Escrito por Elisa Susanibar
Ya es de tarde y Lima respira ese gris tenue que no incomoda, pero tampoco cobija. El clima, como muchas veces, parece un espejo lleno de emociones a medias. Enciendo la lámpara amarilla sobre mi escritorio y abro el diario de Alejandra Pizarnik, aquel libro que siempre exige un tipo de valentía silenciosa. No es una lectura ligera, ni amable, ni decorativa. Leerla es como estar sentada frente a un espejo que de pronto empieza a hablar con tus propios pensamientos.