Lo que me gusta —y espero— de la música, independientemente de su género, es su capacidad para sorprenderme con sonidos nuevos: etéreos, eléctricos o clásicos, pero que despierten mi curiosidad y me provoquen esa urgencia visceral de querer oír más. No me importa mucho la época. Lo que sí considero relevante es que tenga un sonido capaz de traducir el alma. Porque la música no solo se oye: se siente con todo el cuerpo.
Desde rincones poco explorados del cine de animación y la narrativa breve, llegan estas cuatro piezas que —cada una a su modo— provocan, desconciertan y dejan una huella difícil de borrar. Se trata de dos cortos animados provenientes de la antigua Yugoslavia (hoy Croacia), realizados en 1978, y dos relatos contemporáneos de escritoras surcoreanas que, con mirada femenina, abordan la memoria, el cuerpo y la extrañeza de lo cotidiano.
Uno donde ya ni siquiera es necesario fingir decencia.
Sobre todo por nuestra hedionda clase política. Y por la cola policial que arrastra.
De antemano, mis disculpas a quienes son la excepción a la regla: los que prefieren hacer bien las cosas, honradamente y con un sentido común que resalta.
Este teatro, que no es el Perú sino más bien Lima, se ha vuelto un chiquero donde los cerdos se pelean por ver quién come más basura, se regodean en su ambición y actúan sin el menor escrúpulo.