Black Velvet o el auténtico espíritu del jazz, Billie Holiday

Billie Holiday, también conocida como Lady Day, en el estudio de grabación. | © Neal Peters Collection

Artículo escrito por Hans Herrera

No me amenaces con amor, cariño. Vamos a ir a caminar en la lluvia.” Billie Holiday.

¿Cuál es el mejor lugar o situación para escuchar jazz? Esa pregunta es tanto más importante como a quien vas a escuchar. Todo depende donde lo oigas, el ambiente moldea tu ánimo y la hace propicia o no a la música.   Yo soy de la idea de que no es la música la que hace al ambiente sino el ambiente/circunstancias a la música, o en todo caso se produce un serio feed back. Hay muy buenos lugares para oír jazz en Lima, el Delphus en Miraflores o los lunes en La Noche de Barranco, hay buenas tocadas en cafés bares, de jazz con bossa nova y reggae, El Británico y el ICPNA también son buenos points, pero ciertamente el jazz suena mejor no ahí donde estás escuchándola sino con quien la compartes. No soy un melómano pero tengo mi sensei. Una persona puede ser en sí misma un lugar, una situación, un contexto, un espacio humano desde donde abordar la música y comprenderla.

Al jazz llegué por Mousique Holiday (creo que les he hablado antes de ella), antes de ella yo solo era pura canción de Spinetta, Cerati, Fito Páez y Calamaro. Pero con ella descubrí todo un continente musical. Y cada vez que escucho jazz se me viene la imagen de ella como nunca la he visto, bailando, toda  pintada de technicolor, y el aroma a cenizas de rosa sube que casi puedo olerlas, como cuando la veo después de tiempo y entonces me siento como estudiante el día de la primavera.

La otra vez sintonizando Radio Filarmonia desde el lugar más inverosímil en la imaginación de Martha Miffling, me encontré con una grata sorpresa, no era una maratón de Chopan ni nada por el estilo, sino lo más apropiado para mi estado de ánimo en ese momento (me sentía como el Malecón de La Habana, derruido y consumido por la sal del mar); fue un auténtico golpe de suerte: era jazz, y un programa íntegramente dedicado a Billie Holiday y Charlie Parker. Entonces me dejé llevar por la música de esa negra de piel polinesia que frasea las letras como si imitara una trompeta, como si el saxofón bailara con su voz y la noche brillara como solo las buenas películas en blanco y negro hacen brillar a la luna y las estrellas.

Y por primera vez, siento lo que el jazz puede ofrecer, ya no es la música culta, ni elitista de siempre, es jazz de verdad, jazz negro. Ella, mi sensei musical no está conmigo en ese momento, pero tengo pegada la sombra de su recuerdo y disfruto de la música como del sabor de las cerezas.

Oigo a Billie Holiday y siento su canción, ella no canta, ella me cuenta lo que ha vivido y me lo comparte como quien invita una copa de gin y soda, por supuesto ella invita la copa. A Billie el amor jamás le sonrió, siempre escogió la pareja equivocada, trúhanes que le robaban hasta la heroína y le pegaban y ella insistía en no perderlos. Como en Stormy Blues (Blues tormentoso): “Pierdo a mi hombre, / pierdo mi cabeza, / pierdo mi dinero. / Me siento casi muerta. / Te necesito, cariño. / Necesito que seas tan malo como puedes ser”. 

Y así era siempre. La misma historia, conoce a alguien, un músico por lo general, la primera semana todo es hermoso, se divierten, se ponen ciegos de tanto tomar, todo genial. Dos semanas después comienza a pedirle dinero  y a llamarla tonta. Y luego todo sigue así hasta que ella se va a otra ciudad o él se consigue a otra con más pasta o más tetas. Y siempre les encanta despedirse de ella con un “eres una estúpida”. Y cada vez que eso pasa Billie se juraba lo mismo: “Desde ahora, me lo montaré sola. ¿Para que necesito a un tipo que me llame estúpida?”.

Pero pasa un tiempo, llega un tipo, dice hola y toda esa mierda vuelve a empezar. Lo bueno es duro de encontrar o quizá no, quizá estaba en sus narices pero no lo vio. De todas formas ella decidía elegir mal, porque muchos años atrás Billie Holiday fue una chica esperando le invitasen una copa en los burdeles antes de comenzar su carrera de cantante (no sabemos si se prostituía o no, y eso no nos interesa, solo su voz importa).

