Ana Lucía Alva | 16.02.2025
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Escrito por Ana Lucía Alva
“El número 5 está asociado con el cambio, la mutación y el movimiento. Se dice que es un número favorable para quienes se atreven a nuevas experiencias. A abrir puertas y saltar al vacío. O tal vez, a lo profundo”.
Pensar en la forma, el método y el registro es pensar en la filmografía de Juan Daniel Fernández Molero. A diez años del estreno de Videofilia (y otros síndromes virales) en el festival de Róterdam, es inevitable no meditar en cómo una película se arma por sus diversas vertientes y no solo por la estructura lineal que la misma idea inicial podría llevar.
Cinco maneras de explorar la obra de este director remiten principalmente a la experimentación del registro y la forma, la temporalidad, la sociedad como figura antagonista, la subjetividad de los personajes y la experiencia vivencial como espectador. Contando con cada una de las tácticas posibles, la historia que quiere dar a conocer.
En Videofilia, el tipo de registro nos permite ser parte del universo digital, roto, oscuro y perceptivo. Tal como el mismo internet, con diversas ventanas por abrir, cerrar, dejar en pausa y cargar, nos adentramos a lo que los avances tecnológicos pueden llegar a representar para la sociedad de ese momento. Rondando el 2015, Juan Daniel se sumerge en un mundo cyber que explora la posibilidad de desaparecer ante tanto virus y oscura novedad. Implementando herramientas como el glitch, la yuxtaposición de imágenes y el sonido.
Por el contrario, Punku, su segundo largometraje de ficción, nos sumerge en un paisaje analógico. Realizada en material fílmico, descubrimos con cada fotograma una especie de halo misterioso, de ruido, de deformación y de azar. Un misterio, tal vez. La película cuenta la historia de Iván (Marcelo Quino), quien fue encontrado inconsciente y con un ojo herido tras haber desaparecido por un tiempo, y por el cual Meshia (Martiza Kategari), quien lo cuida y lleva a reencontrarse con su familia, se ve atrapada en un viaje personal de escape, revelaciones y contradicciones. La forma en esta película no es más que un disparador para la atmósfera. El fílmico espera, contempla, surge y finalmente da, algo que se manifiesta en Punku cada minuto. La mutación en el transcurso del film, tanto en el paisaje, como en los personajes, el cambio de ciudad y demás, es un viaje por el recurso utilizado que arma el largometraje.
Sostener una propia temporalidad, regida por la misma obra en sí, es crear un ritmo único para ella. Tanto Videofilia como Punku, aunque esta última en menor escala, carecen de una “causa – consecuencia” marcada y romantizada como suele suceder en el cine tradicional. Las escenas transcurren y van armando un panorama inesperado, auténtico y metafórico. Tan fantasioso como realista.
En el cine de Juan Daniel, la misma sociedad (que incluye a sus mismos personajes también) se ve envuelta dentro de una figura antagónica. Cumplen el rol de personajes escritos, pero a la vez, son parte de una fuerza y/o postura que refleja y representa la entidad contraria, por la cual todos atraviesan y existen. Figuras antagónicas como fuentes de patologías o fuentes oscuras. ¿Qué sería del internet sin nosotrxs mismxs?
El ser humano como ser retro alimentador del propio virus. El internet como excusa para ejemplificar una sociedad. Punku, por su lado, es una experiencia transitoria, un portal. Se construye a raíz de lo que no se habla, pero se siente. Iván vive las consecuencias de su desaparición sin poder ponerlo en palabras, pero sueña y lucha con entidades desconocidas, mientras Meisha, busca un camino con nuevas oportunidades y se intenta despojar de ciertas tradiciones o realidades arraigadas a su lugar de nacimiento. El trauma de uno es la posibilidad de escapar del otro. Lo que me lleva a pensar, también, en Videofilia, y cómo la vida cibernética de Junior termina siendo el escape para Luz. ¿Es acaso la sociedad y su cultura la que encasilla al ser humano dentro de sus propias limitaciones?
Las voces de sus personajes son el hilo conductor hacia la profundidad de cada uno de ellos. Estamos invitados a entrar a sus cabezas, entender o al menos saber lo que piensan, y abrir perspectiva hacia un sinfín de realidades. Las imágenes cuentan, pero la voz y el diálogo conllevan. En sus obras, son muchos los momentos en los cuales estamos viendo algo posiblemente etéreo, poético o metafórico, mientras escuchamos a sus personajes hablar. El diálogo continúa, y las imágenes pasan. Ellos siguen siempre presentes. El mundo interno vs. El mundo externo, lo que se ve, lo que vemos. Tal como Meisha repetía en Punku haciendo alusión a su pueblo, “Yo soy de adentro”, los personajes son presos de su propia voz interior, mientras exploramos el mundo externo que les acontece.
Punku se ha estrenado en el 75º festival de Berlín, dentro de la sección Fórum. Un portal hacia otra dimensión, real. Un escalón hacia adentro y a la vez hacia afuera de lo que estamos viendo. Un cine representativo y lúdico. Una propuesta que sigue abriendo espacio y puertas a contar historias diferentes, únicas y originales.
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