Un caníbal pictórico llamado Keiko Gonzáles

"Si existe lo nuevo, lo que queda es seguir buscando" | © Sebastián Arévalo

Por Hans Alejandro Herrera

“Con la pintura no llegan las mentiras”, ha dicho en alguna oportunidad el crítico Arnold Harriman. Y eso pasa con la obra de Keiko: es una estocada en la retina del ojo. En sus cuadros hay cierta oscuridad y atmósfera lyncheana que recuerda una pesadilla postindustrial. Un ojo entrenado podrá ver en sus pinturas a Tamayo, Szyszlo, Bacon. El espectador encontrará una búsqueda sucia, oscura, áspera, incluso sexual; un noctámbulo en busca de raíces donde anclarse a la tierra. Da la impresión de no saber dónde está este señor; y eso es lo que precisamente encanta: su búsqueda permanente que no nos permite ubicarlo en un espacio.

Su pintura completamente sensorial parte de un primitivismo inherente y tiene como arte todas las características de ser anónimo. Entendiendo el anonimato como una especie de universalidad, como cuando en música el artista pierde en fama para ganar en espíritu de pueblo; puede ser sentido e interpretado por cualquier persona; entonces la batalla del arte está ganada, y eso ha logrado Keiko. Dependiendo sus periodos podemos encontrarnos con sorpresas diversas. En una pintura de años atrás nos topamos con una que parece un palacio en llamas, obra de la serie Red del año 2005. En otras hay una reapropiación y una reinterpretación del Oro del Azur de Miró (otro sin título esta vez de la serie Vessels, 1997). En su periodo actual flota sobre sus óleos una nube tóxica, negros como solo los tiene Pollock sobre fondos blancos que se antojan más sucios y reales. Está claro que Keiko es un caníbal pictórico, con un buffet de referentes traducidos a un lenguaje libre donde el dibujo está presente con trazos que parecen ralladuras trazadas por una mano infantil nada inocente. Se siente la tosquedad de las pinceladas, brochazos arrebatados de energía. La suya es una libertad que nace de las entrañas hasta sacar de la decadencia del espíritu una luminosidad transfiguradora.

Yo no lo sabía  pero cuando fui al Art Lima 2019 y entré a una de las salas, me di cuenta que Keiko estaba aquí. Me bastó ver los cuadros para saber que era él. Un artista que logra ser memorable y reconocible entre la Babel de pintores del festival, eso es un logro. Hace un año tuve la oportunidad de concerlo y convesar con él. 

Elegiste el arte abstracto porque te ofrece más libertad.
Más que nada es una decisión formal. No me gusta el realismo, me molesta, me irrita. En vez de eso trato de definir el arte, cuál es el lenguaje de la pintura, cuál es su esencia. Creo que es una cosa mucho más abstracta. No debería representar una montaña o una cara, no debería apropiarse de otro idioma, contando historias, sino hacerlo dentro de la pintura misma que es su esencia.

¿Cuál es su naturaleza?
La pintura es línea, color, forma, trazo, energía y fuerza. Eso sí me ha interesado de la pintura. La gente está queriendo querer sentirse cómoda ante un cuadro en el que puede identificar una cara, un cielo. Yo quiero ir en contra de eso. Cuando veo algo que está apareciendo, lo borro, tiene que salirse, tengo que mantenerme en el lenguaje mismo de la materia; es como escuchar música. Escuchas un poco de jazz y piensas: ¿qué significa esto?. Preguntarte qué significa eso, es matar la música, matar la esencia de la música. Así yo entiendo la pintura. Cada vez que hago un cuadro trato de definir qué es la pintura.

¿Qué buscas al pintar?
Lo que me interesa es ver la fuerza. Poner, buscar, raspar dentro del idioma que uno maneja qué se puede hacer y qué no puedes hacer. Es mantener cierto orden en ese caos.

