Alfonso Santistevan, director de La Ternura: “El afecto es un problema de nuestra sociedad”

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Entrevista realizada por Rodrigo Ahumada

En un mundo saturado de pantallas y discursos rígidos, La Ternura nos recuerda, a través del humor y la emoción, la fuerza transformadora del afecto y la inteligencia compartida en escena.

Con dirección de Alfonso Santistevan, La Ternura de Alfredo Sanzol llega al Teatro de la Universidad del Pacífico para inaugurar la temporada 2025 del Centro Cultural. En esta conversación, Santistevan, profundo conocedor del teatro clásico y contemporáneo, reflexiona sobre el valor del afecto, la convivencia y la vigencia de un humor que, lejos de ser superficial, nos invita a hacernos preguntas esenciales sobre la naturaleza humana.

Esta obra la empezaste a ensayar hace cinco años, antes de la pandemia, y por fin llega al escenario. ¿Qué te motivó a sostener esta obra en el tiempo? ¿Cuál fue la urgencia que sentiste para montar la obra este año?

En primer lugar, para mí es una excelente obra, muy bien escrita, con temas muy importantes como son la convivencia, la tolerancia, la ternura propiamente —es decir, el afecto—, y también nos plantea cómo muchas veces las ideas preconcebidas de cómo deben ser las cosas nos alejan de los otros y nos alejan de lo que puede sucedernos, del propio sentimiento, de los propios afectos que podamos sentir.

Entonces, es eso: una obra maravillosa. Y, en segundo lugar, que el Centro Cultural de la Universidad del Pacífico, que era quien lo estaba produciendo hace cinco años, decidió retomar el proyecto. Cuando me lo propusieron, yo acepté encantadísimo, porque me gusta mucho y fue una frustración no poder hacerlo por la pandemia.

¿Qué crees que nos dice esta historia sobre el momento que estamos viviendo como sociedad?

Estamos viviendo un momento en el cual muy fácilmente nos dejamos llevar por la idea de que la vida o el mundo tiene que ser tal como uno quiere. Cuando en realidad no es así: la vida, el amor, el afecto, tienen que ver con el otro. Tienen que ver con cómo el otro ocupa este lugar que yo ocupo, con quien también negocio y con quien me comunico. Tiene que ver con una construcción colectiva, no con una idea que uno tiene en la cabeza y que se tiene que realizar. Creo que esta obra dice mucho porque nos habla precisamente de eso: de los prejuicios. Nos habla de la manera esquemática de ver las cosas, mientras que la ternura recorre otros caminos, unos caminos mucho más azarosos, mucho más lúdicos y mucho más bonitos.

La obra transcurre en un universo que recuerda el teatro Isabelino y al Siglo de Oro español, pero aborda tema muy contemporáneos, ¿por qué recurrir a este lenguaje poético de esos códigos teatrales para hablar del amor, el género y estos prejuicios actuales que mencionas?

Bueno, lo que hace al autor es recurrir al teatro Isabelino, específicamente a Shakespeare -pero a las comedias de Shakespeare-, aunque también es cierto que trata el tema de La Tempestad que no es una comedia-, pero en general son las comedias de Sueño de una noche de verano, por ejemplo, y varias más. Estos recursos que utiliza Shakespeare en sus comedias los trae al presente y los utiliza para hacer esta obra. Esto por un lado, por el otro, creo que el hecho de que sea en otra época hace que sea como una cosa un poco de cuento, hace que uno entienda que se trata de una metáfora, de que no es una obra realista en el sentido de que trata de cosas de la realidad, sino que trata de una metáfora sobre la realidad.

Como una suerte fábula, ¿por qué te llamó la atención eso a ti, como director?

Me gustó mucho la idea de citar, digamos, al teatro Isabelino y me gustó también la idea de que fuera un relato tan simple aparentemente, porque uno puede pensar qué simples temas son: la guerra de los sexos, los hombres contra las mujeres, las mujeres contra los hombres y los enredos. Esto parece muy simple, pero en realidad tiene mucha más complejidad una vez que uno lo ve de cerca.

La obra juega con el travestismo y el disfraz, recursos clásicos de la comedia, pero también potentes herramientas simbólicas. ¿Qué te interesa explorar a través de estos cambios de identidad y cómo dialogan con las discusiones actuales sobre género y representación?

Creo que es interesante porque el autor no pone el acento en el travestismo en sí, sino en la equivocación, en lo que se llama el quid pro quo: confundir a uno por otro. Ese es un recurso muy utilizado en Shakespeare. Pero, además, simbólicamente, tiene mucho sentido. Porque las personas no son un género, no son lo que el disfraz aparenta. Somos mucho más complejos, más ricos que solamente ser hombres o mujeres, homosexuales, heterosexuales o bisexuales. No nos reducimos a categorías; más bien nos damos cuenta de que son construcciones culturales que no reflejan todo lo que realmente somos.

