Cuando el teatro se vuelve denuncia: la urgencia de ver Proyecto Ugaz

© Teatro La Plaza

Entrevista realizada por Rodrigo Ahumada

Conversar sobre el poder, la censura, la libertad de expresión en un país como el nuestro no es un gesto simbólico: es una necesidad urgente. En este momento, el centro comercial Larcomar —donde se presenta Proyecto Ugaz, obra que denuncia la persecución sistemática contra la periodista Paola Ugaz— permanece cerrado por causas que no quedan claras. Que uno de los espacios comerciales más visibles de Miraflores esté inhabilitado justo cuando se levanta una obra incómoda para los sectores más conservadores del país despierta inquietudes. 

Días antes de este contexto conversamos con las dramaturgas y actrices Rocío Limo y Vera Castaño sobre el lugar del teatro, el rol del arte como herramienta política, entre otras cosas. Proyecto  Ugaz no solo es una obra necesaria por su contenido, sino también por su valentía: se atreve a ficcionalizar la verdad, a habitar sus grietas y tensiones, a denunciar con sensibilidad y contundencia. Desde EnLima, creemos que acompañar estas voces, amplificarlas y ponerlas en diálogo con la ciudadanía es parte del compromiso que el periodismo cultural debe asumir.

¿Cómo se construye una dramaturgia cuando los hechos que las inspiran están ocurriendo en tiempo real? ¿Cómo se maneja esa tensión entre lo documental y lo ficcional, lo abierto y lo cerrado?

Vera: No sabría decir cómo se maneja en general, pero en nuestro caso fue una pregunta constante durante el proceso. Decidimos que la historia sería contada por dos creadoras, lo cual nos permitió incorporar información mientras los hechos seguían ocurriendo. Hubo un punto en el que tuvimos que decidir dónde cortar, qué estructura usar y qué escenas dejar fuera. Fue un trabajo muy intenso, casi ininterrumpido: escribíamos, leíamos nueva información o recibíamos materiales de Paola. La historia estaba viva y sí había una intensidad en el trabajo que yo creo que no había vivido antes. 

Rocío: Además de recopilar información, buscábamos una conexión sensible e íntima con lo que estábamos narrando. Decidimos trabajar primero una escaleta juntas, explorar formas posibles, y cuando encontramos una estructura, cada una avanzó por partes. Luego revisamos todo en conjunto. Para mí fue fundamental identificar qué me motivaba personalmente a contar esta historia, sobre todo porque no teníamos control sobre lo que iba ocurriendo en el caso. Esas motivaciones individuales nos permitieron definir una dirección propia dentro de un contexto impredecible.

¿Qué significa para ustedes como creadoras representar a una mujer viva, presente, y que ha sido amenazada por decir la verdad? ¿Dónde empieza esa responsabilidad ética, si podemos llamarlo así, y dónde termina la libertad creativa? 

Rocío: Tener a Paola Ugaz involucrada activamente fue clave. Tenerla como una aliada. Su deseo de contar su historia y de buscar reparación, no solo por ella, sino para las periodistas mujeres y para las víctimas del Sodalicio. Sentimos que nos sumábamos a una lucha colectiva por justicia. Esa cercanía generó una red de personas comprometidas y valientes que nos inspiró profundamente.

Vera: Como actriz, representar a una persona viva fue un gran reto. Podía generarme tensión, pero el respaldo y la confianza de Paola transformaron esa presión en un motor positivo. Ella no solo nos permitió contar su historia, también nos dio libertad para ficcionalizar ciertos aspectos. Compartimos con ella escenas delicadas, incluso las que involucraban a su hija, y también buscamos el consentimiento de otras personas representadas, como Pedro Salinas y Raiza. Saberme parte de esa red de confianza me dio fortaleza para continuar.

¿Cómo surge la idea de este proyecto? ¿Cómo fue la propuesta con Paola?

Vera: La idea nació en 2021, cuando escuché una entrevista a Paola Ugaz y sentí de inmediato el deseo de contar su historia. En ese momento lo vi muy lejano y lo dejé como una intención. Al año siguiente, tuve la suerte de conocerla en persona y me acerqué simplemente para agradecerle su trabajo periodístico. A partir de eso empezamos a tejer una relación y vi cercana la posibilidad de contar su historia. Entonces convoqué a Rocío, mi socia de años, y le pedí que haga este proyecto conmigo. Le dije: realmente creo que yo tendría la valentía de hacer un proyecto como este si tú te sumas. Luego convocamos a Diego Gargurevich, que es un director muy capo, con una sensibilidad muy especial, y con este equipo le presentamos la propuesta a La Plaza, que no solo la acogió, sino que enriqueció el proceso con nuevas miradas y apoyos fundamentales. Trabajamos con Nishme Sumar, que es la directora artística de La Plaza.

