¿Qué significa ser mujer en Lima?

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Por Pilar Fonseca

Hace unos días, una revista sabatina sacó unas imágenes que buscaban representar “el mundo femenino” donde los hombres protagonistas de las historias portaban rizadoras de pestañas, zapatos de tacón, rímel, ruleros y un par de tetas dibujadas en un polo. Ese imaginario, el que trataban de contar a través de las imágenes, me parece el más tóxico por la reducción a clichés de un mundo tan complejo como el de la mujer, al que pertenece también la redactora de aquella nota.

La gente no tardó en levantar la voz en redes, y todo ese alboroto me hizo preguntarme: ¿qué significa ser mujer en el Perú? O más bien: ¿qué significa ser mujer en Lima? No me atrevería a responder sola a esta duda sin escuchar antes la voz de tantas otras mujeres. Por eso, acudí a ellas para que, desde sus diversos campos de acción, edades y lugares en el mundo, me ayudasen a develar posibles respuestas. Lo que recibí fueron sus historias y la confianza para contarlas desde su intimidad. Aquí los relatos de 7 mujeres que se sinceran cada una a su manera.

Silvana Tello - Artista visual y música 
No fue fácil desarrollarme como artista, nunca faltaron los que creen que por ser mujer y joven pueden subestimar tu trabajo y tus capacidades. Con el paso del tiempo, empecé a entender de esos tratos y me volví más segura de mí misma y menos confiada de los demás. Hoy me invitan a conciertos de música experimental en los cuales comparto escenario, en la mayoría de los casos, con hombres de aquí y de otras ciudades y países. Ahora siento que me consideran igual que a cualquier otro músico. La escena de música experimental en Lima es pequeña y generalmente masculina; sin embargo, el trato que he recibido por parte de los compañeros ha sido muy horizontal. Pienso que por ese lado no he tenido ninguna mala experiencia. Al contrario, he aprendido y conocido gente muy chévere. Sin embargo, cuando he trabajado en lugares con estructuras formales, el trato ha sido peyorativo. Trabajé en estudios y agencias como fotógrafa y me veían como la artista, la rebelde, la que era diferente y creían que por eso podían sobrepasarse conmigo. Me acosaban o me culpaban de errores que no cometía. Todo esto solo me pasó con hombres que se creían superiores a una chica, escuchaba cómo se referían a las mujeres y eran despreciables. Ahora que escribo estas líneas, me doy cuenta de la gran diferencia que hay entre estos dos espacios en los que me desarrollo. En el primero, las personas suelen pensar que por ser un ambiente de autogestión el trato puede ser más peligroso; sin embargo, he aprendido que en los ambientes más formales el trato que recibe una mujer joven puede ser realmente cruel.       

Naty Muñoz - Diseñadora de indumentaria y textiles, especialista en tejido de punto y arte textil tradicional
Tener la mamá que tuve marcó quién soy como mujer. De pequeña, no entendía por qué ella era tan fuerte y tan empoderada. A mi alrededor había un mundo tan machista que sentía que mi mamá estaba equivocada. A mis cuarentas me doy cuenta de que aquello me permitió enfrentar la vida cómo lo hago ahora. El mío no ha sido un camino fácil, pero siempre me han movido la pasión y el amor por mis elecciones, donde ha sido importante la sororidad. Mi labor profesional me empoderó como mujer y madre, económica y socialmente, y eso mismo busco para las mujeres artesanas con las que he tenido el gusto de compartir 20 años de trabajo. Ser madre de un hijo varón es un reto maravilloso para luchar por el feminismo, el respeto a la diversidad y la igualdad de derechos para todas y todos.

Sandra Suazo Canchanya - Mediadora de lectura, dibujante, escritora, madre de familia y organizadora de ferias de fanzines
Levantarse temprano. Hacer el desayuno del niño mayor. Ayudarlo a alistarse para el colegio. Escuchar en la radio: ‘Mujer quemada por su pretendiente en la línea 28’. Oír a las vecinas del mercado: qué horror, qué pena, por qué será; qué habrá hecho, dicen otras voces. Detenerse en el umbral de la puerta con náuseas. Llorar. Hacer el almuerzo. Escribir, también, a las amigas. Alimentarse. Ayudar a comer a la niña menor. Temer salir, finalmente ir al trabajo. Leer junto a niños y niñas historias de amor y terror: El almohadón de plumas y los Ojos de Lina. “Qué locazo miss”. “Yo creo que debió quererla mucho por eso sufrió tanto”. “No, yo creo que estaba enfermo”. “Lo que pasa es que ella lo quería tanto que se sacó los ojos”. “En serio, estás loca, esos eran otros tiempos, ahora si me trata mal le sacaría su m con mis propias manos”, dicen ellas entre risas. Regresar a casa. Cuidarse las espaldas, sortear al anciano ebrio que me sigue. Subir al micro, llegar a casa. Sentir culpa por haber dejado a los niños. Cenar. Dibujar. Borrar. Dibujar. Leerles. Pensar qué haré, qué haremos, confabular por chat. Amar. Gritar mañana será distinto.