Creo que hoy vivimos una época en la cual esta especie de travestismo está instaurado, por ejemplo, en las redes sociales: usamos otros nombres, otros avatares, otras apariencias. Entonces, esta idea de una identidad única creo que ya no funciona, y la obra también incide en eso.

¿Consideras que el teatro nos cuestiona esta idea de identidad?

Permanentemente. Porque, para comenzar, el teatro consiste en que tú creas que estás viendo un personaje cuando en realidad estás viendo a un actor o una actriz. El teatro, de por sí, tiene esta convención en la cual uno "hace como si" y acepta que ese actor o actriz es el personaje.

Es un pacto con la ficción, lo que hacemos.

Es un pacto con la ficción, sin duda. Pero ese pacto parte justamente de aceptar un travestismo: sabes que el actor no es el personaje ni el personaje es el actor, y aun así decides creerlo. Eso es algo consustancial al teatro. Ahora bien, yo no creo que La ternura busque dar un mensaje específico sobre la identidad o sobre la relatividad de los géneros. No creo que quiera hacer un discurso explícito sobre el travestismo.

¿Qué es lo que propone esta obra en relación con La Ternura? ¿Qué es lo que propones como director a través de este montaje?

La obra nos propone la revelación del afecto. Hoy por hoy, el afecto está completamente relativizado: la cantidad de veces que decimos "te amo", que mandamos corazones o mostramos afecto de manera automática, hace sospechar que el afecto se ha devaluado o que, tal vez, no sabemos realmente qué sentimos.

Entonces, lo primero que hace la obra es revalorar el afecto: reconocer que sentimos afecto, que podemos sentirlo y también recibirlo. La ternura es un poco eso, más allá de lo que llamamos amor: el afecto, en sí mismo, no tiene género, simplemente es. La obra habla de eso y, como director, simplemente he tomado lo que el texto da para ponerlo en escena. Además, creo que nuestras actrices y actores interpretan eso estupendamente bien: a pesar de ser una comedia muy divertida, hay momentos de mucha ternura, de mucha verdad, y ellos saben combinar muy bien los diferentes códigos que la obra requiere.

¿Por qué apostar por una obra que pone en el centro esta afectividad tan íntima y muchas veces subestimada?

Porque creo que es urgente. Es urgente volver a lo humano, volver al afecto, volver a esos problemas que muchas veces no parecen problemas o que damos por sobreentendidos, como si no necesitaran de atención. Pero el afecto sí es un problema: es un problema en nuestra sociedad. Hoy en día no sabemos qué hacer con el afecto. Necesitamos, por ejemplo, que una obra tenga música sentimental para poder sentir algo; es como una especie de sentimiento artificial que nos imponemos. Pero rara vez nos detenemos a pensar: ¿cuál es realmente mi afecto? ¿A qué le tengo afecto? ¿A una persona, a una planta, a la vida, a un color? ¿Cómo fluye ese afecto en mí?

En este mundo donde los vínculos humanos están cada vez más mediados por pantallas y algoritmos, ¿cuál es el tipo de vínculo que nos ofrece el teatro?

En primer lugar, creo que es un vínculo presente, vivo, porque hay una sincronía entre el espectador y los actores. En segundo lugar, nos ofrece la posibilidad de sentir los cuerpos, la voz, la materialidad, algo que no podemos experimentar a través de una pantalla. Además, el teatro es muy distinto de la experiencia que tenemos, por ejemplo, en la televisión o en el celular. ¿Por qué? Porque nos propone concentrarnos en algo durante dos horas, meternos completamente en eso, sin partirlo, sin pausarlo, sin apagarlo ni dejarlo para otro momento. Nos invita a salir de la dinámica de lo que hacemos todos los días y entrar, por un par de horas, en otro mundo. Es es muy interesante.

Hace poco leí un artículo que hablaba sobre cómo la inteligencia artificial está tomando muchos de los escenarios de creación. La autora proponía que hagamos cosas orgánicas, y mencionaba que una de ellas es el teatro. ¿Qué opinión tienes sobre esto?

Bueno, opino que la inteligencia artificial está en debate, pero tampoco creo justo ni preciso oponer lo orgánico a la inteligencia artificial, porque lo orgánico también está en debate. ¿Qué es lo orgánico, realmente? El término también puede ser una estrategia de mercado. Entonces, oponer una cosa a la otra no me parece del todo acertado. Considero que el teatro puede servirse perfectamente de la inteligencia artificial; de hecho, en esta obra nos servimos de ella: las imágenes que ves en la pantalla fueron generadas por inteligencia artificial, y no hay ningún problema con eso. No veo una oposición real entre teatro y la inteligencia artificial.

