¡Por favor… dibújame un cordero! El Principito cumple 76 años

"Creo que aprovechó, para su evasión, una migración de pájaros salvajes" | Capítulo IX

Aquí va una más de las cientos de miles de páginas que recuerdan con afecto al extraordinario hombrecito que jode y jode a los adultos con sus preguntas. Cuando el misterio es demasiado impresionante, no es posible desobedecer. La cantidad de lecturas que nos ofrece El Principito es infinita; sabia, ingenua, simple y compleja al mismo tiempo, la obra es el autorretrato espiritual de un hombre que supo colocar ideas bastante serias, eternas, en un lenguaje al alcance de los niños pero que recién comprendemos cuando adultos; acompañadas por exquisitas ilustraciones de su misma pluma, la obra dibuja una humanidad que mira con decepción los ojos de la razón y se mofa de la seriedad y estupidez del mundo de los adultos a través de la aventura poética de un niño que ríe y que prefiere viajar por el desierto de las cosas solas impulsado por las espuelas de la imaginación. Su místico autor, Antoine de Saint-Exupery, era además, – ¡Oh, Dios mío! – un aviador. Un aviador que desaparece en el cielo, al igual que nuestro pequeño príncipe en el desierto, para deleite de todas aquellas almas que gozan con las eternas correspondencias.

Para el niño, amante de mapas y grabados, el universo es igual a su inmenso apetito…
Por esta razón es que todos nos decidimos un buen día, con el cerebro y el corazón en llamas, a partir. La curiosidad. ¿Quién eres? Elogio del movimiento. Físico o espiritual. Si son los dos, ¡mejor! Con El Principito nos toca viajar sin vapor y sin velas, anclados en nuestros sillones. Hastiado hasta las lágrimas por tanta monótona puesta de sol y de un amor que ya no florece, cuidando su baobab en el asteroide B 612, nuestro pequeño príncipe se decide a partir. Pero: ¡Amargo es el saber que se adquiere en un viaje! Viaja para encontrarse con diversos paisajes de la estupidez humana: el abuso de poder, el exceso de vanidad, el desordenado vicio, (la lista sigue, es larga, aunque podría serlo aún más) y no entiende nada de nada sobre aquellos hombres orgullosos, quienes no dejan de alucinar(se), en sus minúsculos planetas, borrachos de su genio. A pesar de estar confundido y decepcionado por las actitudes de los seres humanos, el niño de pelo dorado quiere saber más.

Estamos en el espacio metafísico por excelencia: el desierto. Allí: un hombre solo. También: un avión averiado. Luego: una voz. La voz dice: ¡Por favor… dibújame un cordero! Esto es lo primero que nos cuenta nuestro amigo aviador sobre nuestro pequeño príncipe. Así es como él se instala en nuestra realidad mental. Un niño pidiendo un dibujo es un niño pidiendo ideas. Movimiento y fantasía. El aviador nos cuenta: Cuando el misterio es demasiado impresionante, no es posible desobedecer. Así que se somete a la petición del niño. Dibuja un cordero pero al niño no le gusta porque parece enfermo. Dibuja otro que tampoco es de su agrado porque parece un carnero. Dibuja uno más y lo rechaza por viejo. Irritado, el aviador, un adulto que alguna vez fue un niño de extraordinaria imaginación, le dibuja una caja y le dice:

El cordero que quieres está adentro.

– Es exactamente así que lo quería.