Beatriz Cortez Torres - Diseñadora de proyectos educativos 
Es común en el aula de clases escuchar a los niños decir: “Yo no quiero el rosado, quiero el azul” o ver que para la mayoría de niñas los únicos colores que existen son el morado y el rosado. También es muy común que los niños se sientan muy seguros de su masculinidad jugando al fútbol, pero cuando se les plantea la idea de jugar vóley no pueden evitar decir que es juego de mujeres. Estas entre tantas anécdotas me han dejado convencida que ser educadora en Lima es un trabajo duro y a contracorriente para desarrollar en los niños y niñas su consciencia y pensamiento crítico y no se dejen arrastrar por los estereotipos y prejuicios que observan en el mundo adulto. Es difícil que cada niño y niña sea auténtico, se reconozca y se quiera tal como es, con sus características físicas, sus gustos y preferencias, sus pensamientos y sentimientos, sin miedo a ser censurado. Para que la diversidad no sea considerada un problema, sino una oportunidad que nos otorga grandes posibilidades de crear en comunidad.  

Laura Santa Cruz - Bailarina y educadora
Cuido de otros. Cultivo el mundo de las emociones. Escucho. Percibo. Transformo. Movilizo energía. Siento lo que otros sienten. Ser bailarina es estar en contacto con mi cuerpo, eso ha sido una vía de emancipación. Me ha permitido darme cuenta de que soy dueña de él. El cuerpo de las mujeres suele ser explotado y violentado, desde los trabajos de cuidado hasta las labores domésticas. No me siento bien con ello, a veces me genera culpa sentirme tan lejana a lo doméstico, a veces siento culpa de no estar en esa posición. Ser bailarina me ha hecho darme cuenta de que el cuerpo es fuente de libertad y de autonomía. La danza como práctica suele ser más demandada por mujeres, es cierto, pero creo que su principio emancipador del cuerpo puede aportar mucho a la lucha de las mujeres. Nuestros cuerpos son para gozar, no para estar al servicio de la vida de otros, y no hablo desde una situación de privilegio. No trabajo 8 horas al día y mi trabajo no está bien remunerado. No tengo a veces dinero para ir al médico. Me siento frágil, pero cuando bailo siento que soy dueña de mí.

Alexandra Sánchez - Co-fundadora de Kids On Coffee Management, directora de Girls On Coffee 
Las mujeres en Lima debemos luchar en el día a día. Los estereotipos dictados por la conservadora sociedad limeña afectan mucho al sector artístico. Se espera poco de las mujeres, cuando la mayoría de las veces terminamos siendo las mejores en nuestros trabajos, siendo líderes. Es poco común encontrar mujeres en la producción técnica o logística de un evento, pienso que es porque algunas personas piensan que es “tarea de hombres”. A las mujeres no se les convoca tan fácilmente porque no son las “favoritas” en la lista de profesionales cuando se arma un equipo de producción. Yo pienso que es porque aún no las conocen. Desde mi trabajo luchamos para cambiar esas ideas formando equipos de mujeres tanto en sonido, luminotecnia y logística. He conocido mujeres muy comprometidas, responsables y profesionales en la música y eso no lo veo como diferencial por el hecho de ser mujeres, sino como una evidencia de lucha constante por sobresalir y ser valoradas.

Violeta Barrientos Silva - Feminista, escritora y profesora universitaria
Vivir como mujer en Lima está condicionado por si estás en territorio público o privado. Si tienes dinero para poner cierta distancia con el medio algo podrás evitar, si no lo tienes, porque eres estudiante o pobre, ya fuiste. Aquí es el sálvate cómo puedas, que nadie verá por ti.

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