Javier Gragera | 25.09.2015
Héctor Gálvez nos dice que la historia de NN está basada en hechos reales. Todo surge a partir de una anécdota que le contó una amiga que trabajaba como fotógrafa forense. Durante la exhumación de una fosa común en un paraje andino, hace ahora varios años, ella y el resto del equipo se toparon con los restos de un cuerpo de más, con un cadáver que nadie reclamaba y que tenía la foto en blanco y negro de una muchacha guardada en el bolsillo de su camisa. Ese rostro anónimo era la única pista que el equipo de antropólogos forenses tenía para encontrar la identidad del esqueleto.
“Este hecho tan significativo –cuenta Gálvez– me sirvió para tejer una historia y empezar a hablar de cosas que yo había observado y que me había planteado durante mi trabajo de varios años en la Comisión de la Verdad y Reconciliación”. Y así arranca NN, una película que indaga desde un punto de vista profundamente humano en el tortuoso camino que significa reubicar a aquellos muertos que fueron engullidos por los años de violencia política y que ahora no tienen quien les llore.
Nos encontramos en la sala del cineclub Ventana Indiscreta, dentro de las instalaciones de la Universidad de Lima, donde han sido convocados varios de los nombres propios que han hecho posible la película peruana NN: Héctor Gálvez, director y guionista; Paul Vega, actor; Mario Bassino, director de fotografía; y Carolina Denegri, jefa de producción. La idea de este conversatorio es hacer una autopsia de este largometraje que representará al Perú en los Óscar 2016, y cuyo título son las siglas de Nomen Nescio: expresión latina usada para designar a una persona “sin nombre” o desconocida, y por tanto sin una identidad definida.
Mario Bassino recuerda que lo primero que le dijo Gálvez cuando le habló del proyecto de filmar NN fue: “Yo siento esta película como una historia de fantasmas”. A partir de esa premisa, Bassino tuvo que plantearse todo el concepto visual de la película, lo que le llevó a tomar decisiones arriesgadas como subexponer la fotografía en la filmación, utilizar temperaturas de color frío, o usar planos cerrados para acentuar la sensación de opresión de los espacios. “Queríamos jugar con las siluetas, queríamos que hubiesen sombras, que también hubiesen muchos fueras de foco”, explica Bassino. Gálvez quería empezar a contar su película desde una postura estética, y Bassino fue el encargado de encerrar a los vivos en espacios vulgares y comunes –un laboratorio, un departamento, un pasillo de un edificio público…–, para transformarlos al mismo tiempo en lugares asfixiantes y fantasmagóricos.
Héctor Gálvez junto al actor Lucho Cáceres durante el proceso de filmación de la película. / Foto: Difusión
Tal vez uno de los aspectos más logrados de la película sean las interpretaciones de sus actores principales. Paul Vega se muestra humilde ante los cumplidos y comparte méritos con Gálvez, quien salió airoso de su primer trabajo de dirección con actores profesionales. “Fue fundamental que pudiésemos trabajar y conversar con gente que trabaja en antropología forense antes de empezar el rodaje –dice Paul Vega–. Esto me permitió imaginar qué pueden sentir ellos en el largo proceso que significa una exhumación, y entender cómo lo trasmiten”. A partir de aquí, Paul Vega empezó a entrar en el cuerpo de su personaje en la película, Fidel, quien trasmite un profundo desamparo emocional. “Los antropólogos forenses que conocimos compartían un denominador común –dice Paul Vega–: todos ellos llevaban encima un peso muy grande que cada vez se iba haciendo mayor. Tanto es así que muchos de ellos no lo soportan y terminan abandonando esta profesión”.
La respuesta de Fidel, sin embargo, no es el abandono, sino el estoicismo. El personaje de Paul Vega no tiene ningún desborde, no explota en ningún momento, todo lo lleva en silencio, por dentro. Su existencia parece oprimida por una enorme carga contenida que le obliga a deambular por los espacios como un hombre que apenas entra en contacto con lo que le rodea. Fidel es así una persona devenida en fantasma que, al igual que los restos fósiles de aquellos que desentierra, también vaga por un mundo que lo repele en busca de una identidad perdida; él es otro N.N. accidental.
Uno de los temas que más han dado que hablar del estreno en cartelera de NN es que se haya presentado con una reedición de su montaje original, ahora muy distinto del que se presentó hace un año en el Festival de Cine de Lima 2014. El director achaca su anterior paso en falso a que no tuvo tiempo para “dejar respirar” la película. “La contuve”, confiesa Gálvez, quien también se sintió presionado por las expectativas que había generado un proyecto en el que había tanta gente y tantas productoras implicadas. Entonces el director presentó la película en el Festival de Roma, en Italia, y allí se dio cuenta de que aquello no funcionaba. “Mientras veía la película se me vinieron a la cabeza momentos de la filmación que habíamos descartado en ese primer montaje –dice Gálvez– y empecé a tomar apuntes en mi celular”. Aquel día él empezó a desarmar su rompecabezas para volver a levantarlo de nuevo. No le gustaba lo que estaba viendo, y sabía que podía hacerlo mucho mejor. Meses después el tiempo le acabaría por dar la razón: Gálvez competiría con el nuevo montaje de NN en el Festival de Cine de Cartagena de Indias, en Colombia, donde recibió el Premio a Mejor Director.
Una forma de entender NN es como una historia que clama contra la amnesia colectiva y que denuncia las trabas institucionales a las que se enfrentan los familiares de las víctimas que luchan por encontrar el cuerpo de sus desaparecidos. En este sentido, la burocracia se eleva como un obstáculo para encontrar la verdad y saldar deudas pendientes. “La idea era hacer una denuncia sutil”, dice Gálvez, que usa la imagen como arma silenciosa pero arrojadiza, como se pone de manifiesto en ese plano en el que los restos sin identificar se amontonan en viejas cajas rotas y expuestas a la intemperie en la azotea del Ministerio Público. En esta escena, la cadena con cerrojo impide a Fidel llegar hasta los cuerpos abandonados y tal vez tratar de poner orden. ¿Cómo se hace para encontrarles un lugar a aquellos muertos que ahora parece no importar a nadie? El espectador piensa entonces en desperdicios de los que uno no se atreve a deshacerse, y la mejor opción es barrerlos debajo de la alfombra. Sucede que la verdad muchas veces no tiene como peor enemigo a la mentira, sino al olvido.
¿Hay que, por tanto, tenerle más miedo a los vivos que a los muertos?, como plantea un personaje de la película durante una reunión con sus colegas forenses. En esta historia no se resuelve ni ese enigma ni casi ningún otro de los que plantea. Tal vez esa sea una consecuencia lógica ante lo irracional que supone hablar de la muerte estando aún en el otro bando. Es imposible iluminar la oscuridad que nos acecha más allá, lo que aún no es vedado. Ese territorio solo le pertenece a los fantasmas.
Javier Gragera es periodista y fotógrafo de formación, y actualmente edita Enlima.pe