Luis Francisco Palomino | 10.01.2019
Entrevista realizada por Luis Francisco Palomino
Recién ingresado en el club de los treinta, el argentino Martín Felipe Castagnet es el autor de moda en el género de la ciencia ficción. Su primera novela, Los cuerpos del verano, ganó un premio importante en Francia en el 2012 y podemos encontrarla en nuestras librerías gracias a la editorial PesoPluma. La historia va sobre conciencias que, tras la muerte, son almacenadas en la red, a la espera de un cuerpo que las devuelva a lo que conocemos como vida.
¿Cómo nació la novela Los cuerpos del verano?
La inspiración surgió en el 2011. Tenía 25 años y tuve la sensación de estar viviendo en internet, de que realizaba todas las acciones vitales en un entorno particular como son las redes sociales, las casillas de mail, los diarios, es decir, conversaba con mis seres queridos, me relacionaba en pareja, trabajaba en internet... Sentí que lo más importante de mi vida, en cuanto a relaciones sociales, estaba pasando en gran medida por internet, y no encontraba textos literarios que lograran aprehender esa sensación de vivir en la red. Entonces se me ocurrió que si ya vivíamos en internet, lo más natural iba a ser que aparecieran pronto los muertos en internet (por el fallecimiento de los propios usuarios de foros o redes sociales). Es algo que ahora vemos bastante seguido pero en ese tiempo aún no ocurría. Eso me llevó a imaginar que esos muertos podían seguir comunicándose a través de sus usuarios.
Te adelantaste a lo que ocurre en Facebook.
Es posible decir que me anticipé… Bueno, pensé que tarde o temprano iba a ocurrir. Cuando decidí escribir Los cuerpos del verano, tuve la opción de trabajarla desde un terreno más realista y pensar en esos usuarios vacíos que son utilizados por los herederos, pero me pareció más fructífero usar la imaginación y llevar los fenómenos sociales que percibía hasta las últimas causas. Por ejemplo, si uno percibe una animosidad entre los jóvenes y los viejos, un choque generacional, llevar eso al extremo sería imaginar una guerra entre jóvenes y viejos como en Diario de la guerra del cerdo (1969) de Adolfo Bioy Casares. En mi caso, imaginé que si la gente vive en internet, eventualmente, va a morir en internet. Llevarlo hasta las últimas consecuencias sería: los muertos habitan internet.
Que sería una metáfora: las redes son la antítesis de la vida.
Para mí un texto literario es más rico cuando soporta la mayor cantidad de metáforas. No me gustan los textos que sólo se pueden leer de una única manera, de una sola metáfora, sino los que logran construir un sistema simbólico lo suficientemente rico pero también contradictorio como para albergar la mayor cantidad de metáforas, de extrapolaciones hacia nuestra vida. Por ejemplo, la noción de la muerte en internet es una lectura, pero el segundo elemento importante de Los cuerpos del verano es la disposición de los propios cuerpos hacia la red, los cuerpos como dispositivos mismos, como parte de la computadora. Actualmente nos volvemos más cibernéticos, más cyborgs. Nuestros brazos se transforman en apéndices del mouse de la computadora, nuestros ojos de la pantalla, nuestros dedos del teclado. Hay una fusión entre los dispositivos y nuestro cuerpo. Y lo que pasa es que luego nos duelen los dedos, los ojos, la columna de tanto estar sentados.
Y las computadoras son la extensión del cerebro. Todo lo que no podemos albergar en la cabeza lo guardamos en un disco duro…
Eso me parece extremadamente importante. Desde hace un tiempo estoy pensando en el problema de la memoria y el archivo. Los antiguos tenían una memoria mayor que la nuestra. Está demostrado que la composición de obras como La Ilíada o La odisea fue de forma oral. Los antiguos podían reproducirlas de memoria, de forma oral. Igual las obras de Shakespeare, que luego las transcribían para venderlas. Y eso se está perdiendo cada vez más. La capacidad de archivar por medio de la escritura nos lleva a tener una memoria más fugaz; más amplia en cantidad pero más fragmentada en contenido. La revolución de la imprenta continúa en estos entornos digitales: tenemos a nuestra disposición un archivo inmenso. Dicen que la información que se produce un solo día en la red es igual a la que se producía en un siglo en la antigüedad. La pregunta es si ya comenzamos a usar como prótesis los entornos digitales, no sólo para construir nuestras identidades, sino para albergar memorias individuales y colectivas.
¿Cómo observas a los lectores?
Creo que faltan lectores críticos. Creo que especialmente en Latinoamérica faltan críticos profesionales, autores críticos y lectores críticos. Es decir, que todos los implicados en la cadena del libro tengan una vara más alta, que no digan ‘bueno, publiquemos esto porque ya está bien’, sino que intenten publicar los mejores libros posibles. Creo que se puede escribir mejor. Pero necesitamos más críticos, que no haya miedo de pensar un libro más complejo, más rico…
¿Se están publicando libros que no deberían ver la luz?
