Entre Dios y Figari en San Bartolo

© San Bartolo

Por Rodrigo Ahumada

Una gran hostia en el medio hace de alfombra; un grupo de chicos forman un círculo sobre el cuerpo de Cristo. Al fondo, un retrato. El rostro de una persona que parece sacada de una novela del Marqués de Sade: Luis Fernando Figari. Un micro al centro es la herramienta para alzar la voz y denunciar. No hay nada más. Para qué distraer al espectador con otros elementos sobre el escenario cuando el poder de la obra está en el texto. Todo lo demás funciona gracias a los actores.

Cuando uno lee el nombre de la obra sin saber de qué trata piensa en tranquilidad, en el sonido del mar, juegos en la arena. Sin embargo, el balneario de San Bartolo se convirtió en un ambiente hostil y de sometimiento para jóvenes entre catorce y dieciséis años que ingresaron a una de las sedes del Sodalicio de la Vida Cristiana por diversos motivos. A esa edad uno empieza a darse cuenta de ciertas cosas: los deseos empiezan a manifestarse, las dudas taladran y cuestionan todo; la inseguridad se acentúa, el pudor por el cambio del cuerpo se manifiesta. Los jóvenes buscan pertenecer a un grupo, no quieren estar aislados. A esa edad, el ideal de un joven puede ser guiado con manipulación hacia donde uno quisiera llevarlo.

¿Cómo conviertes a un cuerpo alborotado de hormonas en un miliciano del sodalicio? Es ahí en donde la obra nos cuestiona qué es el amor. Esta pregunta será constantemente repetida durante la obra. El silencio de los espectadores deben ser de reflexión porque: ¿quién no se detiene en algún momento de la noche solo o junto a su pareja a preguntarse realmente qué es el amor? Pero esta vez la pregunta pesa sobre el contexto que nos presenta la obra, una circunstancia en donde la religión crea su propia concepción del amor en favor de sus fines. Este amor que profesan los sodálites no es transparente, no; es el que primero demandan para luego conceder la gracia. Este amor es un disfraz de intenciones perversas y crueles.

Mateo 10, versículo 34-39 (1)
Este pasaje representa la máxima del Sodalicio. Vengo de un colegio católico y recuerdo aquellos ejercicios espirituales que están presentes para someter cualquier impulso o instinto carnal. Estos ejercicios que son jornadas de oración, reflexión, de alabanzas y de confesión van tomando otro sentido en el contexto de la obra. La multiplicación de las voces que cada actor representa nos sumerge en una vorágine de reclamos, de experiencias, de vergüenza. Y es que cada uno va asumiendo un papel distinto, de esta forma los actores son todos los personajes y solo puedo pensar que este recurso potencia el testimonio porque se sabe que fueron muchos los jóvenes que por temor contaron su experiencia pero siempre ocultando su identidad. Todas las voces sin rostro ocupan un lugar en este testimonio.

La obra es explícita, directa, visceral. Señoras de edad se llevaban las manos a la boca o giraban el rostro en desaprobación, los jóvenes se adelantaban en sus asientos y apoyaban sus rostros en sus manos. La intranquilidad se sentía en el teatro. Cómo es posible que por tanto tiempo esto haya estado encubierto, cuánto poder hay detrás de este grupo que puede silenciar tales actos y negarlos. Esta es la reflexión que uno se lleva. Porque toda la obra sucede antes los ojos de Figari, ese retrato silencioso que solo observa como una cámara que ni si quiera tiene que estar oculta. Ese es el poder de la religión y el dinero.

Fueron las palabras de Alvaro Urbina, quien sufrió de los abusos del sodalicio, el génesis de esta obra. Su confianza fue abusada con exigencias tales como pedirle que se baje el pantalón y su ropa interior si es que realmente creía en su guía espiritual. Esta escena se reproduce en la obra en donde el abusador revisa los genitales del joven con atención y hasta llega a tocarlos. El testimonio es real, la obra retrata con tensión e intensidad los abusos sexuales y sistemáticos cometidos durante dos años por parte de Jeffery Daniels Valderrama contra Alvaro cuando solo tenía catorce años.

Alejandro Clavier y Claudia Tangoa se contactaron con Alvaro Urbina para que los ayudará en la realización de San BartoloEsta obra es la única manera de que todos vivamos el infierno que atravesaron muchos jóvenes. Una obra cruda pero necesaria. El arte siempre libera demonios, esta vez libera a los que se ocultan en grandes agrupaciones de poder y es necesario que los reconozcamos. Un testimonio es una parte de la historia pero cuando son muchas voces las que denuncian el mismo hecho ya no hay otras versiones que escuchar. La verdad es una y por eso es importante que esta obra sea vista. 

San Bartolo se presenta en el Teatro Peruano Japonés hasta el sábado 2 de marzo 2019.

(1) No piensen que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz, sino espada. Pues he venido a enfrentar al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra. Cada cual verá a sus familiares volverse enemigos. El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no carga con su cruz y viene detrás de mí, no es digno de mí. El que antepone a todo su propia vida, la perderá, y el que sacrifique su vida por mi causa, la hallará.

+info: San Bartolo

Comentarios

Qué buena narración y juicio! Has interpretado las emociones y sentimientos cuando vi la obra. Sigue así forastero
Muy bueno Rodrigo!!! Felicitaciones y que sigan los éxitos. Un abrazo

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