Recuerdo —o más bien he investigado— que en los años treinta, cuarenta y cincuenta, en todo el mundo y también en el Perú, cuando el cine empezó a aparecer como una industria potente, surgió el debate sobre la desaparición del teatro. Incluso se empezaron a construir cine-teatros, locales donde a veces se daban obras de teatro y otras veces se proyectaban películas. En la prensa de esa época había debates muy serios sobre el "peligro" que representaba el cine para el teatro. Bueno, han pasado más de cien años, y el teatro sigue ahí, el cine, también. Creo que va a pasar lo mismo con la inteligencia artificial: el teatro seguirá existiendo y la IA también. No veo conflicto.

La premisa de la obra, como me comentabas hace un rato, es: mujeres que huyen de los hombres y hombres que huyen de las mujeres. Parece una fábula clásica, como hemos conversado, pero también un espejo de ciertas tensiones contemporáneas. ¿Qué te interesa de este conflicto tan antiguo y tan vigente, y por qué crees que podría interesarle al público?

Yo creo que le puede interesar al público, primero, porque es una comedia, y a través de la comedia se ponen en debate varios temas que son muy importantes y que además nos afectan a todos, porque son absolutamente universales y comunes a hombres y mujeres. Segundo, me interesa el hecho de quitarle al debate sobre género, sexo, identidad, afecto, etcétera, esa carga tan esquemática y seria. Creo que a través del humor y de la comedia se descubren muchas cosas que quizá no se revelan en debates demasiado rígidos o solemnes. Eso es lo que me interesa y creo que se logra a través del teatro.

¿Por qué usar una comedia para generar un espacio que abra preguntas?

Porque creo que la comedia tiene esa potencia de realmente abrirnos la mente. Hay que entender que la comedia, sobre todo, está dirigida a la inteligencia; es decir, la comedia apela a la inteligencia del espectador. No puedes reírte si no has entendido, no puedes reírte si no has utilizado tu inteligencia. Entonces, la comedia es un gran vehículo para cambiar, para intercambiar opiniones, para compartir ideas.

¿Qué tipo de preguntas quieres que nos hagamos en la obra?

Las que sucedan. No tengo una lista de preguntas. Creo que cada espectador se lleva una pregunta distinta, porque además lo que pasa con el teatro es que el teatro hace que el espectador trabaje consigo mismo: genera preguntas, genera inquietudes, genera curiosidades. Y creo que no hay forma de que el teatro dirija eso.

Yo no creo en los mensajes. Me parece que el arte no tiene que tener un mensaje, porque pensar que hay un mensaje es como decir que hay algo que debes cumplir. Y el arte no está para cumplir nada. El arte provoca cosas, y además provoca cosas que muchas veces van más allá de la intención del autor.

El arte provoca cosas y está para eso. No está para transmitir un mensaje, para eso está la comunicación. El arte no es solo comunicación, está en otra dimensión realmente.

Es un acto de comunicación, sí, pero no tiene como intención transmitir un mensaje como lo hace la comunicación tradicional. En el arte, el mensaje está relativizado: es polisémico, es opaco, es abierto. Creo mucho en eso: en que no hay un mensaje único ni una intencionalidad concreta.

Yo sé que usted es un conocedor de la historia del teatro, ¿Dónde ubicarías La Ternura dentro de esta genealogía? ¿Y qué autores y tradiciones siente que dialogan con esta obra?

Yo ubico La Ternura como una obra del siglo XXI, para comenzar, porque me parece que este siglo está siendo una época postmoderna: echa mano de todo, de toda la tradición del teatro. En este caso, echa mano del teatro isabelino, de Shakespeare, pero también de un teatro mucho más contemporáneo; de un teatro de inteligencia, un teatro de texto, que es una corriente que desde finales del siglo XX viene fortaleciéndose.

Lo que se llama “teatro de texto” es una forma que recupera el texto, recupera la ficción, recupera la fábula, en medio de un teatro que empieza a deshacerse y a perder la ficción.
Yo lo ubicaría ahí. Me parece que dialoga, sin duda, con Shakespeare.

En un tiempo donde los afectos parecen diluirse entre pantallas y estímulos artificiales, La Ternura nos recuerda, desde la risa y la inteligencia, la potencia de lo humano. A través de esta obra, el director nos invita a recuperar el valor del afecto, no como un discurso solemne, sino como una experiencia viva, sensible y sin fórmulas preestablecidas. Entre la comedia y las preguntas que cada espectador se lleva consigo, el teatro confirma su lugar como espacio de encuentro, de juego y de revelación: un lugar donde, más que mensajes, lo que circulan son emociones genuinas y preguntas abiertas.

Conoce los horarios y días de función de la obra La Ternura, presentanda en el Centro Cultural de la Universidad del Pacífico.

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