Maradona: más allá del barro y la gloria

La expresión del dolor y del coraje ante el dolor, el barro en los chimpunes trepando por las piernas y los brazos.

¿Qué mayor contradicción que Maradona en el siglo XXI? Porque lo queremos a pesar de él también, a pesar de lo que muchos defendemos y criticamos. ¿Y qué con eso? La gente parece confundir u olvidar que no necesariamente la obra y la vida van juntos, incluso la propia vida puede dar mensajes distintos de lo que uno pudiera pensar. 

Ha muerto Diego Armando Maradona y de pronto todos buscan santos. ¿Cómo explicar tanta devoción en quien tanto se equivocó? Tal vez por eso mismo, porque, como nosotros, se equivocó muchas veces. Pero también porque logró todo lo que nosotros, que nos equivocamos, jamás lograremos.

Es difícil de explicar, hay un hálito de misterio que reside ahí donde muchos nos congregamos a celebrarlo y a despedirnos con la tristeza que este año de mierda nos ha enseñado. No hay ganas de develar ese misterio, más que algunos matices.


La eternidad de un instante. El 22 de junio de 1986, en el Estadio Azteca de la Ciudad de México, los ingleses y el mundo entero vieron la "Mano de Dios". 

¿Qué mayor contradicción que Maradona en el siglo XXI? Porque lo queremos a pesar de él también, a pesar de lo que muchos defendemos y criticamos. ¿Y qué con eso? De pronto la gente busca santos y no personas para admirar, de pronto nadie ha jalado una raya o no tiene amigos que sí. Si ese fuera el caso los izquierdistas no podrían leer a Borges, los de derecha estarían vetados de ingresar a Saramago. Tendríamos que clausurar las obras de Frida por haber tolerado a Diego Rivera y, por su puesto, incendiar al mismo gordo. Deberíamos claudicar de Nina Simone, ahora símbolo feminista para algunos y algunas, debido al maltrato a su hija. Prescindir del cine de Woody Allen o de Almodóvar, por haberlo defendido. Renunciar a Chavela Vargas cuando los tequilas la transformaban en esa persona que no es la que recordaremos siempre.

Hay una cima moral peligrosa desde donde se juzga lo que se debe decir o admirar y eso constituye un peligro. ¿Desde dónde apuntamos lo correcto? ¿Quién nos otorga ese derecho de lo que se debe hacer o admirar? Porque esa estructura de pensamiento fue la que negó la humanidad al negro, situó en la infancia mental al indio y doblegó a la mujer hasta el estallido reivindicatorio que tantas ampollas deja en los más rancios. No se trata de cambiar de mando en la estructura vieja, se trata de cambiar la estructura misma.

La gente parece confundir u olvidar que no necesariamente la obra y la vida van juntos, incluso la propia vida puede dar mensajes distintos de lo que uno pudiera pensar. Pero volvamos a las obras, uno no rescata de la obra de Vallejo su comunismo, sino su voluntad de vivir. Las canciones de Sabina tal vez algunas veces hayan contribuido más a eliminar muchas conductas machistas de lo que los libros académicos del feminismo han logrado, aunque éste no haya sido el propósito de su autor. Lo que produce una obra escapa a las voluntades de sus creadores y va forjando su propia lectura según la cultura de su tiempo y espacio. ¿Cómo entender que "Madame Bovary", que para salvarla del juicio tuvo que ser convertida en una advertencia moral de las consecuencias del adulterio, sea ahora un símbolo de la opresión a la mujer?

Maradona convoca pasiones, en ellas habitan la admiración y la reprobación. Quienes sólo sienten una de ellas la tienen fácil, aunque también se pierdan de muchos matices sin los cuales no es posible vivir con toda la riqueza que ello significa. Dije al principio que no quisiera revelar el misterio que me convoca al Diego. Sin embargo, tal vez unos matices no rompan con este propósito.

¿Qué lleva a alguien ajeno al fútbol a ver una y otra vez las jugadas de Maradona por Internet? No lo sé, no busco en el Diego al mejor futbolista, aunque lo es. Lo que atrae fue esa entrega, esa manera de correr contra el mundo, la mirada del miedo y del vencimiento del miedo. La expresión del dolor y del coraje ante el dolor, el barro en los chimpunes trepando por las piernas y los brazos. Las faltas innumerables ante los 1.65 metros del más grande. Sus castigos, sus abucheos, su descenso al infierno, donde todos hemos estado. Sus condenas públicas, su pobreza, el reproche de los inmaculados, la gentita más linda. El gol a los ingleses, la trampa a la decencia, la gambeta al infortunio. Ser el más amado, ser el más odiado. En resumen, no sé qué me lleva tanto a Maradona, pero ahí está, siempre.

“No quiero héroes inmaculados, sino manchados de intensidad, de coraje, de errores”, escribió en su cuenta de Twitter el intelectual y ensayista Marcel Velásquez Castro. ¿Se imaginan una obra de ficción con seres impolutos o una biografía así? Hay que huir de las hagiografías y de la ficción edulcorada. Además, uno de los peores errores de las novelas moralistas es ofrecernos una visión maniquea de la vida. Las mejores novelas nos enrostran ese lado oscuro que negamos y nos invitan a cuestionarnos.

Resumiendo: yo tampoco quiero héroes inmaculados.

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