El último vuelo de los guardianes de la reserva

Los guardianes de la reserva, de Cristina Planas. | © Javier Gragera

Los totémicos gallinazos de Cristina Planas se perfilan en la distancia. Sus negras cabezas, con sus enormes picos-cuchillo, puntean y rasgan la hilera de raquíticas palmeras. La mirada muerta de estos gallinazos se proyecta hacia todos lados, y todo lo vigilan en la carretera de Pantanos de Villa. Los otros gallinazos, los vivos, esas tristes aves marginales, le han cogido cariño a sus réplicas. Se posan en las enormes cabezas como si hubiesen entendido algo. Las cagadas blancas que mancillan los gallinazos falsos son ahora testigo y vestigio de esta improvisada relación entre el pájaro que vuela y su alter-ego escultórico.

Los guardianes de la reserva es una instalación de Cristina Planas. La artista peruana ha intervenido 25 palmeras muertas generando una serie de gallinazos gigantes, los cuales custodian un kilómetro de la carretera que atraviesa los Pantanos de Villa de Chorrillos, la única Reserva Natural enclavada en la ciudad de Lima. Las hojas secas de las palmeras se asemejan al plumaje sombrío de estas aves monumentales. El objetivo de Cristina Planas, más allá de su empaque estético, que resulta fascinante y abrumador, es levantar una voz de alarma frente a la ceguera colectiva respecto a la necesidad de reciclar y poner freno al consumo indiscriminado de recursos en un contexto de crisis climática.

En este sentido, estas palmeras-gallinazos podrían ser entendidas como una suerte de centinelas apocalípticos que se han puesto a hacer guardia para proteger los Pantanos de Villa de cualquier acción perniciosa del ser humano. Como apunta Juan Carlos Ubilluz en Cristina Plana y sus feos gallinazos, ensayo editado por la Casa de la Literatura Peruana, “la instalación crea así un espacio en el cual no solo se revalora una especie menospreciada del mundo animal [el gallinazo], sino que además se la engrandece y posiciona como el gigantesco guardián de un nuevo orden en el cual la naturaleza deja de ser un objeto de explotación para convertirse en un sujeto que aprueba o desaprueba los proyectos humanos”. De esta manera, Juan Carlos Ubilluz llega a imaginarse que “hubiese ocurrido una revolución desde el mundo animal y los gallinazos fuesen ahora los agentes encargados de someter al hombre a las leyes de la naturaleza”.
 

Gallinazos Cristina Planas

Gallinazos en peligro de extinción
Hace dos fines de semana, fuimos a los Pantanos de Villa para echar un vistazo a los gallinazos de Cristina Planas. Aparcamos el carro en un margen de la carretera, y nos pusimos a caminar. Yo llevaba colgada al hombro la cámara fotográfica. Apenas habíamos recorrido una parte del tramo que ocupa la instalación, cuando un trabajador de la SERNANP (Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas del Perú), que venía en bicicleta, nos abordó. Nos pidió el permiso para tomar fotos. Esta es una zona protegida, añadió; un área restringida. Se me vino entonces a la cabeza el concepto de no-lugar de Marc Augé. La argumentación del hombre del SERNANP –discutible, tal vez una ocurrencia improvisada sobre la marcha para quitarnos de en medio lo antes posible– reducía la carretera de Pantanos de Villa a un espacio de tránsito, donde uno no puede permanecer o que no está pensado ni diseñado para estar en él un largo periodo de tiempo. Un lugar, en definitiva, sin identidad; únicamente configurado para encauzar el ir y venir del hombre contemporáneo. A fin de cuentas, eso es una carretera; por lo que al hombre del SERNANP no le faltaba razón. Lo que tal vez no tenía mucho sentido, sin embargo, es que esa carretera atraviese una Reserva Natural, una zona ecológica protegida en cuyo perímetro también habían permitido edificar una urbanización.

No importa; hay discusiones que carece de sentido dilatarlas más de la cuenta. El hombre del SERNANP estaba realizando su trabajo, y sus palabras se basaban en un guión escrito de antemano. Le pedimos disculpas por nuestra intromisión –“No sabíamos”; “Lo sentíamos”– y, antes de marcharnos, le hicimos unas preguntas al hombre del SERNANP sobre la instalación de Cristina Planas. Él nos contó, casi como si se tratase de una confidencia, que estaban proyectando retirar los gallinazos. Es algo inminente, dijo. A muchos vecinos de la zona no les gustaba la instalación, y determinadas autoridades públicas habían detectado que no existe ningún permiso para que esas esculturas hayan sido instaladas en las palmeras. Los gallinazos de Cristina Planas tienen los días contados. ¿Cuándo retirarán la instalación?, le preguntamos al hombre del SERNANP. No sé, respondió, pero pronto.

Los de Pantanos de Villa no son los únicos gallinazos que Cristina Plana ha creado y ha diseminado por las calles de Lima. Estas esculturas también han sido instaladas en los jardines del MAC, en Barranco, y frente a la fachada principal de la Casa de la Literatura Peruana, en el centro histórico de la ciudad. Pero estos gallinazos están decapitados, no son más que cabezas sobredimensionadas, extraños bustos escultóricos. Las imitaciones de Cristina Planas son otra cosa sin sus falsos cuerpos de palmera. Pierden poderío, y ya no imponen temor ni provocan respeto. El conjuro queda anulado.

No hay más remedio; hay que ir a los Pantanos de Villa. Allí anidan los imponentes gallinazos alados, los jefes del clan. Una instalación que, si queremos creer al hombre del SERNANP, está en peligro de extinción. Pronto sus aves alzarán un vuelo pilotado por una grúa, y los Pantanos de Villa quedarán otra vez desamparados a manos del dominio intransigente de la raza humana. Un triste augurio para todos.