"Welcome to the machine". Algunos textos esenciales de Juan Manuel Robles, 2020-2021

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Cap. 1

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Una de las imágenes del futuro apocalíptico que llegaremos a ver —más pronto de lo que pensábamos— es un mundo con gente enmascarada. Gente en las calles haciendo su vida normal con la boca y la nariz cubiertas.

Allí es donde aparecerán, infiltradas, esas historias que estén por investigarse y narrarse.

Recordar parecería algo similar a entrar en una máquina del tiempo.  Pero la verdad es que mientras vivimos el presente no sabemos muchas cosas, y no tenemos consciencia de elementos que sí aparecerán en la evocación: como esas canciones que asociaremos al recuerdo de hoy –cual soundtrack– pero que, si verificamos, no se han creado aún.

Es una paradoja: no sabemos cómo serán nuestros recuerdos de la pandemia, porque para su formación todavía tiene que llegar una serie de relatos externos –entre ellos, esos relatos terribles que están por escribirse y contarse en el futuro–. Cuesta imaginarlo: el recuerdo de ti mismo en estos días estará determinado por las historias que se hagan después (de aquí a unos años).

Si esta cuarentena sirve para que nos importen cosas que generalmente no nos importan, para que peruanos con privilegios piensen en gente explotada e ignorada, la experiencia tendrá el atenuante de ser un tiempo aprovechado, una especie de servicio solidario obligatorio que, con suerte, nos vacunará contra extremismos y patanerías.

Porque la memoria de las postales y las placas a veces es una forma de olvido. La memoria estiliza, y crea belleza donde hubo horror, es una manera de estabilizar el relato y sublimarlo. La memoria nos dice sutilmente que el ciclo está cerrado. El problema surge cuando estos mecanismos “memoriales” se ejecutan cuando la justicia no solo no ha llegado, sino que está aún muy lejos, convenientemente detenida.

Al contrario de lo que dicen los profetas del amor, cada vez me queda más claro que este no es un cambio de era, el fin y comienzo, un antes y un después, un evento que nos dejará en shock y del que saldremos 'rehabilitados'.

Cuando veo lo ocurrido pienso que no nos duró ni un mes la cacareada “unidad en la desgracia”. Cada uno va tomando el papel de siempre.

 

 

Ahora, en medio de la mayor pandemia en cien años, urdimos una ficción en la que vemos la luz, aprendemos, nos hermanamos arrepentidos y nos volvemos solidarios.

La cuarentena fue un alucinógeno

que nos hizo pensar que todos estábamos en el mismo barco.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 










 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ESCRITOS ENTRE
FEBRERO 2020 – JULIO 2021

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Un lapo y el coronavirus

SHOCK DE

CONSCIENCIA

El Perú que nos estresa

Televisores y cervezas


Inti y Jack: Memoria express

Ángeles o terrucos

¿Quién está dividido?


Victoria conseguida en las calles

SALUD POR LOS 500

Peleémonos nomás

Fallo contra la alegría

Fascismo importado, violencia nuestra

Pobre prensa


LETRA CHIQUITA

Prensa con Gusanos

Contigo Perú, sin cultura

VIVA EL

MIEDO

Paranoias

Evofobia

Juguemos a matarnos

Lampa siniestra

Contar con la muerte

La mano dura, jajá

Gracias, Keiko

El antirracista de Instagram

La única verdad es que no hubo fraude

Oportunidad única

MEMORIA POR VENIR

Ronderos de las redes

HIENAS

Tan orgullosos y siniestros

Fantasías privadas

VIZCARRA FANTÁSTICO

Delfines y tiburones

Cuyubamba y

el efecto Mia Kalifa

Evo, inspirador

De nuevos ricos a nuevos pobres

Viejos desechables

Soberana 

hierba

LUDÓPATAS

Hijos, poder y medios

ENEMIGO

PRESIDENTE

Temores sobre Castillo

Destino Forsyth

Daniel Peredo: Deepfake en tiempos de Willax

Repetto y Cisneros

Adiós Cattone

Esperanza 

millennial

Todo lo ven racismo, oye

Combis japonesas

La esterilización

forzada de votos

La caída del muro de Berlín neoliberal

El corso de Willax

Sicaria de derecha

Trabajar en casa

Paisanas

Ensayos racistas

Acomplejados

Niños futbolistas

Golpe a los liberales

Liberales censores

Riesgo

mayor

Hace un año

ELOGIO DE LOS

CUATRO GATOS

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Adiós, papá neoliberal

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Lo divertido cuando un tipo al que le caigo mal comparte un texto mío en su muro de Facebook —para atacarme—

es que sus seguidores terminan leyéndome felices y se olvidan de las cojudeces que dijo. Gracias por tanto cariño. Los quiero.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



En estos días de parálisis, he recordado la pregunta boba:

¿Para qué sirve la cultura?

Pues para empezar, habría servido en esta pandemia para que mucha gente pueda estar quieta inventando una vida alternativa, con recursos para imaginar y adaptarse.

La cultura: otra carencia grande que nos estalla en la cara.