Rocío: Cuando Vera me propuso el proyecto, me pareció un reto enorme. Se trata de una persona viva, de un caso complejo y delicado que yo apenas conocía, así que el primer paso fue investigar, comprender a fondo. Poco a poco, nos fuimos involucrando cada vez más, hasta estar completamente inmersas y comprometidas con contar esta historia con la responsabilidad y profundidad que merece.

En un país donde sabemos que la justicia tarda, y en este caso el poder se disfraza de fe, ¿Cómo entienden ustedes el rol del teatro como herramienta política? ¿Y creen que el teatro puede ser un contrapeso a los sistemas institucionales?

Rocío: Para mí, el teatro es en su esencia una herramienta política. Poner a un ser humano de pie en un escenario ya plantea una mirada sobre quiénes somos. No se trata de ser masivos, sino de generar una conexión profunda y directa, que se aleja de lo instantáneo. Hacer teatro es un acto colectivo: ensayar, reunirnos cada día para encontrar cómo contar una historia también es un ejercicio político. Este proceso, en sí mismo, ya transforma.

Vera: Más que una herramienta política en términos partidarios, el teatro es un espacio de ciudadanía. Como el periodismo, permite poner temas urgentes sobre la mesa, abrir perspectivas y movilizarnos colectivamente. Estos días lo hemos visto con claridad: personas con distintos niveles de conocimiento sobre el caso salieron conmovidas, reflexivas, motivadas a investigar más. Algunos vieron algo que no querían mirar. Otras se sintieron representados como es el caso de los sobrevivientes del Sodalicio. Esa capacidad de provocar conversación y comunidad es, para mí, profundamente política.

Ahora que hablan del periodismo como un actor también importante en la sociedad, la obra nace de una investigación que se manifiesta en escena. ¿Qué encontraron del lenguaje teatral que en el lenguaje periodístico no se puede expresar? ¿Y qué potencia específica tiene la ficción para incomodar? 

Rocío: Creo que el teatro permite habitar terrenos inciertos, esos que el periodismo, por su naturaleza, no puede tocar. El periodismo debe sostenerse en hechos, construir verdad desde lo verificable. El teatro, en cambio, puede usar otras herramientas para decir una verdad más simbólica, más emocional. A lo largo del proceso nos acompañó siempre esa pregunta: ¿qué es la verdad en el teatro?

Una escena que me cuesta mucho como actriz, pero me gusta mucho como dramaturga es el momento de la leche. Es un símbolo potente: es alimento, es lo que nutre a la hija, pero también es la fuerza que esta mujer toma para enfrentar todo lo que se le viene encima. Y al mismo tiempo, es lo que la expone, lo que la vulnera. Esa vulnerabilidad es la que le da fortaleza. El periodismo no puede contar que a una mujer se le llenan los pechos de leche mientras ve las prendas lavadas de la matanza de Putis. No porque no sea real, sino porque hay códigos distintos. El periodismo puede darte las piedras para cruzar un río. El teatro, en cambio, es un poquito el agua, es un poquito todo lo que rodea eso.

Vera: Desde el inicio tuvimos claro que no queríamos que esta obra fuera solo una puesta en escena de entrevistas o una dramatización de portadas periodísticas. Quisimos ir más allá. ¿Qué podía aportar el teatro que no ofrecía ya la exposición pública de Paola? ¿Qué podía darle el lenguaje teatral a su historia y al público?

Sabíamos que queríamos contar aquello que se esconde detrás del discurso objetivo, aquello que el periodismo no puede mostrar por sus propias reglas. Paola, como periodista, necesita plantarse firme, hablar desde los hechos, no exponerse. Ella es valiente, pero también vive una lucha interna que no se ve, una emocionalidad contenida. Y nosotras quisimos imaginar —a partir de entrevistas, sí, pero también desde la intuición— qué pasa cuando se cierra la puerta de su casa, qué piensa, qué siente, qué le duele y qué la sostiene. En esa mezcla entre lo dicho y lo intuido, la ficción tiene una potencia enorme: puede incomodar, conmover y revelar lo que no se dice.

En un contexto donde persiste la censura —a veces explícita y a veces encubierta—, ¿qué implicancias tiene presentar esta obra en un teatro como La Plaza, que tiene una gran visibilidad y respaldo institucional? En el caso de María Maricón, por ejemplo, la obra se repuso en Yuyachkani y fue recibida con rezos y hostilidad en la puerta. Pero con Proyecto Ugaz, no hemos visto al Sodalicio protestar públicamente en Larcomar. ¿Será que su censura actúa de formas más silenciosas, como presiones o bloqueos por dentro? ¿Hasta qué punto el respaldo institucional brinda protección y hasta qué punto puede condicionar la libertad artística?