La leyenda de Lady Day, como también era conocida Billie Holiday, nació al son de una canción triste, con el saxofón de fondo tocando a su corazón cicatrizado. El jazz es la música de los victoriosos fracasados, aquellos que golpeados por la vida, sin embargo, no arriamos la bandera de nuestro sueño desquiciado. Este es el corazón del jazz, el reino de la insatisfacción donde toda esperanza se ahoga en tequila reposado. El jazz es emocionalmente un barco naufragando y que sin embargo se niega a hundirse del todo. Estoy pensando en Mousique y recuerdo: “Ella está loca, pero es mágica. Su fuego no miente”; Bukowsky nunca fue más preciso.

Billie Holiday en su madurez artística cantaba con una sonrisa desengañada, entonces hacia el final de su vida quizá se fue dando cuenta de lo obvio, no es aconsejable que una cantante este con un músico, por la simple razón dialéctica de que las personas que   más se parecen son las que más en el fondo se niegan, mientras los opuestos bien son los más próximos a funcionar. Cuanto más lejos de tus gustos más cerca de tu espíritu así sea un torpe escritor.

Holiday canto una vez: “He sido tu esclava, chico, / desde que he sido tu chiquilla, / pero antes que ser tu perro / te veré en tu tumba”.

Eso suena mejor y sin embargo falto. Le faltó a Billie lo que le sobró a Audrey Hepburn en Sabrina, en aquella memorable escena. El hombre al que ama encaprichada mente Audrey no va ser suyo. Le duele y ya no quiere vivir. Audrey se mete en la cochera y la cierra, luego se encierra en el coche, lo enciende y comienza a tragar lentamente el gas venenoso del automóvil en funcionamiento. Apenas ha comenzado cuando se echa para atrás, se ha dado cuenta de dos cosas, una que no quiere en verdad suicidarse y dos que el príncipe azul no vendrá a rescatarla. Apaga el motor, abre el coche, sale del garaje y se va a  vivir. Levantarte por tu propio pie y seguir adelante eso es amarse. No es que Billie fuese lo contrario, por más que bordeaba el desfiladero jamás se despeñó, pero ciertamente jamás se alejó mucho del precipicio.

Por otro lado una persona con tantos problemas solo puede ser una cosa: artista. Porque lo único que sabía que quería era cantar y eso precisamente hizo Billie. Y ese solo hecho basta para poder decir que no fue infeliz. Pues quien no renuncia a la música, al arte, nunca renuncia a ser feliz.

Sigo escuchando el especial de jazz de Filarmonía y me vienen de golpe cuerpos negros balanceándose con la brisa sureña. Nunca algo tan terrible ha sido tan bello. Y de la voz de la mejor vocalista de la historia del jazz.

Para que lo comprendan, la voz de Billie Holiday es a veces como el diamante, fría, dura y brillante, otras como un corazón, cálida, palpitante y sobre todo sangrante. Nadie ha cantado mejor la palabra love con ese desgarro doloroso como de último dolor. Ella es el éxito bailando con la desgracia. Puedo incluso imaginarla a Billie con sus labios sin pintar, los cármenes de la última paliza de un amor mal pagado se ven en sus hombros, las pestañas rotas, marchitas por cigarros, y las marcas de heroína en los antebrazos, manos gastadas por fregar los pisos desde los 3 años.

Pero su voz, su voz, es como una buena botella de pisco, diamante líquido fundido y siento el ardiente sol de Alabama que es semejante al de Ica en verano. Veo su boca, una boca abierta cálida que va directamente hasta su corazón tantas veces roto, porque su voz no nace del estómago, sino de las yagas del amor. Hay una sensibilidad en su fraseo, el arrastre de unas silabas, de una o, de una a al final, una s que estira sexymente, pero siempre es dolorosa. Nunca la palabra love sonó tan raspante, rajada, como si la hubiesen agarrado a navajazos.

La única de sus canciones que nunca llegó a grabar: Left Alone (Déjame en paz) canta su deseo más caro. “¿Dónde está ese amor que hace que mi corazón se llene? / ¿Dónde está quien hará que nunca me separe de él?”. Y es que lo que esperaba quizá fuese un corazón inocente a la altura de su locura.

Se acabó el programa de Filarmonía dedicado al jazz y pienso otra vez en mi Holiday y siento que estamos varados en la misma estrella y hace frío, pero nos arropa a ambos el fino terciopelo negro de la voz de Lady Day. Eso es música, eso es arte, eso es JAZZ, el resto es adorno.

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