Tú ganaste un concurso de dibujo y en abstracto.
Mi mayor logro fue haberlo ganado y siendo más joven, porque no era dibujo figurativo mi propuesta. Y me encanto porque lo entendieron,   que la línea no tiene que estar atada a la forma o a una historia, la línea es libre y eso es lo que han visto y eso es lo que me encanto. Tu trazo cuando lo quieres atar a algo lo debilitas, cuando lo sueltas todo puede suceder.

Las dimensiones de tus pinturas son grandes, a veces ocupan toda una pared. ¿Fue difícil posicionar tu trabajo en tu país?
No lo he visto difícil, he sentido que el arte boliviano, la pintura especialmente estaba como trancada. Hay timidez en los pintores bolivianos. Hacían cosas pequeñas para las casas. Los coleccionistas buscaban no un cuadro sino veinte y todos bien marcados y no de dimensiones grandes, y llenaban una pared de muchos cuadros. Yo creo que he ayudado a cambiar eso. Esto (el cuadro) tiene que ir solo y funcionar en el espacio donde está, pueda ser una casa del s. XVIII o del s. XXI. Cuando uno viene y rompe con los esquemas se abren los ojos, guste o no guste están confrontados con esto. Yo quiero confrontar y que me confronten.

Hay cierta percepción de suciedad y brusquedad en tu trazo.
Sí, eso cada vez busco más. Voy en esa línea, entre un caos total, y si lo ves bien notarás que están como contenidos dentro, se arman formas, figuras, se siente que es orgánico, como si hubiesen seres fantásticos dentro. Pero es el trazo libre lo que me interesa, una línea muy suelta, y  agresiva, que se vea sensual. Si eres pintor ya eres tradicional. Pero dentro de eso hay una infinidad de posibilidades.

¿Cómo es pintar dimensiones grandes?
Por las dimensiones necesitas dibujarla con el cuerpo entero. Trabajar por un mes, dos meses, un año y ahí tienes el gesto que quedo de ese día, el momento capturado en un trazo. El testimonio de un tiempo, de una mayor presencia del cuerpo en el cuadro y de libertad. Pero como dije, hay que entrar a ordenar. Porque con todo y caos eres un ser humano pensante. Cuando pienso cuando empecé ese cuadro pienso que estoy haciendo el mismo cuadro. Termino uno y comienzo el otro, así no. Como tengo un taller bastante grande puedo saltar de un cuadro a otro, y todos se alimentan entre sí, una espiral que sigue y sigue. Lo veo como un cuadro que he empezado hace treinta años  y que ha alimentado a este y este y sigue,  y a  veces vuelve a reencontrarse y nunca se termina, se  alimenta una cosa de otra. Porque estoy trabajando al mismo tiempo varios, es difícil decir cuando uno comienza y cuando uno termina. En mi estudio debo tener doce cuadros andando ahora. No hay que poner presión sobre ningún cuadro, no puedo decir este cuadro lo debo terminar para Lima. Llegarán los que tengan que llegar.

No te gusta el cliché de artista triste y sufrido.
Lo odio. Eso que tengas que estar triste para trabajar, pero es que si no estás bien físicamente no hay caso. Practico mucho futbol tenis, squash. Afronto el cuadro más que con alegría, con energía. Hay que entrar a trabajar. No se trata de estar inspirado. En el estudio siempre hay que hacer 20 cuadros andando, uno en el piso, dibujos. Siempre hay que trabajar, no esperas a la musa, vas y la buscas. Con unas buenas 5 o 6 horas trabajando al día está bien, buscando cuadros que están a punto de terminarse en una. Trato de no pensarlo mucho. Tiene que ser en el acto, hasta que me canso o lo acabo.

¿Buscas lo nuevo o solo queda el plagio o la repetición?
Si existe lo nuevo, lo que queda es seguir buscando. Existirá el cuadro perfecto, no lo sé, pero esa es siempre la búsqueda. Y cada vez que trabajas encuentras una cosa nueva, puedes trabajar cuarenta años y sigues aprendiendo, esa es la maravilla de la pintura.

INSTAGRAM: Keikopaints

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