Apología del “fracaso”. Un misterio resuelto en el “Al Toque Pez”

El modesto negocio se había mantenido modesto por una cuestión de elección. | © El Recoveco Lima

Todavía no llegaba la noche, pero la contemplación de una imagen me dejó exhausto. Me sucedió el famoso “punctum” de Barthes, la inesperada “flecha que viene a clavarse y despertar mis sentimientos, que deviene de algo íntimo y a menudo innombrable”. Y no pude recuperarme. Así que decidí dar por terminado el día. Apagué la compu. Busqué refugio en la habitación de mi abuela a pesar que todavía faltaban como cinco horas para que empiece Moisés y los diez mandamientos.

Acostado sobre una frazada de plumas, mi abuela y yo veíamos las noticias. Otra vez me produjeron el efecto “15 de marzo”: cada noticia seguía siendo más impactante y asquerosa que la anterior, y a pesar de estar bien “seguro” y arropado me volví a sentir mareado en casa. Dios mío, pensé, alguien ha vuelto a encender el caldero del sopor y la apatía. ¡Tengo que salir de la olla; AHORITA!

Entonces me acordé de Netflix. Aquel hábito contemporáneo al que recurrimos para distraernos o evadirnos un rato, así como también para circunstancias de emergencia como la que les cuento ahora, ya que la plataforma streaming también es útil para sobre llevar la desesperación, el dolor, el aburrimiento y el vacío en un mundo donde la explosión nuclear en un puerto del mundo no puede ser otra cosa que el acontecimiento del día, entre otras cosas más. Incluso, me atrevería a decir que, más que un acontecimiento en el sentido filosófico, tales oasis de horror que consumimos día a día no parecieran ser asumidas como noticias “reales” sino como performances artísticas.

Sin embargo, cuando me acordé que todavía no había visto el documental que le dedica Netflix al Al Toque Pez, di un brinco sobre la cama y exclamé: “¡Techo! Ya sé cómo entretenernos. Mis amigos me han contado que hay un documental de comida peruana en Netflix. Durante toda la semana pasada he visto al chef, del cual era cliente habitual, “chino” de la risa en muchas portadas de periódicos”.  

“¿Ah, sí? –me respondió Esther, más conocida como Mamá Techo– A ver ponla”.


Foto: Greg de Villiers

UN CLIENTE HABITUAL
Al igual que usted, amable lector y lectora, caserito y caserita de la famosa cevichería, yo también me emocioné solo con ver el primer plano del docu: la fachada del Al Toque Pez filmada “enfrente”, y con una súper cámara profesional, me indujeron a pensar que estaba por entrar a un mundo desconocido, pero que hasta el día de “ayer” había vivido como cliente habitual.

Recuerdo haber presenciado en una oportunidad que, antes que Netflix, llegaron al local un grupo de estudiantes de la universidad San Martín con cámaras y micrófonos de mano. El chef se mostró sorprendido y molesto con la petición de la entrevista puesto que no habían acordado nada previamente. Los muchachos se asustaron. Le explicaron que tenían que trabajar el material para el día siguiente (para variar). A regañadientes pero piadoso, el chef buena gente accedió a darles el reportaje finalizando con un resignado “para la próxima avisen pues”.

Por más increíble que suene, no sabía quién era Tomás Toshi Matsufuji. Ni tampoco me molesté nunca en averiguarlo, pero siempre supe que, como todos los comensales, las manos de quien nos ponía el trío marino sobre la mesa eran mágicas. Y había una pregunta que siempre rondaba mi cabeza: “¿Por qué ante tan delicioso y generoso plato, y con tanta demanda de gente, el precio sigue siendo tan bajo y el local tan pequeño?”. Esta pregunta queda tajantemente respondida en el episodio 4 que Street Food Latinoamérica le dedica unos pocos negocios callejeros de nuestra ciudad, y que ha sido harto comentada por los medios locales y del mundo.  

La respuesta no es una idea, sino una acción; quizá la madre de las musas; aquella razón que vivimos anhelando, nuestro primer y último bastión, nuestra Bastilla: La Libertad.

El modesto negocio se había mantenido modesto por una cuestión de elección. En un país paradójico que encuentra su "alta autoestima" en lujuriosos platos de comida, que representan a un país con miles y miles de personas que literalmente se mueren de hambre, y que “mama” de una reliquia de piedra extraviada en las alturas, ahora vacía de turistas, el querer mantener un perfil bajo en un escenario fantaseado, creado y prostituido por Marca Perú, es digno de admiración.

