Javier Gragera G. | 27.01.2018
Crítica de teatro por Javier Gragera
Todo se desarrolla en el interior de la habitación de un hospital militar, donde apenas hay un puñado de elementos: una silla, un camastro, una ventana tapiada, una triste bombilla encendida y una puerta que permanece cerrada. Nunca saldremos de ese espacio viciado y claustrofóbico, ni los que miramos hacia el escenario ni los dos personajes que protagonizarán esta historia: un prisionero republicano que ha caído herido durante una batalla de la Guerra Civil Española y su centinela, un joven e inexperto soldado franquista que carga un fusil al hombro. Nada parece existir más allá de estas cuatro paredes. O casi nada: imaginamos la noche cuajada de estrellas en lo alto del cielo -como así logra vislumbrar el prisionero en cierto momento de la obra a través de un hueco de la ventana tapiada-, al igual que también sabemos que el mar está cerca, y cuyas olas nos llegan de vez en cuando como un eco lejano y casi impertinente.
A medida que avanza la noche la guerra también empezará a imponer su presencia: al otro lado de la puerta se escuchan gritos y disparos. “¿Por qué nos están matando si aún no ha amanecido?”, le reclama entonces el prisionero a su celador. Él ya lo sabe y por momentos no puede evitar caer en la más profunda desesperación: el tribunal militar lo ha condenado a muerte, y será fusilado al alba. La cuenta atrás ha comenzado.
Para escribir La piedra oscura, el dramaturgo español Alberto Conejero se inspiró en el personaje real de Rafael Rodríguez Rapún, un entusiasta universitario que formaba parte del grupo teatral La Barraca y que vivió un intenso idilio amoroso con su fundador: el poeta granadino Federico García Lorca. A partir de esta premisa, Conejero se inventa cómo pudieron ser las últimas horas de vida de Rapún para contarnos una historia donde el verdadero protagonista es la palabra, asumida desde dos perspectivas: por un lado, la palabra del poeta Garcia Lorca, como algo que debe ser protegido contra la dictadura de la destrucción y el aniquilamiento que es la guerra; y por otro, la palabra como herramienta básica del lenguaje, algo que permite que dos personas entablen un diálogo y lleguen a entenderse.
En La piedra oscura encontramos a dos enemigos cuya mayor hazaña será atreverse a dirigirse la palabra. La obra es así un alegato contra los prejuicios, contra la propaganda, contra todas las maniobras deliberadas que hacen de la palabra un arma para enfrentarse al otro, al distinto. La política sabe mucho de esto, y también la guerra.
De la mano de la productora Escena Contemporánea, la obra ha llegado al Perú avalada por un éxito arrollador en España. Fue el fenómeno teatral del 2015: ganó cinco premios Max de las Artes Escénicas y llevó más de un millón de espectadores al teatro. Es lógico pensar que en el Perú no pasará de su primera y breve temporada, que se ha estrenado en el Teatro de Lucía, a pesar de ser el experimentado Alberto Ísola quien está al frente del nuevo montaje.
Llama la atención que Ísola haya incorporado en su adaptación del libreto a un tercer actor en el elenco: además de Franklin Dávalos, que interpreta a Rapún, y Emanuel Soriano, que hace lo propio con el centinela franquista, también aparece sobre el escenario Mario Ballón, que se pone un terno blanco para personificar a García Lorca, una sutil reminiscencia que da voz al poeta muerto. Se entiende este atrevimiento de Ísola como una concesión al público peruano, que para adentrarse en la memoria colectiva que subyace en el texto tal vez necesita no solo sentir a García Lorca como una presencia abstracta, tan grandilocuente dentro de la historia contemporánea española, sino también como un personaje de carne y hueso al que poder mirar a la cara mientras escuchamos su poderoso aliento poético.
Todo el montaje depende de la química que puedan trasmitir su dupla de actores protagonistas. Da la sensación de que Dávalos y Soriano tardan en entrar en sintonía, hasta que las palabras empiezan a circular como un torrente desbocado entre ellos y, al igual que sus personajes, los actores se dejan arrastrar por su poder de seducción y empatía. La calidad del texto, por supuesto, ayuda a que todo empiece a fluir de manera más natural y se produzca el efecto mágico del contagio: de la misma manera que el poeta iluminó primero a su amante, el prisionero acabará iluminado también a su centinela.
Una historia que se cierra con la íntima lógica de un abrazo, para demostrarnos que lo único que puede unir realmente a dos personas es un deseo sincero de comunicarse. La palabra es el camino más corto para la reconciliación. Solo hay que saber usarla con honestidad.
MÁS INFORMACIÓN
Título: La piedra oscura
Dramaturgia: Alberto Conejero
Dirección: Alberto Ísola
Elenco: Emanuel Soriano, Franklin Dávalos y Mario Ballón
Sala: Teatro de Lucía (Calle Bellavista 512, Miraflores)
Temporada: Del 11 de enero al 5 de febrero 2018
Horarios: De jueves a lunes a las 8 pm, domingos 7 pm
Precio de entrada: General S/54; Jubilados S/37; Estudiantes S/27. Lunes popular S/32
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