Javier Gragera G. | 20.05.2018
Crítica de teatro por Javier Gragera
La obra nos ubica en el interior de una casa improvisada. Un escenario cuyas paredes están hechas a retazos, como si se tratase de un inestable rompecabezas, algo que amenaza con desplomarse en cualquier momento. La intimidad comprimida de esa casa-madriguera resulta claustrofóbica y por momentos insoportable, y pone a prueba permanentemente a sus 8 habitantes: dos matrimonios, dos niñas, un joven y un hombre adulto. Pero por nada del mundo pueden atravesar esa puerta que los mantiene aislados del mundo exterior; la supervivencia o la muerte es una moneda arrojada al aire cada vez que se oyen pasos al otro lado. La rutina se ha vuelto para ellos un lacerante estado de alerta que van rumiando alrededor de una mesa comedor, mientras hacen todo lo posible para llevar la fiesta en paz. ¿Cuánto tiempo podrán estar así? ¿Una prisión es menos prisión cuando nosotros hemos decidido encerrarnos en ella?
Muchos ya conocen el final de esta historia, basada en el diario íntimo de Ana Frank, niña judía que, junto a su familia y otros cuatro perseguidos, se ocultó durante casi dos años y medio en los ambientes traseros de una oficina en Ámsterdam, Holanda, para escapar de la persecución nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Tras aquella experiencia, el padre de Ana, el único miembro de la familia que logró sobrevivir a los campos de concentración, decidió hacer público el diario de su hija, bajo el título de La casa de atrás. Esa publicación no tardó en conmocionar al mundo, convirtiendo a la frágil, romántica y desconcertada Ana Frank en figura icónica de la tragedia que asoló Europa a mediados del siglo XX.
La historia de este encierro llega ahora a Lima de la mano del director Joaquín Vargas Acosta, quien ha rescatado el libreto de los estadounidenses Francis Goodrich y Albert Hackett, escrito originalmente en 1955, para ponerlo sobre el escenario del Auditorio Vargas Llosa, de la BNP. El protagónico del montaje lo asume Patricia Barreto, actriz de 30 años. La polivalente intérprete demuestra soltura y desparpajo de sobra para quitarse años de encima e interpretar a una niña en el umbral de su adolescencia. De hecho, Barreto es una especialista en interpretar personajes infantiles, con papeles principales en obras familiares estrenadas en Lima como Los Fabulatas y Plop y Wiwi. No es fácil ponerse en la piel de una niña, y Barreto logra hacerlo en este montaje sin caer en la caricatura.
Por su parte, el director Joaquín Vargas usa los elementos a su disposición para armar una narración que a grandes rasgos enlaza la educación sentimental de Ana Frank con conflictos propios de una convivencia en cautiverio: la escasez de comida, los roces interpersonales, la falta de privacidad y las complicaciones que supone organizar los lugares comunes… Se echa en falta que el montaje no potencie con recursos más elaborados el clima opresivo que debe reinar en ese escenario. La cuerda del drama nunca llega a tensarse del todo, como si hubiese un cierto temor a lastimar a alguien, mientras que la puesta en escena fluye de maravilla cuando es narrada en clave de humor.
El plantel en general se siente más cómodo en las situaciones cómicas, que manejan en equipo con impecable desenvoltura y logran ganarse la simpatía del público. Un ejemplo lo encontramos en lo que suele gritarle Ana Frank a la mujer que les trae víveres y noticias cada vez que entra a la casa-escondite: “¡Hueles a aire!”. ¿Cómo no desanudar una sonrisa ante semejante ocurrencia? La mirada ingenua de una niña puede tirar abajo cualquier drama.
En este sentido, hay ciertos elementos de la maquinaría de difusión de la obra que ha generado expectativas falsas en la audiencia. La más obvia, por supuesto, es el afiche oficial de la obra, que muestra a Barreto como prisionera en un campo de concentración, con la cabeza rapada y el tristemente famoso uniforme a rayas. Uno espera, por tanto, que la historia que nos van a contar dé un cierto grado de protagonismo a esta parte del relato, sin duda la parte más violenta y desconocida de su biografía, y sobre la que no hay ningún registro historiográfico.
Sin embargo, el montaje solo nos concederá una pincelada final, casi anecdótica y de retórica fuertemente simbólica, de la Ana Frank apresada, exhausta y ya a merced de la vorágine exterminadora nazi. Esa imagen conmueve, sin duda. Pero ¿dos minutos de travestismo bajo una potente luz cenital compensan el resto de la obra? Al salir del teatro, uno mira nuevamente el afiche y no logra reconocer a la verdadera Ana Frank que acaba de ver sobre el escenario… Como si nos hubieran querido dar gato por liebre.
Le auguramos un gran éxito de taquilla a El diario de Ana Frank. Queda demostrado nuevamente el buen hacer de Joaquín Vargas y de su productora, Vargas Navarro Producciones, para rescatar un personaje real de resonancias universales y transformarlo en un producto escénico para todos los gustos. Piaf, uno de sus anteriores montajes, habla por sí solo de su capacidad para convocar al público y seducirlo; obra multitudinaria protagonizada también por Barreto que se convirtió en uno de los últimos fenómenos de la escena limeña. La temporada de El diario de Ana Frank llega pronto a su fin en la Biblioteca Nacional del Perú, pero no es descabellado presumir que el montaje seguirá recorriendo nuestra ciudad para conquistar otros escenarios. Tiempo al tiempo.
MÁS INFORMACIÓN
Título: El diario de Ana Frank
Dirección: Joaquín Vargas Acosta
Dramaturgia: Francis Goodrich y Albert Hackett
Elenco: Patricia Barreto, Gerardo García Frkovich, Magali Bolivar, Ricardo Goldenberg, Lilian Nieto y David Carrillo, entre otros
Producción General: Vargas Navarro Producciones
Sala: Auditorio Vargas Llosa, BNP (Av. De la Poesía 160, San Borja)
Temporada: Del 12 de abril al 27 de mayo 2018
Horarios: De jueves a domingo a las 8 pm
Precio de entrada: General S/60; Estudiantes y jubilados S/50
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