Rocío: Es una pregunta muy potente, porque no hay una respuesta clara. Justo lo hablamos después de un foro. Nadie nos ha dicho “esto no lo puedes hacer”, pero hay tensiones, hay temores. Por ejemplo, si entras al Facebook de La Plaza, hay una cantidad abrumadora de odio: insultos, desinformación, amenazas. Yo cometí el error de leer los comentarios antes del estreno y me golpeó fuerte. Pensé: “¡Y eso que no soy Paola!”. La violencia simbólica está ahí, en lo cotidiano, y no siempre viene del poder institucional directamente, sino de las personas que internalizan esa vigilancia.

Creo que esa herencia viene desde la Colonia, desde la Inquisición. Se nos ha enseñado a vigilarnos entre nosotros. Hay una autocensura permanente, un miedo a incomodar, a señalar lo que no se quiere ver. La gente prefiere creer que Paola es una periodista paranoica antes que aceptar que existe una institución eclesiástica que ha abusado sistemáticamente de niños y sigue teniendo poder. Entonces sí, sentimos una protección al estar en La Plaza, hay un respaldo real. Pero también hay algo inquietante en el hecho de que estemos en un espacio tan visible como Larcomar y no haya un escándalo: ¿será que están operando de otras formas, más sutiles, más siniestras?

Y pienso también en por qué María Maricón fue tan atacada: quizá porque la imagen de un chico queer, visible y empoderado, activa ciertos odios más inmediatos. En cambio, en Proyecto Ugaz, somos dos mujeres en escena, y aunque eso incomoda, tal vez no provoca la misma respuesta visceral. Al menos no todavía.

Vera: Sí, totalmente. Y debo decir que contar con el Teatro La Plaza ha sido fundamental. Desde el inicio sabíamos que queríamos aliados fuertes, a todo nivel: artístico, técnico e institucional. Rocío y yo venimos hace ocho años haciendo teatro bastante independiente y aunque hemos tenido apoyos importantes, esta vez queríamos una plataforma que pudiera sostener el proyecto y amplificarlo.

Y La Plaza tenía todo el sentido. Ya en 2018 habían puesto en escena San Bartolo, basada en el libro Mitad Monje, Mitad Soldado, así que había una sensibilidad previa con el tema. Han sido aliados reales: nos han dado libertad, cuidado, y un acompañamiento activo en todos los niveles.

Ahora, si me preguntas si hay censura o vigilancia más sutil… no lo sé con certeza. Los tiempos están extraños, eso es verdad. Y no siempre lo que se mueve en las sombras se puede identificar a simple vista. Pero lo cierto es que hasta ahora, sentimos que el respaldo institucional ha sido una fortaleza y que hemos podido trabajar con libertad. Aunque, claro, siempre con la conciencia de que lo que estamos diciendo no es cómodo para todos.

En la obra, hay un uso claro de imágenes reales de figuras públicas que representan a sectores ultraconservadores y que han atacado directamente a Paola Ugaz. Son personajes reconocibles y visibles. ¿Cómo abordaron legal y éticamente el uso de estas imágenes y nombres en escena, y qué criterios usaron para decidir hasta dónde llegar con esa representación?

Rocío: Desde el inicio fuimos muy cuidadosas con el uso de material audiovisual. Nos respaldamos en la ley: todas las imágenes que usamos de figuras públicas provienen de fuentes abiertas, como YouTube o medios de comunicación, y por tanto su uso está permitido siempre que no se altere el contenido ni se saque de contexto. No representamos a estas personas en escena —no hay una dramatización ficcional de sus figuras—, sino que trabajamos con sus propias declaraciones, expuestas en registros accesibles a cualquiera.

En cambio, cuando se trata de víctimas o personas directamente afectadas por el caso, sí pedimos permiso explícito. Las imágenes personales que aparecen fueron compartidas por ellos con total consentimiento, y, de hecho, muchas de estas personas lo hicieron con la voluntad de ser parte de esta denuncia desde el lenguaje del teatro. Hay un deseo muy claro de visibilizarse, de recuperar voz frente a quienes han tenido siempre el control de los discursos.

Porque, al final, quienes han atacado a Paola tienen acceso a plataformas mediáticas enormes. Usar el teatro para confrontar esa violencia, para mostrar lo que esos discursos ocultan, es también una forma de justicia simbólica. No estamos difamando, estamos mostrando lo que ya está ahí, pero desde un lugar que busca reparación.

La palabra “verdad” aparece con fuerza en Proyecto Ugaz y atraviesa tanto el periodismo como el teatro, aunque desde lugares distintos. Mientras el periodismo busca una verdad basada en hechos verificables, el teatro permite explorar verdades más simbólicas o emocionales. ¿Desde qué lugar trabajan ustedes el concepto de verdad en esta obra? ¿Qué tipo de verdad les interesa transmitir?

