Hazael Valecillos | 03.11.2016
Desde el exterior no hay mayores señales. Puedes pasar de largo a diario por esa calle del distrito de Lince y no enterarte de lo que hay dentro. Pero si por casualidad te acercas a la puerta de Las Margaritas 167, tal vez veas la pequeña insignia junto al timbre que te dice que en medio de tanta cotidianidad funciona un espacio donde aquellos que están comenzando en el a veces cenagoso camino del arte son bienvenidos a exponer su obra.
La galería, a la que se accede por una estrecha escalera de caracol, acaba de cumplir un año, pero en la mente de su propietaria, Lucila Walqui, empezó a tomar forma mucho antes. “Hace 10 años estudié gestión cultural y siempre me ha gustado el arte, pero lo estuve postergando”, nos cuenta. Hasta que un día su propia casa conspiró a su favor, y unas habitaciones vacías le dieron el empujón que hacía falta.
Desde el primer momento, Lucila decidió apostar por el talento emergente, por esos jóvenes que no suelen encontrar espacio en los circuitos tradicionales del arte en nuestra ciudad, pero que son movidos por una pasión auténtica e irrevocable. Hoy, un año después, sigue creyendo en ellos como el mayor valor de su proyecto: “Los muchachos son muy abiertos, quieren expresar su trabajo, sus experiencias”. Lucila defiende su apuesta por los artistas emergentes porque, en el panorama del arte contemporáneo en el Perú, “se repite demasiado, copiamos demasiado lo de fuera, no nos sentimos cómodos si nos expresamos con nuestros propios medios”. En contraste, ve en estos jóvenes otra postura, “lo que viven es lo que reflejan”.
Mientras recorremos la muestra que ha preparado para celebrar el primer aniversario, a partir de una selección de las exposiciones presentadas durante el año, encontramos propuestas artísticas surgidas de diferentes necesidades expresivas, desde la estructura atómica del universo hasta la cotidianidad, la nostalgia por la naturaleza o el compromiso por construir la memoria colectiva del pasado político reciente de los artistas.
En todos los casos, fotografías, grabados, instalaciones, funcionan como disparadores de la memoria de Lucila, quien con ojos bondadosos y hablar pausado recuerda cómo cada uno de los expositores llegó a su galería (Paul Arbildo, Fabiola Reyna, Francesca Bernetti o Elie Angles, por mencionar algunos nombres) y nos cuenta también algún detalle de su experiencia o nos confiesa alguna anécdota.
No es solo la exposición...
Su apoyo va siempre mucho más allá de brindarles un espacio. “Sacamos afiches para cada exposición y además una plaqueta del artista con su vida y su obra”, explica Lucila. Además, en el contexto de cada muestra, la galería organiza conversatorios y actividades paralelas. Para Lucila, no basta con que la gente vea las obras, es igual de importante lograr entenderlas.
Otra actividad relacionada con la galería es el recientemente inaugurado Cineclub Dulces Trópicos, coordinado por Natalia Verástegui, su hija, y Efraín Bedoya, que busca promover la cinematografía peruana y del resto de Latinoamérica, especialmente aquella que no suele tener cabida en los circuitos de cine comercial.
Poco a poco, pareciera que la Galería Lucila Walqui está llenando el vacío cultural que tristemente presenta el distrito. “Hay muy pocos eventos culturales hoy en día en Lince”, se lamenta Lucila. “Ni siquiera tenemos Casa de la Cultura, la cual funcionaba hace unos años, pero desapareció”.
Al mirar hacia delante, Lucila sonríe y con los ojos iluminados confiesa que le gustaría ver la casa entera, su hogar, convertida en ese centro cultural que tanta falta hace. Pero antes de alcanzar esa meta, espera lograr formalizarse para su segundo aniversario, diversificar su propuesta de cursos y talleres, ser autosustentable.
Cuando terminamos de recorrer la muestra, Lucila nos confiesa que ésta no ha sido desmontada a la espera de que nosotros pudiéramos ir a verla; o lo que es lo mismo, que es una exposición, en ese su último instante, que existe sólo para nosotros.
Pienso en como ella misma ha definido su galería, “un proyecto personal que es casi un proyecto familiar”, y me atrevo a creer que no lo dice sólo por su esposo, quien constantemente está buscando maneras de mejorar el espacio, o su hija, que ha creado aquí una cita cinematográfica semanal. Que incluye en esa familia a los artistas emergentes que se van congregando cada vez con mayor fuerza a su alrededor. Y que nos incluye también a nosotros, como público, que al entrar en esta casa de Lince nos volvemos parte de la particular manera que tiene Lucila Walqui de mirar el arte.
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