3 poemas en prosa sobre la Belleza | Charles Baudelaire

"Esta orgía, tan diferente de las fiestas humanas, tiene un carácter silencioso." Ch. B. | © Pierre Vallet

"De vino, de poesía o de virtud", qué importa. Era lo que aconsejaba el poeta Charles Baudelaire al género humano. A todas las generaciones que vendrían después de él. Ya sea recurriendo al uso de 'los paraísos artificiales', a la contemplación de la Belleza o a la afición al trabajo, hay que procurar siempre permanecer en tal estado: "Para no ser los esclavos martirizados del tiempo, embriagaos; embriagaos sin cesar. De vino, de poesía o de virtud, como queraís". Consejo que conviene recordar durante estos días de asilamiento social obligatorio. 

El llamado "Rey de los Poetas" , Charles Pierre Baudelaire, nació en París un 9 de abril de 1821. 

El loco y la Venus
¡Qué día tan admirable!
El amplio parque desfallece bajo la mirada ardiente del sol, como la juventud bajo el dominio del amor.
El éxtasis universal de las cosas no se traduce en ruido alguno; las propias aguas están como adormecidas. Esta orgía, tan diferente de las fiestas humanas, tiene un carácter silencioso.
Se diría que una luz siempre en aumento hace que resplandezcan los objetos cada vez más; que las flores, excitadas, arden en deseos de rivalizar con el azul del cielo mediante la energía de sus colores, y que el calor, haciendo visibles los perfumes, los eleva al astro convertidos en humo.
Pero en medio de este goce universal he captado a un ser afligido.
A los pies de una Venus colosal, uno de esos locos artificiales, uno de esos bufones voluntarios que se encargan de hacer reír a los reyes cuando el remordimiento o el hastío les obsesiona, vestido con un ropaje chillón y ridículo, con la cabeza cubierta de cuernos y cascabeles, acurrucado junto al pedestal, alza los ojos llenos de lágrimas hacia la inmortal diosa.
Y dicen sus ojos: “Soy el último y el más solitario de los seres humanos, privado de amor y amistad, y muy inferior en esto al más imperfecto de los animales. Sin embargo, ¡también estoy hecho para entender y sentir belleza inmortal! ¡Oh, diosa, apiádate de mi tristeza y de mi delirio!”
Pero la implacable Venus mira no sé qué a lo lejos con sus ojos de mármol.

Los beneficios de la luna
La luna, que es el capricho por antonomasia, miró por la ventana mientras dormías en la cuna, y se dijo: “Me gusta esa niña”. Entonces, descendió suavemente por su escalera de nubes y atravesó sin hacer ruido los cristales. Luego, inclinó sobre ti con la dulce ternura de una madre y te dio con sus colores en el rostro. De ahí que tus ojos fueran en adelante verdes y tus mejillas extraordinariamente pálidas. Por haber contemplado a la que te visitó, tienes esos ojos tan extramente grandes; y por haberte estrechado el cuello con tanta ternura, se te quedó para siempre la gana de llorar.
Al mismo tiempo, cuando la luna expreso su alegría, llenó todo tu cuarto de una atmósfera fosforescente, de un veneno luminoso, y toda esa luz viviente pensaba y decía: “Estarás eternamente influida por mi beso. Serás hermosa a mi manera. Amarás lo que yo amo y lo que me ama: el agua, las nubes, el silencio y la noche, el mar verde e inmenso, el agua informe y multiforme, el lugar donde no estés, el amante que no conocerás, las flores monstruosas, los perfumes que hacen delirar, los gatos que se quedan extasiados sobre un piano y que gimen como las mujeres con una voz ronca y dulce.
Y serás amada por quienes me aman, cortejada por quienes me cortejan.
Serás la reina de los hombres de ojos verdes, a quienes también estreché el cuello con mis caricias nocturnas de los que aman el mar, el mar inmenso, tumultuoso y verde, el agua informe y multiforme, el lugar donde no están, la mujer a quien no conocen, las flores siniestras que parecen incensarios de una religión desconocida, los perfumes que turban la voluntad, y los animales salvajes y voluptuosos que son los emblemas de su locura.”
Y por todo eso, maldita y querida niña mimada,
estoy ahora postrado a tus pies, buscando en toda su persona el reflejo de la diosa terrible, de la madrina fatídica, de la nodriza envenenadora de todos los lunáticos.

El confíteor del artista
¡Qué penetrantes son los atardeceres de otoño! Penetrantes,¡ay!, hasta causa dolor. Pues hay ciertas sensaciones dolorosas cuyo carácter vago no excluye la intensidad, y no existe punta más afilada que la del infinito. 
¡Qué delicia ahogar la mirada en la inmensidad del cielo y del mar! ¡Qué soledad, qué silencio, qué incomparable castidad la del cielo azul! Una velita estremeciéndose en el horizonte y que con su pequeñez y aislamiento imita mi irremediable existencia, la melodía monótona del oleaje, todas esas cosas piensan por mí, o yo pienso por ellas (pues el yo se pierde pronto en la inmesidad del sueño); piensan, digo, pero de un modo musical y pintoresco, sin argucias ni sologismo ni deducciones.
Sin embargo,
estos pensamientos, ya broten de mí o surjan de las cosas, se vuelven pronto demasiado intensos. La energía aplicada al deleite produce un malestar y un auténtico sufrimiento. Mis nervios demasiado tensos no producen más que vibraciones estentóreas y dolorosas. 
Y ahora me consterna la profundidad del cielo, me exaspera su limpidez. La insensibildad del mar, la inmutabilidad del espectáculo me sublevan... ¡Ay!, ¿habrá de sufrir eternamente o huir eternamente de lo bello? ¡Déjame, naturaleza, hechiera despiadada, rival siempre victoriosa! ¡Deja de tentar mis deseos y mi orgullo! El estudio de lo bello es un duelo en el que el artista grita de espanto antes de ser vencido. 

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