Vera: Creo que la verdad que trabajamos en Proyecto Ugaz no es una sola, sino varias que conviven. Por un lado, están los hechos objetivos de la investigación periodística de Paola, que son irrefutables y documentados. Luego está su historia personal, que también parte de hechos reales que ella misma nos compartió. Y finalmente, está la ficción: las vidas de estas dos creadoras que representamos en escena, que no son exactamente nosotras, pero que juegan con nuestra realidad y con el proceso creativo mismo.

Nos tomamos licencias narrativas porque sabíamos que estábamos haciendo una “ficción basada en hechos reales”. Pero justamente por eso, decidimos que dentro de la obra haya momentos donde esas licencias queden explicitas. Las creadoras en escena le cuentan al público qué parte es ficción y qué parte es denuncia concreta, porque nos importaba mucho que no se confundan los límites, que se entienda dónde están los hechos que no se deben olvidar ni relativizar. La verdad que nos interesa transmitir es, sí, una verdad simbólica y emocional, pero también comprometida.

¿Cómo entienden ustedes el concepto de verdad como artistas? Hay una frase que dice: “el espíritu de la libertad es no estar demasiado seguro de tener la razón”, y otra idea plantea que toda verdad se construye en la tensión entre contrarios. Proyecto Ugaz se mueve entre opuestos muy marcados —periodismo e institución religiosa, víctima y agresor, lo íntimo y lo público—. ¿Desde qué lugar construyen ustedes la verdad escénica y cómo esa tensión se traduce en una postura política dentro de la obra?

Rocío: No sé si hay una respuesta certera, pero sí me lleva a una reflexión que creo me acompaña y no la tengo todavía tan cerrada, pero creo que efectivamente la verdad es poder desdoblarte un poco de ti mismo y ponerte en otro lado del prisma, de mirar algo desde diferentes ángulos, de intentar entender cuántas caras tiene un mismo objeto. Y aun así, por más que lo gires, siempre hay un punto que escapa, un punto ciego. Eso nos pasa con la verdad: cuanto más sofisticadas son nuestras herramientas, más claro se vuelve que nunca vamos a ver el todo.

El teatro, en ese sentido, es muy honesto, porque no pretende mostrar “la” verdad, sino una mirada —en este caso, la nuestra— sobre un hecho real, como la persecución a Paola. Y esa mirada está atravesada por la honestidad emocional, por una búsqueda desde lo humano.

Nosotras no representamos a Paola en su totalidad, sino a una mujer enfrentando una violencia sistemática mientras intenta vivir su vida. La obra no busca imponer un mensaje cerrado, sino activar un intercambio. Es ahí, en la respuesta del público, en el encuentro con los sobrevivientes del Sodalicio que vienen a ver la obra, donde se termina de construir una forma de verdad.

Y esa verdad también se armó entre nosotras: escribir juntas fue un proceso de confrontar puntos de vista, encontrar coincidencias, discutir diferencias. Esa fricción creativa fue clave para levantar una postura, sí, pero también para mantener viva la pregunta sobre lo que estamos diciendo.

Vera: A mí me pasó algo muy particular con este proyecto. En otros trabajos siempre he intentado partir desde el contraste: buscar las distintas perspectivas, evitar los extremos. Me parecía importante no caer en lugares comunes, no construir personajes “malos” o “buenos” de forma plana, sino encontrar sus contradicciones, su humanidad. Siempre me interesó complejizar las situaciones, incluso si eso significaba empatizar con figuras moralmente ambiguas.

Pero con Proyecto Ugaz sentí algo distinto. Intenté, de verdad, encontrarle alguna dimensión más compleja al “otro lado”, pero me fue imposible. Hay un daño tan profundo, tan sistemático, que no pude —ni quise— justificar ni matizar. No hay arrepentimiento, no hay reparación real por parte del Sodalicio. Y en ese sentido, esta obra fue también un momento de asumir una postura política clara: lo que hicieron está mal, y perseguir a una periodista por decir la verdad está mal.

Eso no quiere decir que renunciamos a la profundidad o a los matices. Los fuimos a buscar a otros lugares: en las emociones, en los vínculos personales, en la dimensión íntima del proceso. Pero había una convicción que no queríamos diluir. La obra tiene un punto de vista, y yo, como artista, también tuve que hacerme cargo de ese lugar desde donde decido hablar. Esa decisión, para mí, también es un acto de libertad.


Foto de Alfredo Tassano

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Cuando los espacios se cierran y el silencio se impone, el acto de hablar se vuelve un gesto de resistencia. Proyecto Ugaz nos recuerda que el verdadero poder del teatro no está en evitar lo incómodo, sino en alumbrar las verdades que el miedo y la sombra tratan de sepultar. Si hoy Larcomar guarda sus puertas, que estas palabras sirvan de ventana: porque mientras la censura amenaza, el arte—y quienes lo narran—seguimos alzando la voz.

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