Formas de una leyenda: Borges según Vargas Llosa

Detalle del diseño de la portada. | © Alfaguara

Así como sucede con sus novelas, leer los libros de ensayos que Vargas Llosa tiene sobre otros autores y sus obras es un auténtico deleite. Su última publicación está dedicada a quien ha llegado a ser considerado el centro del canon en nuestro idioma: Jorge Luis Borges. 

Un poema abre el libro de un novelista que nunca ha publicado poesía y que está dedicado a un autor que nunca apostó por la novela. Las comparaciones y contradicciones de las biografías de sus vidas hacen de esta publicación un esperado acontecimiento. El primero es un viajero incansable que teme subirse a los aviones y cuyo amor por la literatura lo ha llevado a subirse a varios y a viajar por distintos lugares del mundo para documentarse y darle la mayor verosimilitud posible a su ficción. El otro fue un inquilino de su biblioteca que conoció el mundo y las épocas a través de los libros y de los diferentes idiomas que su curiosidad omnímoda y genio, acaso irrepetible, le permitió abordar.

No estamos ante un libro para borgianos exquisitos, para hinchas exégetas de camiseta negra con la palabra Borges en el pecho, conocedores de su obra al revés y al derecho. Se trata más bien de un libro para vargallosianos interesados en saber todo lo que pueda decir el Nobel y que ayude a construir su biografía y su pensamiento literario. Aun así, los borgianos podrán encontrar algunas consideraciones que sin duda alimentarán el debate sobre el escritor argentino. Después de todo, siempre es interesante lo que un escritor del nivel de Vargas Llosa pueda decir para bien o para mal— sobre un canonizado Jorge Luis Borges.

Debido a la organización cronológica de sus capítulos, que empieza con una entrevista realizada en 1963, podemos acceder a un Borges en pleno encuentro con la fama y el reconocimiento. Es el encuentro de un escritor cuya consagración está empezando a moldearse y a difundirse, frente a uno cuya obra está aún empezando en el París de los años sesenta. Los nervios parecen traslucirse, aún lo trata de usted: “Discúlpeme usted, Jorge Luis Borges”. Quizás esa timidez de juventud fue la responsable de una pregunta tan convencional lean y juzguen que es la que abre la entrevista, como el mismo Vargas Llosa lo reconoce al momento de plantearla. Sin embargo, Borges es de esos autores que rescata la entrevista, aunque no necesariamente al entrevistador. Prueba de ello es la originalidad de su respuesta ante otra pregunta convencional sobre los cinco libros que se llevaría a una isla desierta y en la que Borges menciona, entre otros, la Biblia y la Introducción a la filosofía de las Matemáticas, de Bertrand Russell. No hay poesía y la razón es que su cabeza ya está llena de versos, ya él mismo es “una especie de antología de muchas literaturas”.

Resalta también su incorrección política, con lo que quiera decir eso, al quejarse de lo poco que se habló de literatura en un Congreso de escritores. En la conversación con la cronista argentina Leila Guerriero, Vargas Llosa cuenta que el disgusto de Borges se debió probablemente a un desencuentro con Miguel Ángel Asturias, pero de ello sólo podemos conjeturar. Años después, Borges llevaría su incorrección a niveles propios de antología, sabía ya que en él todo parecía estar permitido; incluso tomar el té con un dictador genocida.

Esto ha incomodado a muchos de sus lectores, incluyendo a Vargas Llosa, que no desaprovecha oportunidad para preguntárselo en la entrevista que le realizó en 1981. Producto de ese encuentro nace también una crónica en la que resalta su interés por la modesta casa en la que vivía Borges. Curiosa observación que terminaría molestando mucho al argentino, según confesión del peruano. Al margen de este detalle, resalta un entrevistador más cuajado que no teme abordar las posiciones políticas de su entrevistado, no parece dudar en aportar datos literarios y por ello esta entrevista es la más lograda, con menciones al poeta arequipeño Alberto Hidalgo, quien introdujo a Borges en la poesía de ese otro célebre poeta barranquino que fue José María Eguren.

Quizás, en lo que a literatura se refiere, lo más importante del libro es la conferencia que Vargas Llosa ofreció en The Anglo-Argentine Society de Londres, en 1987. De ahí, algunas ideas resultan interesantes para discutir, como esa visión del cosmopolitismo de Borges para defender desde ahí su propio origen latinoamericano como hijo de occidente. También subraya la ausencia de lo “humano” en su obra llena de ideas, conceptos y sofismas; donde lo carnal, el sexo, están ausentes. Asimismo, la erudición de Borges es no sólo su rasgo esencial, sino también una herramienta, un recurso literario para contar sus historias. Digamos, no hay otra manera posible de contar su visión sobre el tiempo y la eternidad, los dobles, el laberinto. Todo ello no se puede narrar sin ese estilo intelectual que no adormece, sino atrapa, porque le creemos todo.

Vargas Llosa también menciona el exotismo y el color local de Borges como otro recurso literario y no como una visión involuntaria del autor, como sería el caso de Ricardo Güiraldes o Ciro Alegría, pero ¿no es acaso también el indigenismo de Alegría una respuesta, un olfato consciente de lo que pedía el mercado? El indigenismo triunfó durante años y marcó un norte ideológico, pero este triunfo no pudo existir sin lectores que compren, que demanden esos libros; es decir, sin un mercado. Así que, desde ese punto de vista, el exotismo o color local de Ciro Alegría plasmado en su indigenismo también podría responder a un recurso literario como el de Borges, sin que eso reste mérito a sus convicciones políticas respecto de su indigenismo. 

Entre las otras facetas de Borges que se abordan están su etnocentrismo cultural, donde sólo Europa y lo blanco parecieron ser el sinónimo de la civilización y la cultura. Su aversión a lo sexual, la relación edípica con su madre, su tibieza para tratar con dictadores o su influencia en Onetti son algunas de las ideas que Vargas Llosa desarrolla con acierto en esta selección de escritos. Quisiera hacer énfasis en lo de selección porque, si en algo falla este libro, además de algunas fechas en la bibliografía que el poeta Paolo de Lima detectó, es que son textos que no fueron pensados para un libro. No es, pues, un libro orgánico, como para quienes esperaban un ensayo como La orgía perpetua o La utopía arcaica. Hubiera sido oportuno que esta selección de escritos viniera acompañada por un texto preparado específicamente para el libro, que permitiera ejercer de hilo conductor al pensamiento de un autor durante sus cincuenta años de lector de este argentino que abrazaba tantas culturas en él.

Por último, cierra el libro con un texto en el que Vargas Llosa celebra a un Borges enamorado a sus ochenta y tantos años, reconoce su alegría, su emoción y defiende a María Kodama de sus críticos. Es el texto más emotivo del libro, el menos racional. Es un Vargas Llosa defendiendo y celebrando el derecho de un viejo a enamorarse a una edad donde los sentimientos se jubilan y la rutina ejerce su dictadura. La imagen es tierna, un Borges ciego subido a un globo con su pareja y recorriendo el mundo a través de sus ojos. Al leerlo y ver la fecha de publicación a uno le entra la duda ¿A qué viejo enamorado está celebrando Vargas Llosa? ¿A Borges o a él mismo? Será que hay una edad en ciertas personas en la que el amor recobra cierto fuego, recordemos ese bello libro dedicado a ello que es La llama doble de un ya anciano Octavio Paz. Dos viejos enamorados cierran este libro y creo que no hay mejor manera.

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