La Cuarta Pared en dos actos

Horacio Rafart y Guillermo Ale forman la dupla teatral de La Cuarta Pared. / Foto: Difusión

La Cuarta Pared es un grupo de teatro argentino que, como sus mismos miembros se apuran en aclarar, centra su hacer en el teatro político. Están constantemente, dentro y fuera del escenario, increpando la realidad de Latinoamérica, sus paradojas, injusticias y desigualdades, atacando sus arbitrariedades e involucrándose allá a donde van. Están en Lima presentando en el Centro Cultural Ricardo Palma las dos piezas más literarias de su arsenal, El Túnel y Rayuela, adaptaciones de dos clásicos de la narrativa argentina. Esto no los separa de su preocupación política, claro está. “Siempre encontramos algún resquicio para contar lo que queremos contar. Tratamos de traicionarnos lo menos posible”, dice Guillermo Ale, director de la agrupación.

Primer acto: Del lado del asesino

Dum Drummond, un cuchillo en una pocilga y el cuerpo dormido de Marguerita. Sid Vicious, otro puñal y el cuerpo de Nancy Spungen en la habitación 100 del Chelsea Hotel, en Nueva York. Juan Pablo Castel, un cuchillo, la estancia y el cuerpo de María Iribarne. Tal vez sí, tal vez sentimos una fascinación hipnótica por los asesinos, o por la clase de asesinos que se convierten en tales cuando su amor se trastoca en obsesión. Tal vez es sólo el magnetismo que generan los artistas, por transgresores, lo que nos lleva a mirar y seguir mirando cuando todo nos dice que apartemos la mirada.

El grupo teatral argentino La Cuarta Pared, con Horacio Rafart como actor y Guillermo Ale como director, lleva 13 años presentando su adaptación teatral de la novela El Túnel (1948), de Ernesto Sábato. Lo que equivale a decir que llevan 13 años poniéndose en el lugar del asesino y de pasada poniéndonos a nosotros, sus espectadores, frente a la escena del crimen.

En realidad, esta adaptación comenzó antes, cuando ambos fueron a investigar al único lugar donde podían tener contacto con esta clase de historias: las cárceles. “Hicimos un montón de entrevistas a tipos que estaban en prisión perpetua por haber matado a sus parejas ─explica Horacio─. Y todos lo justificaban desde su lógica. Nosotros lo que queríamos hacer era tratar de comprender su lógica. Robársela un rato y tirarla para acá”.

Guillermo, el director, justifica esta inmersión como parte de su proceso creativo. “Nuestra manera de hacer teatro no es la del filósofo teórico de café. Somos empíricos, de la escuela de la calle. Vemos un personaje, lo observamos, le preguntamos”. Y esas preguntas son las que alimentan la obra, que es una adaptación, pero también un diálogo del asesino ficticio, Juan Pablo Castel, con asesinos reales, como un amigo de la infancia de Horacio que creció para asesinar a la enésima mujer de su vida, o como Ricardo Barrera, un famoso odontólogo de La Plata que, harto de humillaciones de su esposa, suegra e hijas, mató a las cuatro a punta de escopetazos.

 


Juan Pablo Castel, un cuchillo, la estancia y el cuerpo de María Iribarne dan forma a la historia de El Túnel. / Foto: Difusión 

El segundo movimiento de la dupla fue tocar la puerta del propio autor, Ernesto Sábato. Lograron con su irreverencia que no sólo les abriese la puerta, sino que acompañara el proyecto. Sus palabras, su consejo, fueron definitorios para el resultado final. “[Sábato nos dijo] que no respetáramos absolutamente nada de su obra, que nos tomáramos el permiso de equivocarnos para llegar a un acierto. Que de esa manera encontraríamos la forma de contar la misma historia usando el cuerpo como herramienta”, recuerda Guillermo.

Y lo hacen, cuando horas después Horacio sube a las tablas transformado en Juan Pablo Castel, prisionero de esa obsesión que se enfatiza con el cuadrado/celda que lleva escrito en el piso el nombre de su carcelera. La pareja argentina logra así algo que Sábato no previó y, honestamente, ninguno de los lectores que han acudido a la sala: risas que llenan el teatro. Porque es cierto, en el carrusel de emociones que marca una pasión, y que la obra a lo largo de más de una hora recorre con un tempo brillante, también tienen su momento las risas, las risas de vernos reflejados cuando nos hemos excedido, aunque sea un poco, en nuestra búsqueda de quizá el amor, quizá el placer, quizá ─como el pintor─ simplemente la comprensión. Como me lo preguntaba con malicia un par de horas antes Horacio: “¿Quién no tuvo vivencias ridículas con una mujer? Somos el producto de esas historias [propias y ajenas], de cómo esas historias rebotaron en nosotros”.

Segundo acto: Del lado del exiliado

Casi al final de nuestra conversación sobre la puesta en escena de El Túnel, Guillermo lanza una frase que me queda dando vueltas en la cabeza hasta el momento que, semanas después, me estoy sentando en la butaca para ver el estreno de Rayuela, adaptación como la primera de un clásico de la literatura argentina, latinoamericana y esa cosa rara que llaman literatura universal. Guillermo me ha dicho un par de semanas antes: “Lo bueno es que acá [en el teatro] tenés revancha todos los días”.

Rayuela (1963) de Julio Cortázar es, como El Túnel, una historia de pasión y desencuentro, de búsqueda de La Maga, y de entenderse a través de los amigos, la música y esas ciudades que uno nunca deja de sentir como familiares y extrañas a la vez. En términos de adaptación, el juego literario de Rayuela presenta exigencias y retos muy distintos. Una investigación de tres años, fastidiar como ellos mismos cuentan a teóricos, lingüísticas y críticos literarios, la dirección de Nicolás Masciotro y un conocimiento de su oficio, el del teatro, dieron como resultado una puesta en escena en la que ambos, Guillermo y Horacio, intercambian roles durante una hora para exigir al espectador y, como la obra que adaptan, obligarlo a llenar espacios y recorrer su propio camino.

 


Horacio Oliveira es el alter ego de Cortázar en la obra Rayuela. / Foto: Difusión

Hay, es cierto, la búsqueda de La Maga, la comprensión de nuestras pulsiones y pasiones, pero también, y aquí está un giro de tuerca muy interesante, hay en La Cuarta Pared la necesidad de reflexionar sobre la figura de Cortázar que es sin duda uno de los mayores exiliados de la historia argentina contemporánea, y a través de él y de Horacio, de la universalidad del exiliado y de su triste recurrencia en nuestro lado del mundo. Es una Rayuela más política, más cuestionadora con respecto a los sinsentidos de nuestra historia y de nuestra actualidad. “Rayuela es una obra política. Hablamos de desaparecidos, hablamos de las madres de la Plaza de Mayo”, me adelantaba Guillermo.

La dupla de La Cuarta Pared son bichos de teatro, como se autodefinen, de esos que se la juegan en cada presentación, que arrancan el día regateando en Wilson el precio de la impresión de los volantes, que luego entregan de manera casi clandestina en las calles de Miraflores, de los que montan las luces, el escenario y conocen cada aspecto de su oficio. Por eso se exigen tanto, por eso se dicen a sí mismos en cada función: “Si no te conmoviste, no lloraste, no transpiraste, no pasó nada, no hubo teatro”.

Rayuela, del grupo La Cuarta Pared, se presenta en el Centro Cultural Ricardo Palma hasta el 14 de febrero 2016, con funciones de jueves a domingo, a las 8 pm.

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