Sergio Zevallos: “Las personas somos seres colectivos; la individualidad no existe”

Sergio Zevallos durante el conversatorio sobre su muestra individual La Muerte Obscena. / Foto: Javier Gragera

Los dibujos del artista peruano Sergio Zevallos son toda una declaración de intenciones. La vorágine de elementos y formas es apabullante. Los bordes del papel a duras penas contienen el desenfreno creativo del autor. Los dibujos amenazan con expandirse más allá de la frágil frontera de los marcos, que ahora los muestran y los encierran en su precario formato de obras de arte en exposición. Trazos espontáneos y viscerales, en los que todo se amalgama en una trama sin profundidad de campo.

Los cuerpos, la mayoría de ellos desmembrados, se encuentran, se funden y se transforman; son un collage o sucesión de retazos que conforman una única figura grotesca y deformada. La sexualidad se muestra como una conquista del otro; es latente, es ubicua; es lucha y es violencia, es placer enloquecido y dolor insoportable. Todo es orgánico: hay orificios, bocas desencajadas, piernas que se abren de manera obscena y descarnada, lenguas y manos advenedizas, órganos sexuales sangrantes, y ojos que con sus miradas lo asedian todo. Son cuerpos gelatinosos; cuerpos-fluido.

“Todos somos uno”, dice Sergio Zevallos. “Nuestros cuerpos confluyen en un único cuerpo; todos somos partes desmembradas de una misma cosa”. En este sentido, sus dibujos son una metáfora cruda y visceral de la sociedad, o al menos de la visión que Sergio Zevallos tiene de lo social: “Las personas somos seres colectivos; la individualidad no existe”.

Sergio Zevallos participó el pasado martes en un conversatorio sobre su muestra individual La Muerte Obscena, en la que se presentan dos series tempranas de dibujos que el autor realizó como parte de la experiencia del Grupo Chaclacayo (Helmut Psotta, Raúl Avellaneda y Sergio Zevallos; 1982-1994), uno de los laboratorios sexo-políticos más arriesgados surgidos en el ámbito artístico peruano en la década de 1980. Lo excepcional de esta exhibición es que estos dibujos han regresado a Lima tras más de dos décadas de exilio en Alemania, donde han permanecido junto al artista después de que este emigrase del Perú en 1989.

La relación de Sergio Zevallos con Lima ha sido y sigue siendo conflictual. “A mí me cuesta circular por esta ciudad y tratar de entender y evidenciar conceptos ideológicos del tipo: esto está bien, esto está mal; por aquí deberían ir las cosas, por aquí no”. Para Sergio Zevallos, Lima resulta una estructura social demasiado densa, demasiado caótica, y lo andrógino le sirve como subterfugio creativo para acercarse y entrar en diálogo con esta realidad. No es ningún secreto que Sergio Zevallos se declare como andrógino, lo que para él significa poder fluir libremente de una sexualidad a otra. Eso también se refleja en su obra. “Yo hago uso constante de este recurso conceptual de lo híbrido para poder captar nuestra complejidad”, apunta Sergio Zevallos. “En muchos de mis dibujos se crean nudos donde las cuerpos se amarran, y también a partir de los cuales las cosas pueden volver fluir”. De esta manera, Sergio Zevallos ha encontrado en la experiencia personal de lo andrógino, que conlleva una multiplicidad de posibilidades físicas e ideológicas, una forma para aceptar y entender lo que somos, lo que nos rodea y nos contextualiza.

 


Dos dibujos que forman parte de la exhibición La Muerte Obscena, de Sergio Zevallos

Otra clave para comprender la obra de Sergio Zevallos se halla en el proceso de creación de los dibujos. El autor lo segmenta en cuatro pasos: dibujar, borrar, tapar y escarbar. En la primera etapa creativa, Sergio Zevallos realiza trazos en el papel a partir de asociaciones libres de ideas. A medida que avanza el dibujo, unas líneas se superponen a otras, creando diferentes capas y revelando formas imprevistas. A partir de esta construcción desordenada y espontánea, Zevallos empieza a borrar y a tapar partes de la maraña de trazos para establecer unas coordenadas dentro del caos. Este proceso puede durar varios días, hasta el momento en que el artista logra sentirse cómodo con el resultado que tiene ante los ojos. El proceso llega entonces a su última fase: la “excavación arqueológica”, como denomina Zevallos al gesto de escarbar en las capas de pintura, de tal manera que aleatoriamente emergen a la superficie del dibujo antiguos detalles que, a pesar de que habían sido sepultados en un principio, cargan ahora de otros significados al conjunto de la obra.

