallito de las rocas.

En sus viajes a lo Indiana Jones, Bárbara enfrentaba lluvias torrenciales, cambios bruscos de altura, temperaturas extremas, fiebres y por supuesto, la ausencia total de un baño. Si debía bañarse lo hacía en el mismo río en que se bañaban caimanes, no es broma, ella misma aconsejaba chapucear un poco para alejar a los caimanes próximos.

Ya le habían advertido de no viajar a zonas de emergencia. Pero a una mujer que se baña con caimanes, algunos argumentos no son fáciles de hacerle cambiar de parecer. Poco antes de su viaje a Huancavelica, Sendero hacia estragos en aquel departamento. Dos meses antes habían matado a diez campesinos de una comunidad cercana, dos semanas después asesinaban al secretario general de un sindicato y solo quince días antes de llegar Bárbara a la zona, Sendero había decretado el paro armado en la provincia, destruyendo varios postes de alumbrado. Estaba viajando directamente a la oscuridad. Tan solo cuatro días antes, en el último reportaje que envió a redacción, Bárbara escribía: “La luna escondida convoca con azulada luz la mole distante de la isla del Sol.  El profundo silencio convierte las siluetas de Pomata en un pueblo fantasma. No hay electricidad en estos pueblos…” El artículo se titulaba: De la oscuridad a la vida.

En la capital, la noticia causó conmoción, en especial en El Comercio. Distintos medios acudieron al local de este diario en búsqueda de información. Ante la presión de los periodistas, su director, Alejandro Miró Quesada Cisneros, ofreció una conferencia. Consternado, destacó la pasión de Bárbara por el periodismo ambiental. A varios años de los sucesos, una ONG, un parque en la Molina y una reserva natural llevan su nombre, en homenaje a quien, en el peor momento del Perú, abrió trocha a un nuevo periodismo.

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