CocoRosie: Crónica de un viaje sin retorno

CocoRosie celebró su concierto en un museo, algo bastante inusual por estos lares. / Foto: Sebastián Corzo

CocoRosie es una de esas experiencias en vivo que son totalmente ajenas a cualquier tipo de idea pre-concebida que uno lleve antes de experimentarla. Ya sea por el concepto enteramente técnico musical, la propuesta visual y/o de imagen o el formato del show en sí, es una puesta en escena que coquetea continuamente con el surrealismo moderno y nos embarca en un viaje al que gran parte del público peruano no está acostumbrado.

Hace poco comentábamos aquí mismo lo resaltable del hecho de presentar una propuesta musical en un museo, algo bastante inusual por estos lares, lo que generó una discusión acerca de si era un valor agregado al concepto del show o simplemente una elección que respondía cuestiones prácticas. Al entrar, tenía la firme esperanza de encontrar la respuesta rápidamente.

Quizá no les sea extraño a quienes estén familiarizados con el MAC (Museo de Arte Contemporáneo), pero, para este caso en particular, ingresar a sus instalaciones en Barranco ofrecía una especie de camino introductorio bastante coherente y, de alguna manera, inspirador. Unas luces cuidadosamente colocadas alrededor de una pequeña fuente de agua te daban la bienvenida a un gran jardín donde se erigía el escenario, parcialmente iluminado por el paisaje nocturno de Lima, la encargada de ser anfitriona de la fiesta.

Para este momento, ya teníamos arriba del escenario a quien se encargaría de abrir e inaugurar este momento: Pauchi Sasaki. Utilizando una instrumentación variada conformada por teclados, controladores, el violín y algunos efectos muy particulares para su voz, cautivó y captó la atención del público con melodías y atmósferas musicales que destacaban por su intensidad e identidad muy definidas. Así también, me sorprendió personalmente su dominio del instrumento, que funcionaba en completa sincronía con su manejo de los efectos y la tecnología, lo que le permitió incluso usar el acto de llenar un vaso de agua para crear una textura muy particular de fondo para uno de sus temas.
 


Laikamorí presentó una propuesta espacial, con guitarra, voz y sintetizadores. / Foto: Sebastián Corzo

Acto seguido, recibimos la presencia en escenario de Laikamorí. Estos dos personajes, de túnica negra y máscaras con cristales que respondían al contacto con las luces del escenario, presentaron una propuesta mucho más espacial, con guitarra, voz y sintetizadores.  El color del efecto de la voz era un interesante aditivo para las largas líneas y motivos melódicos que eran repetidos en busca de la idea psicodélica general que, acompañada de los alucinantes visuales proyectados en una pantalla lateral, engatusó a muchos asistentes, pero aumentó la ansiedad y tensión por ver el acto principal en tantos otros.

Algún tiempo después del final de esta presentación, una clara intención del público en general por aglomerarse frente al escenario nos indicaba que el momento había llegado. CocoRosie se aproximaba al escenario en medio de gritos y vitoreo generalizado. Sierra (Rosie) fue la primera en subir y sentarse directamente en el piano, haciendo gala de su intensa voz casi lírica de soprano, que remeció a los asistentes a la primera frase. Un tanto avanzada la canción, el resto del grupo subió a la tarima y puso el punto de partida a la celebración. No pasó demasiado tiempo para darse cuenta lo particular de la banda, empezando por su formato.
 


Takuya Nakamura dejó algunas épicas líneas de trompeta. / Foto: Sebastián Corzo

Takuya Nakamura, el misterioso personaje encargado de los teclados, sintetizadores y algunas épicas líneas de trompeta (con y sin sordina) era un todo terreno que servía de perfecto colchón armónico y ambiental que dejaba un camino libre para la experimentación de las hermanas Casady, que, a su vez, colaboraban con instrumentos menos predecibles, como el arpa, una gran campana de timbre agudo o la improvisación con la voz.

Fuera de éstos, se hacía cada vez mas notoria la importancia de Tez, sobre quien recaía toda la responsabilidad de ser la base rítmica, utilizando sólo su voz y el arte del beatbox. Esto en un grupo de canciones que, sin duda, se caracterizan por sus potentes ritmos hip hop y con momentos de intenso dubstep que hacían que las cabezas de la audiencia se movieran a un ritmo frenético e incontrolable.

Fue este mismo quien se encargó de brindar en solitario una especie de show de medio tiempo, donde sorprendió a propios y extraños con una serie de patrones rítmicos que hacían gala de su versatilidad como beatboxer, dejando totalmente mesmerizada a la audiencia, que despidió este número con una euforia sin precedentes durante el show.
 


CocoRosie en concierto con la ciudad de Lima como telón de fondo. / Foto: Sebastián Corzo

Una gran mención aparte para Bianca (Coco), quien con su muy particular tono de voz ácido, quejumbroso pero con una dulzura paradójicamente placentera, recitaba rimas y melodías que servían como un lazo de cierre sobre un paquete de surrealismo y armonías jazz, sumado a una propuesta de imagen que nos hacía pensar que estábamos presenciando una banda hip hop del futuro.

He discutido repetidas veces sobre cómo los que tenemos este gusto por la música sufrimos por una tendencia casi obsesiva a clasificarla, a buscarle parámetros comunes que nos permita tener una vista más clara del panorama general. Sin embargo, de vez en cuando, uno tiene el extraño placer de presenciar un acto que se muestra resistente a encajar en éstos, que explora sus horizontes y gusta de moverse en un espacio donde, más que dejar nombres y hits en la radio, busca dejar el mensaje de innovación, donde sorprender es el objetivo y trascender, la consigna.