Werner Herzog y su eterno retorno al Perú

El cineasta Herzog vino por primera vez al Perú para filmar 'Aguirre: la ira de Dios' en 1972.

"Lo difícil lo vamos a hacer ahora, lo imposible un poquito después".
Jorge Vignati a Herzog durante un rodaje

Artículo escrito por Diego Arévalo

Herzog una vez más en el Perú. Así es. Y regresa con más sueños de fiebre y delirio. La relación de amor y celuloide entre este soldado del cine y nuestro país es recíproca. La última vez que estuvo por aquí, en el 2015, evocó aquellas aventuras alucinadas y alucinantes (tantas veces relatadas) que padeció en nuestra Amazonía y que todos, un público tan juvenil como adulto, estábamos deseosos de escuchar, pero esta vez desde su propia voz y en directo, como estamos acostumbrados a hacerlo en muchos de sus documentales.

Sentados allí, volvimos a enterarnos, una vez más, de las razones nada razonables que tuvo para abandonar la fría Alemania, venir aquí y sumergirse en medio de la selva para filmar Aguirre: la ira de Dios (1972); el presupuesto escasísimo y algunos de los miles de avatares que le deparó la irrefrenable fuerza de la naturaleza; sobre el deber de entregarse a la filmación como quien entra a un campo de batalla y sobre la necesidad de practicar la venganza en caso de ser necesario.

Pero no fue solo eso. En aquella noche memorable, el cineasta alemán también recordó las famosas y eternas peleas con el soberbio Klaus Kinski, su enemigo íntimo, y la fascinación que siempre sintió por nuestros paisajes tan hermosos como amenazantes, y que posteriormente lo arrojó a la visión que tuvo de un barco en la cima de una montaña y la necesidad de materializarlo en Fitzcarraldo (1982), su salto al vacío tal vez más emblemático como realizador. Fitzcarraldo no tardó en convertirse en el largometraje favorito entre cineastas, cinéfilos y críticos por su dimensión heroica y absurda –aunque tiene todo el sentido del mundo, claro–.

En fin, Herzog nos absorbió la última vez que estuvo en Lima con ese embrujo suyo que siente hacia las acciones peligrosas e imposibles que encuentran su lugar en los personajes y paisajes que componen su cuantiosa filmografía.

“Desde su estética, para filmar una película es más útil saber robar un automóvil que psicoanalizar a Kurosawa. Hacer cine es para él un arte para iletrados, un trabajo físico más propio del levantamiento de pesas y la escalada de montaña, una cadena de penalidades. La primera película que vio fue Tarzán. Herzog filmaba en el Sahara, en Alaska, en la Patagonia, en un volcán. Haber hipnotizado a sus actores durante el rodaje de Corazón de cristal parecía su mayor concesión a los poderes de la mente”. Así describe el arte del alemán, el periodista y escritor Julio Villanueva Chang –uno de los invitados al conversatorio del 2015– en su crónica El cineasta invisible escrita a finales de la década de 1990.

El Perú como segunda patria
En ese entonces, Herzog estaba nuevamente por aquí para filmar el documental Alas de esperanza (2000) que trata sobre la pasajera Juliane Koepke, la única sobreviviente de un avión peruano que se desplomó cuando se dirigía de Lima a Cuzco y que el mismo Herzog estaba a punto de tomar ya que estaba en proceso de filmación de Aguirre: la ira de Dios. Sin embargo, la providencia –y los fallos burocráticos de la aerolínea– no quisieron que Herzog se subiera para que pueda seguir construyendo, martillazo a martillazo, su particular destino. 

Estas fueron algunas de las cosas que recordamos ese año cuando Herzog arribó a nuestro país en condición de Invitado de Honor para aquella edición del Festival de Cine de Lima y que, con todo gusto, volveríamos a escuchar: Herzog es un manantial de historias de aventuras, tan apasionantes como irreverentes, que no solo sorprenden, sino que detrás de ellas siempre se esconde una lección humana y trascendental. El cineasta no solo enseña con su cine, sino también con el ejemplo. Su nombre es sinónimo de fortaleza mental y espiritual. Basta con revisar un poco de su biografía para confirmarlo.

En los días posteriores al conversatorio, Herzog sería condecorado en el Teatro Nacional por sus amigos peruanos y compañeros de ruta: el cineasta y trotamundos Jorge Vignati –ese otro soldado del cine– y José Koechlin, coproductor de las películas del alemán. Esa noche, mientras lo homenajeaban, Herzog empezó su discurso así: “Jorge Vignati ha trabajado conmigo en lo más profundo de la selva y las más altas montañas del mundo. Estoy en deuda con él. Sin su perseverancia, su profesionalismo y su profunda humanidad, yo no habría llegado tan lejos”. Vignati se nos fue hace poco más de un año, pero nos dejó valiosas lecciones que los realizadores del futuro deberíamos apuntar. La cita que incluyo arriba, la contó durante el conversatorio, y refleja la afinidad mental que había entre ambos.     

Clase magistral en Lima
Werner Herzog es uno de los cineastas más admirados a nivel internacional. Es uno de los más prolíficos también: ya tiene más de setenta títulos y sigue subiendo. Se lo ha ganado no solo por sus méritos cinematográficos, sino por llevar la noción de lo imposible hacia otras fronteras del pensamiento. Su obra refleja la eterna batalla: el hombre contra la naturaleza. Lo normal es perder, pero, a veces, se puede ganar. Eso es Herzog: David sosteniendo la cabeza de Goliat. Y adora nuestro país tanto como nosotros lo adoramos a él. “Mi corazón está en el Valle de Urubamba”, nos dice con esa inconfundible voz que emana de su voluntad, dura como la roca. 

Ahora de nuevo en nuestro país, Werner Herzog aprovechará su paso por Lima para dar una clase magistral en el Auditorio Mario Vargas Llosa, en la Biblioteca Nacional, este lunes 30 de abril, a las 9 am. El ingreso es libre, pero hay que llegar temprano porque la capacidad es limitada y la entrada es por orden de llegada. 

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