Maguey Teatro: 35 años apostando por la cultura de la acción

'Pasos y latidos', acción de Graziapaz Enciso | © Maguey Teatro

Artículo escrito por Jimena García y Javier Gragera

Cuando miras a Wili Pinto a los ojos, detectas en su mirada cansancio. Pero si te detienes y observas atentamente, detrás de esa apariencia se refleja una fuerte vitalidad. No es para menos, de otra manera sería imposible entender cómo un hombre común puede sobrevivir a 35 años a bordo de un proyecto de teatro independiente. Hay mucho de vocación, sin duda, y también mucho de romanticismo.

“El teatro tiene sentido porque es una experiencia profundamente humana por su contacto directo”, explica Wili. “Tú compartes con el público tus cuestionamientos, tus emociones, tus propuestas artísticas en términos estrictamente presenciales. Eso para mí es insustituible, porque es una fuente de intercambio humano, no tecnológico. Es algo muy vivo”.

Para esta entrevista, Wili nos recibe en una pequeña oficina dentro de Maguey Teatro, un espacio cultural situado en Jr. San Martín 600, a unas pocas cuadras de la Plaza Tupac Amaru, en el distrito de San Miguel. Pero Maguey no es un lugar, mucho menos una sala de teatro, sino una idea. Sus orígenes se remontan a principios de la década de 1980, cuando un puñado de jóvenes entusiastas se unió para constituirse como grupo itinerante que buscaba ir más allá del teatro clásico, alejándose de la dramaturgia occidental y acercándose a las culturas peruanas originarias.

“Formábamos parte de esa generación con los ojos abiertos para buscar nuevas posibilidades para el teatro dentro de una mirada de cuestionamiento social, de búsqueda de una transformación”, recuerda Wili, que por aquel entonces era músico y se había acercado también a las artes plásticas. “Estábamos interesados en renovar posibilidades expresivas, buscar espacios alternativos, ver otras dimensiones del teatro que no sean solamente la puesta en escena, sino la investigación; ver también la parte pedagógica, cómo el teatro puede funcionar para crear vínculos en las comunidades”.

Bajo esa mirada, este grupo creó en 1982 el Taller de Investigación y Producción Teatral, que un año después presentaría su primer espectáculo experimental: El Cuento del Botón, en el que dos personajes migrantes narraban a través de su propia experiencia la historia social del campesinado del norte del Perú. La puesta en escena tenía un tono decididamente lúdico, con música en vivo y aprovechando elementos como botellas, muñecos, instrumentos…

Esta propuesta le sirvió al grupo para reivindicar su particular manera de entender el teatro, y “tuvo una acogida muy por encima de nuestras expectativas”, confiesa Wili. El Cuento del Botón suscitó también el interés de antropólogos y sociólogos, que por aquella época iban a la búsqueda de productos culturales genuinos que reflexionaran sobre la situación del país. Maguey fue llamado para participar en festivales nacionales e internacionales, alcanzando una repercusión que les sirvió como impulso para continuar con su línea de trabajo; un impulso que hasta el momento ha durado 35 años.

Maguey en San Miguel
En 1996, Maguey deja su condición de grupo itinerante y se instala es un espacio alquilado, un antiguo colegio en San Miguel que transformaron pieza a pieza hasta construir lo que hoy es una sala de teatro con espacio para 150 personas donde se realizan talleres y espectáculos. Al principio no fue nada fácil. Para muchos vecinos, lo que ellos hacían no era propio de un grupo de teatro, sino más bien de una secta. No entendían sus prácticas escénicas, tan complejas y basadas en un teatro de la acción, muy físico y expresionista. Wili lo rememora ahora casi con simpatía: “Sufrimos agresiones, nos tiraban piedras, rompían los cristales del espacio”.