Es algo así como que te toque un trío de ases en una partida de póker y retirarte de la mesa sin mostrarlas, a pesar del cuantioso pozo acumulado. Pero, ¿por qué el jugador tomaría esta "tonta" decisión? Al igual que los poetas, estamos ante un chef peruano que desprecia el ORO. Este artista de la cocina, con un doctorado en ingeniería industrial y todos los beneficios que trae un apellido de renombre, era quien nos ponía el plato sobre la mesa, y no nos habíamos dado cuenta… Mi experiencia con el documental de Netflix reside en el escándalo de no haberme dado cuenta de nada a pesar de ser un cliente habitual, y de toda la información disponible en la web sobre este cocinero reconocido internacionalmente. Mis “fabulosos dotes de observación” que me gusta creer que poseo, han sido humillados una vez más. 


Foto: El País

¿ADIÓS A EL "AGACHADITO"?
Cuando vivía a unas cuadras de la avenida Angamos, mis hábitos alimenticios fuera de casa se reducían a dos espacios determinados por la estación del año: Al Toque Pez en verano; Siete Sopas en invierno. Qué derroche, qué alegría de los sentidos, qué económico para nuestros bolsillos en estos locales donde comer “agachadito”, y solo, es una experiencia totalmente distinta a hacerlo sobre la mesa y acompañados. Comer en aquellas banquitas sin respaldar es la viva expresión del comensal que se encuentra “de paso”, quien goza de comer en solitario mientras ojea algún periódico repugnante y va proyectando su día, o su descanso, ya sea porque recién lo empieza, ya sea porque lo termina.

Sin embargo, all this beauty is gone. El amor de mezclarse con la “masa”, o con los comensales en esta oportunidad, solo queda en el recuerdo. ES MÁS, recuerdo que un día antes del “15 de marzo”, me empujé mi último trío marino en el Al Toque Pez. Luego, con el corazón contento, bajé a la playa. El mar estaba grande. Como Punta Roquitas, nuestra playa habitual, estaba “pasuchi” (demasiadas olas), la tabla que le alquilé al “Gordo” me la llevé a la “reventa” de Makaha.

Me metí una sesión feliz como hace tiempo no sucedía. Olas largas, constantes y de paredes sólidas se abrían desde el fondo, más allá del límite de la peña de la Rosa Náutica. Como los peruanos ya habíamos comenzado a vivir bajo el espectro del enemigo invisible, quise pensar que mi dicha en el mar no se trataba de ninguna casualidad. Me repetí, más tarde, mientras veía a los niños jugar en el jardín ese mismo día, cuando estaba tirado en el parque Maria Reiche al atardecer, que aquel sábado 14 de marzo, día en que amanecí con una resaca espantosa, había que recordarlo para siempre.

Regresando a Matsufuji, destaca en el documental lo atormentado que se ha sentido el protagonista por llevar la sombra del padre y su apellido. Te heredan un prestigioso negocio que funciona de putamadre y lo hechas a perder. Pero no solo por una cuestión de torpeza, sino algo más grave: de voluntad. Se me ocurre una analogía que los varones considerarán “anormal”, y las mujeres leerán “extrañadas”:

Puede que se nos presente la oportunidad de oro con la mujer más guapa de la ciudad pero, por increíble que pueda sonar, cuando uno no tiene ganas o no quiere, ¿por qué habría que ceder? Desde un punto de vista social, decir que no sería ser un estúpido; pero no se puede negar que desde el individuo es un acto de libertad.   

Y esto último es lo que representa el protagonista del documental. Lección invaluable. 

EL ETERNO "SEGUNDÓN"
Cosa curiosa: no es al tal Gastón a quien Netflix pone la cámara en primer plano, sino a un chef retraído, medio antisocial, nada elocuente, sin mujer, que todavía vive con su madre y que representa todo lo contrario al vicio del “éxito”, miel anhelada que hay que lamer como sea. Sin embargo, la intención de este peruano descendiente de nipones, del que se auguró un equivocado porvenir dorado en la continuidad del negocio y tradición familiar, nunca fue otra que la felicidad de poner un plato de ceviche sobre la mesa preparado por él a su manera. Esto es lo importante. Así como las nalgas... las manos: ¡qué imporantantes son! Otra lección más que hemos aprendido en el periodo covid-19. 

Y como bien corresponde a esta situación simbólica, el ceviche obtuvo el segundo lugar en este campeonato culinario promovido por Netflix a partir de la docuserie latinoamericana. "Después de sumar 802.095 votos, finalmente se perfiló el ganador: la Tlayuda venció con el 46,8 % de los votos al Ceviche que obtuvo 45,3 %". Perdimos por nada y México tiene una población 10 veces más númerosa que el Perú. El tercer lugar fue para el Choripán que no sé qué chucha hacía ahí. 

Este dignísimo segundo lugar merece, sin duda, un trío marino con su vaso de chicha morada en el Al Toque Pez. El problema de fondo está en que tuvo que ser Netflix quien haya tenido que venir a explicármelo. 

Añadir nuevo comentario