¿Cuánto resistes bajo el agua?

Un revolucionario Jesucristo (Óscar López Arias) dialoga con un Mario niño (Leonardo Torres Vilar) bastante confundido. | © Séfora Ambulódegui

A once años de su estreno en el Teatro Británico, Respira, de Eduardo Adrianzén, vuelve a las tablas. En esta ocasión a las del Teatro Marsano de Osvaldo Cattone.

Aprender a nadar no siempre es fácil. En mi caso, cuando era niño me daba miedo tirarme un clavado y romperme la cabeza contra el suelo de la piscina. La acción (tan) simple de introducir mi frente en la capa líquida a gran velocidad hacía que evadiera las obligatorias clases de natación en el colegio y que me quede sentado en las gradas viendo cómo mis compañeros braceaban con estilo. A Mario, protagonista de Respira, también se le hizo complicado sumergirse. Por eso, la obra inicia con él, a sus cuarenta y pico años, con el torso desnudo y ropa de baño, al borde de una piscina, tres décadas después de casi morir ahogado en un paseo. Desde ese momento, la historia se moverá en el tiempo como una pelota de pin pon, y seremos introducidos en la intimidad de una familia –los Atienza–, encabezada por Felipe, militante de uno de los tantos partidos de izquierda del Perú de los años setenta; y Pilar, una madre conservadora. 

“Ser de izquierda no significa ser pobre. Yo aspiro a que todo el mundo tenga lo mismo que yo: una casa decente, un carro, seguros médicos, un tres en uno alta fidelidad. ¿Acaso un obrero no tiene derecho a escuchar ‘La Cantata de Santa María de Iquique’ en estéreo?”, le pregunta él a ella, a lo que le responden: “Tú no tienes la menor idea de cómo vive un obrero”. Y él remata: “Tengo bastante más idea que tú, pequeña burguesa hija de un explotador que vive de la plusvalía”.

Confundido y herido por ese fuego cruzado, a la sombra de su hermano mayor –el buenmozo, inteligente y solidario Renato–, Mario se siente ansioso por una duda muy actual, pues, a pesar de los calendarios, los jóvenes que acabamos de ver la alianza entre Verónica Mendoza y Vladimir Cerrón también nos preguntamos: ¿Existe algo en qué creer? Por supuesto, ¡en Dios!, le dicen a Mario en su colegio religioso cuando se prepara para hacer la primera comunión. No obstante, en la catequesis el niño se llena de dudas al pasar por una situación desagradable y al conocer a un Cristo que no levanta los dedos de la paz y el amor, sino que es un revolucionario, de esos que siguen el camino de la lucha armada, que hacen lo que su padre dice que...

VAIVÉN DE EMOCIONES
Con casi hora y media de duración, Respira es un drama que logra que las butacas se carcajeen en varios pasajes. Personalmente, lo que más me ha gustado ha sido la insolencia del dramaturgo Eduardo Adrianzén para desenmascarar a ciertos elementos de la sociedad sin ningún tipo de misericordia. Por ejemplo, nos presenta al limeño de izquierda que va a vacacionar a un país comunista –aprovechándose del valor de su moneda– y a la católica recalcitrante que encubre a un sacerdote nada ejemplar.


¿Te tocas tus partes?. Es la pregunta del Padre Simón (Víctor Prada) al inocente Walter (Javier Echevarría).  

Ducho en la escritura de telenovelas (Los de arriba y los de abajo, Qué buena raza) Adrianzén conoce a su público, y así como saca risas, también sabe cómo humedecer los ojos. La mayoría de las escenas de Respira son breves, efectistas, tipo pantalla chica, y se suceden con agilidad; aunque el texto está cargado de política, no es solo un teatro de ideas, hay una historia que conmueve, una historia con la que nos podemos identificar.

Casi como un espectador más, en un rol desesperantemente pasivo, nuestro protagonista observa cómo las columnas de su casa –una representación simbólica del país– se desmoronan por una tragedia. Ya se lo había advertido el sedicioso de Jerusalén: “El cariño nunca es suficiente para evitar lo inevitable”.

Así, ahora Mario debe zambullirse en el pasado, en su rojo y acuoso expediente familiar, para resolver sus traumas, que pueden ser los de una generación. Las respuestas se esconden en el fondo del agua. Necesita aprender a nadar, aunque lo inmovilice el temor. 

¿Podrá?

Sí, no, es lo de menos, creo… Bajado el telón, lo desconcertante de Respira es que uno sale a la calle con más preguntas de las que tenía antes de entrar en el Teatro Marsano. ¡Qué complicado es el Perú, caramba! Da la impresión de que todos los caminos tuvieran alguna trampa. Finamente, andando como autómata por la Vía Expresa, al lado de autos que rugen, con hambre, una línea de Cristo llega como revelación: “En la vida, si no pateas, te acomodas. Lo que tampoco garantiza que seas feliz”.

¿Pero qué quiere decir eso, Maestro? 

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