'La última tarde', de Joel Calero

Lucho Cáceres y Katerina D’Onofrio protagonizan 'La última tarde'. | © Difusión

Crítica cinematográfica por Sebastián Zavala Kahn

La última tarde, de Joel Calero, es una película compleja que logra humanizar a dos protagonistas —ex militantes de la izquierda radical durante el conflicto armado de los años 80— que en cualquier otra cinta hubiesen sido villanos, o por lo menos, personajes odiosos. Esto no quiere decir, claro está, que la cinta haga apología al terrorismo. Simplemente presenta a personajes con mundos internos muy complejos, con ideales que poco a poco fueron tergiversados, a través de impecables escenas de diálogo extenso y caracterizaciones redondas.

Lucho Cáceres interpreta a Ramón, y Katerina D’Onofrio a Laura, quienes se encuentran por primera vez después de diecinueve años para firmar los papeles de su divorcio. El trámite se alarga—tienen que esperar al encargado del juzgado—, por lo que deciden caminar por Barranco y Miraflores, tomar un taxi, tomar un café, y simplemente reencontrarse y volver a conocerse, lo cual sacará a flote temas que se habían guardado por mucho tiempo: rencores y secretos y oscuras sospechas.

La última tarde nos presenta un enfoque distinto al tema del conflicto armado. Mientras que otras historias se desarrollan en la década de 1980 o a principios de los 90, se llevan a cabo en provincia, o se concentran en la experiencia de los militares o las víctimas inocentes, La última tarde tiene como protagonistas a dos personas que decidieron pelear por una causa, manteniendo ideales que poco a poco fueron destruyéndose. No es que la película justifique sus acciones o las consecuencias de las mismas; simplemente plantea que cometieron errores teniendo intenciones hasta cierto punto nobles, y que cuando quisieron salirse del asunto, tomaron decisiones muy distintas.

Laura escapó a pesar de amar a Ramón, y años después se encuentra trabajando de creativa en una agencia de publicidad, una ocupación relacionada al capitalismo y al consumismo (“le vendemos a la gente cosas que ni necesitan”) que no podría estar más alejada de sus ideales pasados. Ramón, por su parte, le vende microcréditos a empresarios pequeños, trabajo que en un principio podría parecer más socialmente relevante, hasta que él mismo confiesa que las intenciones de su empresa no son necesariamente las más altruistas.

Ambos terminaron trabajando y contribuyendo al sistema con el que supuestamente se enfrentaron años atrás; la diferencia es que Laura se encuentra cómoda, hasta feliz, mientras que Ramón todavía guarda rencores, y aún quiere averiguar más sobre lo que pasó diecinueve años atrás.

Superficialmente, La última tarde se parece mucho a la genial trilogía de Before (Sunrise, Sunset, Midnight) de Richard Linklater. Pero mientras dichas películas se concentran más en las posibilidades románticas (y melodramáticas) de su pareja protagonista, este filme de romántico tiene poco. La última tarde tiene mucho qué decir sobre las experiencias que deben haber vivido Laura y Ramón, pero este último no ha ido a buscar a la primera solo porque tenga ganas de saber qué es de su vida. Uno tiene la impresión, durante una buena parte de la cinta, que Ramón quiere algo de ella; quiere información, datos, o confirmar una sospecha. No malograré el final; solo diré que algo de esto se confirma durante los últimos minutos de metraje.

Hablando del desenlace, fue uno de los pocos aspectos del guion de Joel Calero que no me terminaron de convencer. La mayoría del filme mantiene un estilo narrativo y visual muy claro; naturalista y convincente, ambientándose en calles de Lima de mucho color, cotidianas y hasta reconfortantes, al menos en comparación al tipo de temas sobre los que los personajes conversan. Pero la cinta decide desarrollar un giro en la trama —mal explicado, dicho sea de paso— durante las últimas escenas, el cual concluye con una escena casi surreal, visualmente distinta a lo previamente mostrado, y poco clara. No fue lo suficientemente innecesaria como para malograr el resto de la película —la cual funciona muy bien—, pero estuvo cerca.

Tanto Katerina D’Onofrio como Lucho Cáceres dan estupendas actuaciones. El código del filme es muy natural —Calero los deja seguir incluso cuando se mete algún furcio o tos o pequeño error, simplemente para que las escenas parezcan pequeños extractos de la vida—. La Laura de D’Onofrio es una mujer privilegiada que parece haber dejado su pasado turbulento atrás, mientras que el Lucho de Cáceres todavía tiene algo de su joven personalidad. La primera le permite a uno mantenerse atento durante toda la película gracias a su innato carisma y personaje extrovertido, mientras que el segundo trabaja de manera más sutil, dando a entender que está acumulando algo en su interior que, eventualmente, explotará de manera violenta y repentina.

La última tarde es una manifestación de los horrores de la época del conflicto armado, y una denuncia de los problemas de nuestra sociedad, tanto los pasados como los actuales. Pero también es una fascinante exploración de dos personajes que, a pesar de haber tenido una relación amorosa años atrás, no podrían ser más diferentes. La cámara de Calero, fluida y casi siempre en movimiento, está siempre siguiendo a Laura y Ramón, dos personajes que representan de manera muy humana los fuertes contrastes que existen en el Perú. Y felizmente, el guion y el trabajo de D’Onofrio y Cáceres son lo suficientemente absorbentes como para que uno quiera seguir escuchándolos.

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