Todo cambió a partir de su primer estreno. Presentaron un espectáculo familiar e invitaron a todos los vecinos. Organizaron pasacalles e hicieron mucho ruido. A las funciones vinieron principalmente niños y niñas, que en aquel momento fueron sus mejores aliados. La gente por fin empezó a entender lo que ellos querían hacer a favor de la comunidad. Varias de las fotos que decoran la oficina en la que nos encontramos ahora retratan aquel espectáculo, y Wili Pinto nos señala algunas. La obra se inspiraba en las culturas amazónicas, es algo que se deduce fácilmente al observar el vestuario de los actores. Para Wili aquella fue una experiencia de gran trascendencia vital, un recuerdo que merece ser enmarcado en muchas fotografías. No es para menos: a partir de entonces existe una relación cordial con el vecindario, y de enemigo Maguey pasó a ser representante cultural del barrio.

Sin apoyo de las instituciones
Ahora los problemas a los que se enfrenta Maguey son otros. Por ejemplo, esa permanente carrera de fondo que es la sostenibilidad económica del proyecto. La cultura es un mal negocio en Perú, y Wili se queja de la falta de apoyo institucional. El suyo es un discurso muy disidente con respecto a las políticas culturales que promueve la mayoría de municipalidades de Lima. “No existen planes a largo plazo, piensan que la cultura es organizar actividades, como celebrar el aniversario del distrito, cosas decorativas. No conciben la cultura como un elemento transversal para el desarrollo de la comunidad”.

Wili considera que las instituciones tienen una mirada demasiado tradicional y reaccionaria, donde no se concibe la cultura de una manera orgánica, que se alimenta día a día en las calles, a través de los espacios, de los grupos, de los actores sociales. Lo público no apoya lo alternativo, lo independiente, y casi todos los que trabajan en Maguey son pluriempleados, tienen que hacer malabares para llegar a fin de mes. No hay manera de profesionalizar su trabajo, aunque eso no tiene por qué repercutir en lo que cada uno de ellos aporta a la comunidad. “Tú validas tu trabajo en base al rigor y el compromiso”. Lo alternativo, según Wili, no tiene por qué ser relegado a la condición de amateur o improvisado. “Tú te exiges a ti mismo la calidad artística que estás dispuesto a ofrecer”.

Nuevos circuitos culturales
Que Maguey esté ubicado en San Miguel no es para Wili una desventaja, sino todo lo contrario: es una oportunidad para abrir nuevos circuitos culturales dentro de Lima. Esa es una de sus luchas estos últimos años. “Es una apuesta fuerte, sí, una lucha constante”, confiesa Wili, pero al mismo tiempo cree que han logrado alcanzar ciertas metas. Entre ellas, que la gente de San Miguel y de otros distritos aledaños, como Pueblo Libre, Magdalena o Jesús María, se atreva a acercarse al teatro, ya sea como público o como usuario del espacio, tal vez participando en alguno de sus talleres pedagógicos.

En esta aventura Maguey Teatro no ha estado todo el tiempo solo, y con cierta periodicidad otros grupos teatrales alternativos como Yuyachkani o Cuatro Tablas lo han acompañado para presentar sus propias propuestas. Cuanto más amplio y diverso sea el abanico de posibilidades, más profunda y tolerante será la mirada de la gente con respecto a su apreciación del arte. “No podemos esperar que al público, a todos, les guste lo mismo”, señala Wili. “Pero sí podemos trabajar desde la singularidad para que la gente pueda escoger, y luego pedirle a la crítica y a los medios de comunicación que respeten por igual esa diversidad”.

Al día de hoy, Maguey Teatro es un referente de resistencia y compromiso artístico dentro del panorama cultural limeño. Un empeño con fuerte vocación pedagógica, para implicar a la comunidad de manera activa y dejar un legado entre las nuevas generaciones. “Son ellos los que me hacen seguir, el ímpetu de los jóvenes que traen nuevas ideas, visiones distintas”, señala Wili. Eso, y que el teatro es para él “como comer, una necesidad vital, algo que no se puede explicar racionalmente”. Y Wili Pinto, por el momento, no está dispuesto a morirse de hambre.

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