El credo de Acurio era usar los recursos que tenemos a la mano para inventar cosas sorprendentes, universalmente admirables. Ser impredecible. Jugar. Más allá de la comida. Estoy seguro que más de un joven ha sentido que la cuarentena abrió un pequeño espacio donde inventar está permitido.

Es la oportunidad de sembrar,

en la mente de muchísimas personas, imaginarios para que después, cuando todo pase, ellos consuman más arte, vayan a los teatros, o simplemente miren más.

Aprovechemos esta oportunidad única,

esta ebriedad colectiva donde emergen esas personalidades que solían inhibirse –los egos oscuros–, esta temporada de salidas súbitas del clóset, para detectar a los malos elementos, encarar a quien se lo merezca y, de ser necesario,

mandarlo elegantemente al carajo.

El periodismo hará lo suyo –semanarios como este lo están haciendo, con historias escalofriantes–; las artes pondrán el resto: la fijación de los símbolos. Nos tocará atribuir responsabilidades, conocer a los hombres siniestros que tomaron decisiones como cobrar 200 mil soles por paciente en las clínicas. Sabremos de la cadena de mando; veremos con desprecio y pena al gerente altanero que justificaba todo eso, un paria de la Historia.

Cuando vi lo que vimos, pensé que merecerían un combo por cada elector traicionado. Lo pensé en abstracto, por supuesto, aunque luego vi cómo un joven encabronado usaba su cuerpo como avatar de miles de ciudadanos llenos de indignación y le daba un puñete a un congresista de la lampa.

“A ese paso, solo te van a quedar los antros del cono norte”, me dijo algún amigo. Fui perdiendo amigos. La cosa fue peor cuando decidí romper todo vínculo con cualquier persona que usara expresiones como “cholo de mierda”. Entendí que no se trataban simplemente de gente con una visión distinta del mundo; entendí que eran parte del problema. La depuración, a la larga, fue provechosa, pero también dolió.

Me dejó un poco más solo.

Felizmente los jóvenes de hoy han mostrado síntomas de un nuevo “cambio de chip”. Ya funciona cada vez menos el viejo chantaje. Saben que pueden ser ángeles que desactivan bombas y a la vez pueden tumbarse a un presidente, y estudiar duro y pintar lindo y seguir siendo tremendamente creativos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A veces me da ganas de poseer lo que tienen sus células: instalar la memoria que su cuerpo guarda sobre el virus en mi organismo.

El mejor pobre es un ángel, no uno de arena, sino de carne, huesos y músculos, con disposición plena y temple de hierro, que pueda hacer cosas increíbles sin mostrar rabia ni impaciencia laboral.

Ha muerto Osvaldo Cattone y lo primero que se me viene a la mente es una imagen territorial: el teatro Marsano, un auténtico reducto comandado por un solo hombre.

Cuando el tiempo se llevó todo, cuando la crisis corroyó los edificios venerables, allí se quedó Cattone y su base de operaciones. Físicamente. Simbólicamente. Se fueron para siempre los buenos tiempos ochenteros de Annie, se esfumó el alboroto de los chicos.

No era un hombre profundo pero sí luminosorepleto de una vitalidad que, de tan inmensa, provocaba inquietudes filosóficas:

¿Puede la vida amarse tanto?

Qué gran modelo de animador cultural. Repetto sabía hacer que cada visita televisada a alguno de variadísimos museos peruanos fuera una aventura del conocimiento. Sabía mostrar el panorama general y también el detalle pequeño (tan nítido como una joya en una tumba real)

La muerte de Cattone se hace más triste porque, de algún modo, parecía inmortal. Porque el 2020 le cerró el negocio de la manera más triste. Todo su sector tuvo que sufrir esa clausura amarga, pero es Cattone quien de solo mencionarlo genera una imagen más nítida de la paralización: ochentaisiete años y a puertas cerradas, con una obra lista para montar, mirando pasar los meses. Los últimos meses.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La cultura es una laguna azul de poetas primaverales que se vuelve pozo de aguas estancadas (con vacas sagradas).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El coronavirus nos ha hecho ver hasta qué punto todavía somos infantes como país. Estamos en pañales. Nuestro número de ventiladores disponibles es vergonzoso. Si esta crisis no nos hace ver que hay que reactivar la industria nacional, hacer tecnología propia, es que estamos ciegos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Una nueva luz


Las buenas columnas deben mirar distinto. Hacerlo en un medio que va a contracorriente es una combinación feliz.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

No estaba loco. Era claro que sabía que, aunque no cubriera los costos, estaba sembrando algo.

Puedo dar   fe de que al menos uno de los que estaba en esa sala todavía recuerda, de memoria, algunas líneas. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Porque una cuarentena como esta es una oportunidad, más que de reactivación, de activación económica para un sector tambaleante, siempre ahogado por el vértigo del consumo rápido, el poco tiempo y el trabajo en exceso.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hay una fiebre de querer hacer, y una luz al final del túnel de la pandemia.
 
C O N T I N U A R Á

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Próxima entrega

"Welcome to the Machine. Parte II". Algunos textos esenciales de Juan Manuel Robles, 2020 – 2021

 

 

Cap. 2  

 

 

 

Viva

el miedo

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 




 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Añadir nuevo comentario