Herencia grunge, Bush + STP en Lima

© Nirvana Live Tonight Sold Out (1994)

Por Luis Francisco Palomino

Tenía 14 o 15 años cuando iba a comprar DVD’s musicales en Polvos Azules, antes de que todo estuviese en YouTube. En uno de esos puestos con olor a comida, una carátula colorida llamó mi atención: Nirvana Live Tonight Sold Out (1994). El rostro huesudo de Kurt Cobain, sus hebras pálidas. Entendía que Nirvana era banda capital de los noventa, pero no conocía más que Smells like teen spirit y Come as you are (un chico de mi colegio se pasaba todos los recreos tocando el riff con su guitarra).

Recuerdo que, luego de las compras, el viaje de hora y pico a casa era aburridísimo –aún no servía el tren–, y en el camino miraba las contraportadas de los estuches, imaginando, a veces hasta las olfateaba: olían a plástico nuevo. Llegué y lo primero que hice fue poner el disco en el reproductor Panasonic. Pocos minutos de escucha bastaron para que cuestionara el talento de aquellos tres norteamericanos ruidosos (fue tal el bullicio que la madre de mi vecino –un adolescente evangélico– le prohibió que se juntase conmigo después de esa tarde), y mi decepción aumentó cuando avancé hasta el tema diez, Smells like teen spirit, y encontré a un Cobain tieso, chupando el micro, cantando como tenor, jodidamente pesado. Yo esperaba gritos, saltos, rebeldía, pero nada, cambié el DVD por uno de Hombres G… o me puse a ver Rebelde Way.

A los días, en el colegio, mientras la profesora de matemáticas explicaba alguna fórmula inservible, sin saber por qué, repasé mentalmente la música de Nirvana. La bulla se ordenó en mi cabeza, esas guitarras con la distorsión al máximo, la batería golpeada con odio, el bajo sucio y el griterío por fin tuvieron sentido, y de pronto sentí una creciente necesidad de volver a mi habitación, de ver otra vez el Live Tonight Sold Out. Y eso fue lo que hice. Y eso fue lo que hice todas las tardes siguientes. Nirvana se convirtió en mi banda favorita. Y Kurt, mi ídolo.

Durante un show de talentos en el patio de mi cole, en setiembre de ese 2005, un grupo de chicos de una promoción mayor interpretó Love buzz. El cantante, como si fuera Cobain, usaba pantalones rotos y se tiró al piso con su Fender negra con una pegatina blanca (como la de Kurt). A varios les pareció ridículo, pero para mí fue admirable.

Una noche me crucé con ese tipo en un quinceaños. Tenía una chata de ron en el bolsillo de su saco. Nadie bebía ron puro, era una indecencia entre mis compañeros, demasiado hardcore. Supuse que era parte de su pose, le di un sorbito al Cartavio. Nos hicimos amigos. Gracias a él, al Perro, conocí a Sonic Youth, Mudhoney y Melvins. Y a Silverchair, a Alice in Chains y a Stone Temple Pilots y Bush.

Hace poco le hablé para esta nota. Me dijo que Stone Temple Pilots no era un grupo grunge, porque el grunge se circunscribe a Seattle, en un tiempo específico: inicios de los noventa, y los STP son de San Diego, California. Lo mismo con Bush.

Después de años, repaso nuevamente los álbumes de esas bandas y es inevitable no pensar en Cobain, como si, acabada la discografía nirvanera, hubiese buscado en Bush y STP una extensión de su ronquera, de su sonido. Y creo que lo conseguí. Scott Weiland –ya muerto– y Gavin Rossdale son prótesis de Kurt, fueron paridos por la misma matriz. Por eso, aunque no sean bandas grunge por definición, este 12 de febrero será una buena oportunidad de rendirle tributo al movimiento de las camisas a cuadros y jeans rotos, y a ese Cobain que convirtió la apatía en una forma de rebelarse ante esta sociedad proactiva.

Bush y Stone Temple Pilots en Lima será un concierto imperdible en el Anfiteatro del Parque de la Exposición.   

SPOTIFY: PLAYLIST ENLIMA BUSH + STP

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