Que no deberían es una frase demasiado fuerte. ¿Quién decide qué no debería? Creo que los propios autores deberían exigirse más con su propia escritura y no publicar simplemente porque ya terminaron de escribir una novela, sino intentar una mejor. Pero para eso hacen faltan críticos en todo sentido, más profesionales encargados de la crítica literaria. Cuando uno piensa en nuestros países, la pregunta es: ¿Quiénes son los críticos?
En Perú es rarísimo encontrar a un editor literario o narrativo. Los que se hacen llamar editores son más bien gestores de la impresión del libro…
En la lengua inglesa hay una excelente distinción entre editor y publisher. Editor es el que trabaja el texto y el publisher quien lo publica. En nuestro caso no suele existir el editor, sólo el publisher, es decir, editores que deciden publicar un libro pero que no lo trabajan; más bien gestionan la impresión, distribución y comercialización. Es un trabajo duro y valioso, pero creo que la labor del publisher debe estar siempre acompañada de ese otro trabajo indispensable que hace el editor, quien supervisa al autor durante la escritura del libro o hace la revisión del manuscrito. A mí me da la impresión de que los mejores autores usualmente tienen dos o tres lectores especiales, críticos, que no se dejan llevar por amiguismos. Eso es muy saludable para publicar mejores libros.
¿Cuáles fueron tus principales referentes para la escritura de Los cuerpos del verano?
Ya tenía ideas para el relato pero me faltaban referentes, gente que escribiera sobre internet. Uno de los autores que me sirvió en la escritura, con sus ideas de inmortalidad, tecnología y cuerpos, fue Michel Houellebecq, específicamente con La posibilidad de una isla (2005), novela suya no tan leída como Las partículas elementales (1998) o Ampliación del campo de batalla (1994), porque aquí fue editada por Alfaguara y no circuló tanto como las ediciones de Anagrama, un problema de distribución… En esa novela, Houellebecq usa recursos narrativos admirables. De ello, los colegas narradores podemos aprender bastante.
También me influenció la novela Zama (1956) de Antonio Di Benedetto que, por suerte, ha sido redescubierta, sobre todo por una adaptación fílmica de Lucrecia Martel. Zama tiene tres partes y en cada una la narración va cambiando, sufre una metamorfosis. A mí me influenció mucho la tercera parte, muy fragmentada, en la cual el individuo entero es puesto en duda. Zama es una sombra que se proyecta sobre mi novela, aunque nadie más la vea. Sentí que debía hacer un tipo de escritura minimalista, como en la red. Me pareció que debía encontrar un estilo en consonancia con lo que se cuenta.
También mencionaría series japonesas como Evangelion o películas de Miyazaki... Me parece que esas obras no literarias son las que más me influyen a la hora de generarme ideas como narrador.
Los cuerpos del verano es como un ensayo especulativo sobre el futuro…
Muchas veces se dice que la ciencia ficción es un género de ideas, algo que es muy discutible, pero en este caso ciertamente funciona de esa manera. Me parece que la acción en la novela es deliberadamente mínima para posibilitar el desarrollo de esas ideas, pero, a diferencia del ensayo, tiene personajes, y es siempre a través de sus peripecias como los lectores pueden identificarse con los planteamientos que hace el novelista. Los cuerpos del verano está llenas de ideas, que están en discusión, pero son ideas que cobran sentido cuando son vividas por un personaje. Además, una novela permite escribir ideas contradictorias entre sí, lo que es más difícil en un ensayo.
¿Qué te obsesiona de la muerte?
Crece la expectativa de vida pero no se abandona la muerte. La muerte es inevitable, necesaria. La supuesta inmortalidad en Los cuerpos del verano es sólo de facto, pero no es realmente inmortalidad, porque la muerte sí es un paso necesario como en las historias de vampiros. La novela discute que todo sistema informático tiene un soporte y esos soportes o dispositivos son físicos y también se rompen. No existe una inmortalidad total, es una ilusión de postergación. Me parece que la muerte en nuestra sociedad es uno de los grandes tabúes que todavía permanecen, como una idea claramente negativa o de mal gusto durante las conversaciones. Los velorios son siempre tristes. Se liga la muerte al sufrimiento, a la pérdida, pero mi idea de la muerte no es exactamente esa. Yo la considero lo que es, totalmente natural. El concepto de muerte en la sociedad occidental, ligada al catolicismo, debería cambiar, ofrecer perspectivas más felices, ligadas a la celebración de la vida que ocurrió más que al pesar por la persona fallecida. No digo que debamos evitar la tristeza, porque eso sería inhumano, pero sí pienso que deberíamos tener una cosmovisión que abrace la muerte como algo natural e inevitable y no como un enemigo que hay que postergar.
+info: Los cuerpos del verano
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