“La bohemia arequipeña”, por Abraham Valdelomar

Fiesta de San Juan, 1916 | © Los hermanos Vargas

Arequipa no está para festejar. Hoy cumple 480 años de fundación en medio de una crisis sanitaria, y sus autoridades enfrentan problemas de liderazgo para gestionar la ciudad y la región. Sin embargo, nos cruzamos con esta hermosa crónica sobre una velada arequipeña escrita por Abraham Valdelomar, uno de los creadores más destacados de la literatura peruana. Las pintorescas situaciones en las que se ve envuelto el escritor, la certera descripción y su refinado estilo nos trae a la mente que también fue popularmente conocido como el "Conde de Lemos".

LA BOHEMIA AREQUIPEÑA
Por Abraham Valdelomar

Cuando yo entré, el salón brillaba con luces y pecheras. Había catedráticos y jóvenes verdaderos “gentlemanes” de sedosas pelucas rubias, periodistas de manos sarmentosas, a fuerza de guiar la pluma, literatos jóvenes, poetas vibrantes y melancólicos, narradores de pasadas grandezas, músicos y artistas. Y se deslizó la fiesta serenamente. El alma bohemia principió a romper el formulismo de una fiesta oficial y los versos se desgranaron como diamantes sobre las copas de vino de Champaña.

Augusto Aguirre Morales, el “conteur”, nos ofreció en una charla literaria una fiesta inolvidable. Y abandonamos el salón a las últimas notas de una música vaporosa y arrulladora, entre la espesa nube de humo blanco, llevando la sensación de una cadencia que sonó y el recuerdo inolvidable de una gran fiesta que fue. Escoltada por la gama de las lejanas notas del tricorde violín llegamos, tarde, muy tarde, a nuestros hoteles, donde nuestras casitas blancas como palomas, nos ofrecieron la blancura impecable de lecho, silencioso y tibio, bajo la rígida severidad colonial de los techos abovedados.  

Al día siguiente, el sol salió temprano y se filtró por las rendijas de las puertas y las alas plegadas de las cortinas y bajo el cielo divino y azul la bohemia al campo. Percy Gibson, cantor y sentidor profundo de la naturaleza nos llevó al jardín, un jardín que se diría una mansión de Eulalia la riente. A la entrada, pasando las verjas, dos cisnes extienden sus cuellos de armiño, mientras dos amorcillos les sujetan por las alas. Más adelante, se besan bajo una frondas, con la severa majestad de sus actitudes de mármol, sobre un inmenso pedestal, dos amantes legendarios, y luego se llega bajos las frondas y a la sombra de lo cipreses. Es el jardín “Lucioni”. Un jardín encantadoramente silencioso y agradablemente triste. Tiene una gran calle de cipreses que se elevan nobles y severos, entre los crisantemos paliduchos y las violetas ignoradas bajo las hojas redondas. Y al lado opuesto un campo espléndido en rosas y flores de seda que se ofrecen junto a los troncos añosos de los melocotoneros, que en esta época tienen sus ramas como guirnaldas de flores lilas. Se diría que presumen los padres de los frutos de terciopelo, que presumen y que insinúan… Sin embargo, Percy, el rubio soñador, me dice con un aire de profunda tristeza:

— ¡No es la época de las flores!...

Luego vamos todos bajo un kiosko sembrado de trepadoras y de pasionarias y allí se inicia la fiesta bohemia. Percy Gibson recita con su voz de tradición, melancólicamente apagada y apostólica. Y dice de las flores y de los trigos. Canta a la gavilla y al oro de las eras maduras, al sembrador que cuida de no dañar el surco, y al gañán que rejonea yuntas “que van boyantes, lentas, resignadas y juntas…”

Aguirre Morales nos dice un cuento. Un cuento amoroso y sentido, hondo y artístico y sus ojos pequeños se iluminan en la escena culminante y se baña intensamente en su obra. Gonzáles Zúñiga recita una leyenda incaica, y a través de su narración desfilan Incas poderosos y amables con su séquito imperial y la pluma de Coraquenque en la frente; ejércitos numerosos y generales valientes. Ñustas y guerreros y cánticos y melodías. Ballón Landa deja aroma de su alma, y Francisco Ramos y García Calderón, con su aire ingenuo, sincero y brumelesco sonríe…

Salimos alegres y tranquilos, bajo la impresión hermosa de esta fiesta florestal. Es la hora de los campesinos y la del reposo en los jardines. El sol anuncia su viaje a otros mundos con una roja llamarada. La tristeza de la hora va a cobijarse en las copas de los cipreses y, a nuestro paso, las flores exhalan el último aroma de la tarde y, alegres y felices, abandonamos el jardín y nos echamos a la calle.

Por el vallado lejano tornan los viejos campesinos, los azadones al hombro y los yaravíes al viento, los azadones que les dan el aspecto marcial de ejércitos que se acercan y los yaravíes, la melancólica dulzura, de una raza sentimental y soñadora…

FUENTE:

 

AREQUIPA Y LOS VIAJEROS. Crónicas de viajes 
2010
BIBLIOTECA JUVENIL AREQUIPA

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