Literatura + Enfermedad = Foster Wallace

David Foster Wallace durante una entrevista con Charlie Rose, en 1997.

Bolaño ya lo dijo: habitar poéticamente el mundo puede ser cagado, eso le pasó a Mario Santiago. El caso de Foster Wallace es distinto, es la enfermedad misma, la del ‘yonkie’ de letras, ese que no puede despegarse de tener que escribir y escribir. Una pantalla donde volcar toda su conciencia y gritar lo que es incapaz de regurgitar en público en una conversación normal o simplemente ahogarse en ese silencio de Torquemada. Foster Wallace era un adicto a escribir, tenía que hacerlo, era su salvavidas de hierro fundido que lo mantenía a flote y lo hundía a la vez en las azarosas olas de la postmodernidad.

A veces yo mismo –cuando aterrizo en el presente o el presente aterriza en mí y soy lo suficientemente lucido de ver esta argamasa publicitaria en que estoy atrapado– me pregunto cómo hago para no tener que suicidarme, o para no estar escribiendo todo el tiempo para poder mantenerme cuerdo. He visto treintañeros sin novia cazar ‘pokemones’ por un parque cerca de mi casa, me he llenado los ojos de 4 horas de comerciales televisivos a la semana. Estoy harto de cerrar la pestaña publicitaria o hacer clic en omitir anuncio cada vez que visualizo algún video de YouTube. Me ha pasado lo increíble, 5 segundos de un anuncio de zapatillas Nike antes de poder omitirlo y ver un video de Foucault versus Chomsky. Esta agresión intelectual tiene auspicio de marca de zapatilla deportiva. Ahora entiendo porque Foster Wallace ya no está.

A Foster solo le quedaba escribir, todo su consuelo era ser el más ágil traductor de nuestro presente deconstruido. Meter tu cabeza en una pantalla y describir la insensatez en que habita. Yo he estado ayer en una cola de banco, la fila era larga y no avanzaba, no llevaba un libro ni audífonos para escuchar música, estaba atrapado en esa representación final que es la existencia misma. Cuando se apagan las pantallas y la música ya no suena. Al final del día solo queda eso. Estamos solos y Foster Wallace ya lo sabía cuándo en 2008 abandonó su tratamiento de Nardil, un poderoso y adictivo antidepresivo. Lo dejo para poder seguir escribiendo, la droga inhibía su facultad narrativa y a Foster le urgía acabar su Rey Pálido. El Nardil era la nota a pie de página de la parte farmacológica de su biografía. Una nota final bastante breve, solo pesaba 8 miligramos.

Barrie no se equivoca, hacen falta muertos para fabricar fantasmas. El título “enfermedad+literatura=enfermedad” es un acierto de ese cadáver que todos se niegan a enterrar llamado Bob Bolaño. Una advertencia a los escritores. Una advertencia de un muerto a un fantasma. Bob murió en 2003, y Foster se colgó de su cinturón una tarde del 2008. Y sin embargo el fantasma ya colgaba desde antes del 2008.

La soga de la que colgó su metro ochenta y tres de altura era una corbata de acero, rígida como su prosa. El suyo fue el suicidio del pensamiento que predijo Chesterton 70 años antes. Un cuerpo y una mente balanceándose pendularmente en el vacío. DFW pertenece a la doble A, de angustia y ansiedad.

Era brillante según quienes le conocieron al darles clases en Amherst College (yo era considerado pedante e insoportable), universidad de la que tuvo que retirarse en dos ocasiones a causa de sus tempranas crisis nerviosas (yo me tuve que ir por perder la media beca y quedarme sin dinero). Encantadoramente molestoso, un ególatra de autoestima endeble (yo apenas llego a insoportable), reflexionaba sobre el aburrimiento, ese cáncer que nos aqueja entre cada tanda comercial. Foster escribió: “El mundo en el que vivo consiste en 250 anuncios al día y en un montón increíble de opciones de entretenimiento, la mayoría de las cuales son subvencionadas por corporaciones que quieren venderme cosas”.

Bob Bolaño escribió: “Escribir sobre la enfermedad, sobre todo si uno está gravemente enfermo, puede ser un suplicio. Escribir sobre la enfermedad si uno, además de estar gravemente enfermo, es hipocondríaco, es un acto de masoquismo o de desesperación. Pero también puede ser un acto liberador”. Sobre esto último escribía Foster. La Broma Infinita no es un pretencioso ejercicio de sacrificio de papel, es el intento de hacer algo inacabable, de que los fantasmas de la realidad no nos alcancen. Pero toda novela por más larga que se pretenda debe acabar. El Rey Pálido trata exactamente sobre el aburrimiento. En una entrevista de 1997 Foster llegó a alcanzar la definición de su problema. Sobre si tuviese un año sabático para escribir dijo: “Probablemente escribiría una hora al día y me pasaría ocho comiéndome las uñas, preocupado porque no escribo”.

Foster murió, Foster es literatura, Foster es la nueva heroína cultural, se te pega y no lo dejas. Cuidado con Foster Wallace que no tiene tratamiento en Rehab. Cuidado con los hombres que gustan de las notas a pie de página y escriben libros de mil páginas. Los lees y entras en su cabeza, capaz nunca salgas de ella.

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