Javier Gragera G. | 17.08.2016
Crítica de teatro por Javier Gragera
El escenario nos ubica en el interior de una montaña, donde un grupo de obreros ha abierto una alta gruta abovedada. Se trata de un recinto con fines logísticos, una absurda oficina subterránea en la que apenas hay otra cosa que una mesa, algunas sillas, unos faroles y una radio, además de un puñado de flores que han crecido milagrosamente en las paredes del túnel. En realidad, este lugar bien podría ser una cárcel incrustada en las entrañas de la tierra. Solo la boca de un estrecho pasadizo sirve como punto de fuga, como camino que se abre de manera incierta hacia la superficie. Sin embargo, nosotros nunca nos adentraremos por ese pasadizo, nunca sabremos si esa es realmente una vía de escape. Los espectadores, encadenados en cierta manera al destino del ingeniero Echecopar, sufriremos la continua amenaza de que ese paredón de piedra que sirve como telón de fondo del escenario se nos caiga encima, y termine por engullirnos la montaña.
Collacocha, obra dirigida por Rómulo Assereto, es la historia de un duelo a muerte entre un grupo de obreros y la montaña, y también es la historia del ingeniero Echecopar, el hombre que tendrá en sus manos el destino de todos aquellos que se han atrevido a profanar la cordillera del Ande para cumplir el sueño de un país: construir el primer túnel que comunicará por carretera la selva y la costa del Perú. El progreso, defiende el ingeniero Echecopar, vendrá precedido de las grandes obras. Él es un producto de su tiempo, del Perú de mediados del siglo XX, de un país que se encamina con paso firme hacia la modernidad a fuerza de imponer sus infraestructuras a la Naturaleza. Es un Perú que levanta puentes, que abre túneles, que asfalta la montaña, cueste lo que cueste. Y el sacrificio de unos pocos, de los que menos importan, está justificado por el bien común. ¿El ingeniero Echecopar se convertirá en otro títere de aquellos que, sentados en sus sillones en la lejana Lima, deciden sobre la vida y la muerte de esos hombres a los que Estado siempre ninguneo, hijos bastardos de un país hipócrita y segregacionista? Esa es una decisión que, cuando la montaña empiece a estremecerse violentamente para expulsar al invasor, el ingeniero Echecopar tendrá que tomar.
Para dirigir esta puesta en escena, Rómulo Assereto ha rescatado el texto original escrito por Enrique Solari Swayne, quien escribió el primer borrador de esta historia tras ser testigo de los daños producidos por un aluvión en la ciudad de Huaraz. Corría el año 1954, y cuentan que Solari Swayne escribió el primer esbozo de Cochacolla sentado en una roca, entre las ruinas de la ciudad que había sido hecha añicos por la catástrofe. La obra no tardaría en ser estrenada, y su primera puesta en escena se realizó en mayo de 1956, en el teatro de la Asociación de Artistas Aficionados de Lima. Desde entonces, esta historia se ha ganado una posición de prestigio dentro de la dramaturgia peruana, convirtiéndose en un clásico contemporáneo.
Ahora, a sesenta años vista de su estreno, Rómulo Assereto propone una relectura del texto original, y lo adapta al Perú del siglo XXI, al que considera distinto, con otra conciencia. Por este motivo, Assereto le ha dado una vuelta de tuerca a la dramaturgia de Solari Swayne para plantear sobre el escenario dilemas que considera más relevantes para el Perú de hoy: ¿Qué progreso buscamos? ¿Cuánto vale ese progreso? ¿Quién decide y quién se sacrifica? Son cuestiones que tendrá que cargar sobre sus hombres el ingeniero Echecopar –que ahora es un personaje que no tiene un corazón de piedra y se permite dudar–, y que los espectadores se verán obligados a compartir. Al final del montaje, cada uno deberá sacar sus propias conclusiones.
Otra de las licencias que se ha permitido Assereto a la hora de armar su propia versión de Collacocha ha sido a nivel escenográfico, al reubicar el lugar donde se desarrolla la historia. Mientras que en el texto de Solari Swayne la acción tenía lugar en una caseta a las faldas de la montaña, ahora todo sucede en el interior de la montaña. Esta decisión se antoja acertada, ya que el hecho de que los personajes se encuentren aprisionados en las mismas entrañas del enemigo, como Jonás dentro del vientre de la ballena, le imprime mayor dramatismo y poder de sugestión a la puesta en escena. El artificio del escenario está sumamente logrado, con ese alto paredón de piedra que por momento tiembla y te mete el miedo en el cuerpo. Sorprende en este sentido un despliegue de efectos especiales que resulta poco convencional en el teatro clásico, y que imprime mayor verosimilitud y emoción a la obra. El escenario te mete en la historia, el escenario es parte de la historia.
Otro de los méritos de la puesta en escena es que te somete a una atmósfera, y trata por todos los medios de mantenerte atrapado en el espacio trágico y claustrofóbico de la gruta de Collacocha. Para ello, la trama se desarrolla según la lógica de las películas catastróficas: alarma, suspense y detonación del cataclismo. En este formato, la acción se desarrolla según la dinámica de la supervivencia: ante el puño descomunal de una naturaleza cabreada e irracional, lo único que importa es mantenerse vivo. Salvarse es la consigna, es lo único que daría sentido a un final feliz. En Collacocha, sin embargo, el suspense también tiene una importante condición moral, pues el desenlace final (la salvación de sus protagonistas) no depende de la habilidad, la astucia o la destreza física de sus protagonistas (elementos que apelan de manera directa a la acción de la trama), sino a las elecciones que cada uno de ellos debe tomar; decisiones de fuertes contradicciones morales y que afectarán a todas las personas que los rodean.
En cuanto al reparto, el actor Leonardo Torres Villar es quien ha asumido el reto de interpretar al ingeniero Echecopar que ha construido Assereto. Torres Villar, un todoterreno de la dramaturgia peruana con más de medio centenar de obras de teatro a sus espaldas, sabe dar la talla, y construye un personaje potente y honesto; un Echecopar de connotaciones épicas que tiene claro que la misión de su vida es acabar esa obra que él dirige y que traerá el progreso a su país, pero que también tiene miedo ante el alto precio que tendrá que pagar si se mantiene firme en sus convicciones. El nuevo Echecopar es un ‘superhombre’ que habita con naturalidad el siglo XXI.
Mención aparte merece Oscar Meza, un actor que ya brilla con luz propia en la escena limeña. Su trabajo en producciones como Salir, ¿Quieres estar conmigo? o Tu voz persiste así lo atestiguan. En esta ocasión, Meza se transforma en un joven ingeniero recién salido de la universidad que se presenta en el socavón de Collacocha con la maleta cargada de ilusiones y ganas de demostrar su valía. La tragedia le pillará a contrapié, convirtiéndose de esta manera en un personaje necesario, que proyectará sobre el escenario las emociones y las incertidumbres del público. Él será como nosotros: un fantoche de las circunstancias que pondrá su destino en manos del ingeniero Echecopar, su héroe paternalista.
Collacocha es la revisión necesaria de una historia que tiene una absoluta vigencia. Una oportunidad para vivir una experiencia escénica cargada de suspense y emoción, y que a la vez pretende enfrentarnos a dilemas universales que nunca dejarán de ponernos en guardia. ¿Será cierto eso de que en Collacocha “no ha pasado nada”? La respuesta a esta pregunta es una lección moral que no debemos olvidar.
Collacocha se puede ver en Teatro La Plaza hasta el 30 de agosto 2016, con funciones de jueves a martes a las 8 pm.
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