Sergio Zevallos entiende esta forma de dibujar a partir de la superposición de capas como una filosofía de vida. “Todo lo que hicimos y lo nos pasó en el pasado puede tener vigencia en cualquier momento”, dice Zevallos; y al igual que cuando el artista escarba en el papel para evidenciar algo que había sido tapado y desechado anteriormente con trazos de lápiz y pintura, nosotros nunca llegaremos a entender con claridad qué sucesos vividos van a volver emerger e influir en nuestras vidas, incluso aquellos hechos que entonces nos parecieron intrascendentes, tal vez experiencias carentes de significación aparente. “Todo lo que ha ocurrido, lo que está ocurriendo y lo que va a ocurrir está conectado en una unidad”, dice Zevallos. “Nuestro tiempo vital es siempre tiempo presente”.

 


Sergio Zevallos travestido de Santa Rosa de Lima. / Foto: Grupo Chaclacayo

Una de las cosas que llaman la atención de los dibujos de Zevallos –y de igual manera de toda la producción artística del Grupo Chaclacayo– es la predilección casi fetichista que muestran por incluir e intervenir la imagen de Santa Rosa de Lima. “Nosotros empezamos a interesarnos en este ícono a partir del momento en que es designada como patrona de la policía y la guardia republicana del Perú”, dice Zevallos. El Grupo Chaclacayo entendió esta decisión como un grotesco mecanismo de manipulación de la identidad nacional en pleno conflicto armado, cuando las fuerzas del orden del Estado necesitaban limpiar su imagen ante la opinión pública. “De esta manera –dice Zevallos– las fuerzas del orden apelaban a que, como la mayoría de la población creía en la Santa, iban a legitimar también los métodos armados que ellos estaban utilizando para luchar contra Sendero Luminoso”. A través de diferentes gestos artísticos –que incluyen una serie de perfomances en las que aparecía la imagen de Santa Rosa de Lima con una alta dosis de lascivia degradante y provocadora–, los miembros del Grupo Chaclacayo trataron de denunciar esta maquiavélica estrategia propagandística, cargada de complejas connotaciones socio-culturales que evidenciaban la falta de escrúpulos de los poderes del Estado para construir y alterar el imaginario colectivo dentro de nuestra sociedad actual.

En este sentido, las dos series de dibujos que engloban La Muerte Obscena – Rosas (1982) y Que tu carne es el cielo recién nacido (1983)– toman como referente diversos materiales impresos que circulaban en Lima en la década de 1980: estampitas religiosas, fotografías de prensa, revistas pornográficas, historietas y cómics. Son fantasías de placer y de dolor en donde se fusionan la obscenidad y la brutalidad, el martirio religioso y los cultos militares, personajes híbridos y escenas de desangramiento. No hay un centímetro neutro en sus dibujos, no hay lugar para el vacío. Sus obras resultan agotadoras, es imposible abarcarlas, siempre se acaba por perder algo. Pero, ¿qué trataba realmente de expresar el joven Sergio Zevallos con estos dibujos? “Yo sabía que quería hacer algo, pero no tenía claro qué quería comunicar”, dice Zevallos. Para él, lo importante era el gesto artístico; la intención de crear y expresarse a través de los trazos que atropelladamente invadían sus papeles. “Ese es el momento más político: decidir hacer algo para salirse del cauce marcado”, dice Zevallos. “Y por supuesto asumir las consecuencias que luego tendrá tus actos”.

La producción artística de Sergio Zevallos junto al Grupo Chaclacayo tuvo como epicentro conceptual el cuerpo y sus conflictos. Sus acciones siempre trataron de meter el dedo en la llaga para evidenciar la fragilidad y la mistificación del cuerpo en medio de un país en guerra, imaginando también otros modelos de comportamiento y de deseo. En su obra se cuestiona una idea de identidad nacional que considera castrante y discriminatoria, e invierte los roles sexuales y de género, confrontando los distintos modos de autoritarismo político e ideológico. Para Zevallos el arte era un acto político, el cual surgía como respuesta a una época y sus circunstancias.

La pregunta ahora es: ¿siguen vigentes los dilemas y las denuncias que Zevallos planteó en sus dibujos? Karen Bernedo, documentalista, antropóloga visual y miembro del Museo Itinerante Arte por la Memoria, responde con un hecho objetivo: el Congreso del Perú acaba de desaprobar la despenalización del aborto en casos de violación. El Estado peruano, reaccionario y machista, según Bernedo, insiste en cercenar la capacidad del individuo para decidir sobre su propio destino. El cuerpo sigue siendo un campo de batalla en este país, y tal vez el arte es el mejor aliado de los negados para continuar en la lucha. Y si no, que se lo digan a Sergio Zevallos.

La Muerte Obscena puede ser visitada en la sala expositiva del Proyecto AMIL (en el subsuelo del C.C. Camino Real, San Isidro) hasta el 20 de junio de 2015, de lunes a sábado de 3 a 9 pm.