Respondió el príncipe mientras a nosotros se nos cae la cara de perplejidad. ¿Qué diablos quiso decir el autor con esta extraordinaria paradoja? Es en este pasaje que está sintetizada una de las principales enseñanzas del libro y que es sabida por todos ya que, de todas las maravillosas frases que tiene el libro, es la más popular. Me refiero al secreto del zorro. Este secreto incluye las palabras: corazón, esencial, invisible, ojos. Yéndome un poco por la tangente de esta gran verdad –elogio de lo inmaterial, es decir, del espíritu, es decir, el ideal, lo que somos indepedientemente de nuestro cuerpo, por ejemplo, cuando repentinamente nos cae del cielo una felicidad radiante, ¿no sienten que hay algo en el cuerpo que se nos quiere salir? Es el espíritu manifestándose; o, por el contrario, cuando repentinamente nos bajoneamos sin saber por qué, ¿no hay un vacío y nos sentímos solamente un pedazo de carne que se desplaza? Es el espíritu ausente–, pero yéndome por la tangente, una de las cosas más valiosas que me enseñó el pasaje de la caja y el cordero fue que uno, todo el tiempo, no hace otra cosa que ver en todos los objetos del mundo una proyección de su mundo interior. Uno no cesa de confundirse con el mundo exterior. Una vulgaridad que nos separa: cada uno ve lo quiere ver. O un privilegio que nos une: el mundo es lo que nosotros queremos que sea. Cada quien mira su propio cuadro. Cada quien interpreta la realidad y serpentea en ella como le da la gana. Esta idea está exquisitamente expresada en el libro. E ilustrada, además. El pequeño príncipe puede ver al cordero invisible dentro de la caja porque no es otra cosa que una proyección de sus deseos. Como, precisamente, no lo puede ver le resulta: es exactamente así que lo quería. Un cordero a la altura de su corazón. ¡Oh imaginación y fantasía humanas! ¡Respiración artificial! ¡Orgía perpetua! ¡Oh pobre enamorado de países quiméricos! Siempre ambigua, siempre confusa, siempre delirando, siempre persiguiendo tus soberbios espejismos, ¡ligera actividad que nos produce tanta alegría! ¡No podemos dejar de soñar con la sonrisa de la amada a la luz de las lámparas!   

La naturaleza es el espíritu visible, el espíritu es la naturaleza invisible, dijo Schelling.
Como los poetas, el autor supo encontrar metáforas profundas sobre la existencia humana a través de la naturaleza. Supo, como dicen los famosos versos, hacer hablar a las cosas mudas. No es ninguna casualidad que nuestro pequeño príncipe desarrolle su peregrinaje de conocimiento en el desierto, y que el valor que más resalta el libro sea el de la amistad: exaltación del encuentro cósmico en nuestra soledad universal. Nada menos. El encuentro con el zorro – ¡cuidado! – es el encuentro más importante, la columna vertebral del libro (Capítulo XXI). Pero también está el efímero, extraño, casi aterrador encuentro con la flor solitaria del desierto. ¡Ay las almas que padecen soledad a pesar suyo! (Capítulo XVIII). O cuando subimos a la montaña y nos encontramos con el eco. ¡Ay la monotonía e inutilidad de las acciones humanas! (Capítulo XIX). O el encuentro con El Farolero, que son las personas siempre revitalizadas gracias al trabajo, pero que ignoran lo absurdo de su labor. ¡Ay de tantas! ¡Ay de tan pocas! ¡Ay de ellas! (Capítulo XIV). Sin embargo, el principito precisa que es la persona menos absurda de todas. Es el único que no me parece ridículo. Es, quizá, porque se ocupa de algo más que de sí mismo

"La naturaleza y la consciencia humana son en realidad dos expresiones de lo mismo. Uno puede buscar el espíritu universal tanto en la naturaleza con en la mente de uno mismo. Por eso Novalis dijo que el camino secreto va hacia adentro. Pensaba que el hombre lleva todo el universo dentro y que la mejor manera de percibir el secreto del mundo es entrar en uno mismo" - El Romanticismo, El Mundo de Sofía

¡Ah! Y sobre la rosa, sus espinas y las trampas del amor no escribiré. 

Veni. Vidi. Amavi. 
Es el tiempo que has perdido con tu rosa lo que la hace tan importante.
Es bueno haber tenido un amigo, incluso si uno va a morir.
Se está solo también con los hombres. 
Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, ya desde las tres comenzaré a estar feliz. 

Me despido copiando y pegando la hermosa dedicatoria de El Principito. No vaya a ser que, ya de adultos, la hayan olvidado.

+info: El Principito - 76 años

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