Todas las sangres: 45 años de Yuyachkani

Cartas de Chimbote / Foto: Musuk Nolte

El 28 de noviembre de 1969, José María Arguedas no pudo más. Encerrado en un baño de la Universidad Agraria La Molina se disparó en la cabeza, para morir cinco días después tras una gran agonía. Luchó de muchas maneras con la depresión que marcó su vida. Trató de poner en un mismo mapa llamado Perú todas las sangres que habitaban en este fragmentado país. Tal vez el zorro de arriba y el zorro de abajo lo llamaban y no pudo hacerlos esperar más.

Arguedas nos intentó explicar y conciliar. El indigenismo, el Perú y ese críptico mosaico que es la cultura latinoamericana no pueden mirarse al espejo sin ver su reflejo, aún no suficientemente nítido, tantos años después. Pero quizá en ningún lugar es tan poderosa la presencia del andahuaylino como en la casa 363 del Jirón Tacna, en Magdalena. La casa de Los Yuyas. Yuyachkani, “estoy pensando o estoy recordando” en ese quechua tan fluido y ligero que habita cada rincón de la casona republicana, es el nombre que hace 45 años adoptaron los fundadores de una compañía de teatro que hoy es Centro Cultural, es escuela y es historia. Una historia que está en las paredes, en recortes de periódicos, en antiguas fotografías, en hojas mecanografiadas donde están los borradores de lo que luego se convertirían en obras como Los hijos de Sandino (1981) o Los músicos ambulantes (1983).

Hace 45 años querían cambiar al mundo, hacerlo a través del teatro, pero el teatro no les daba todas las herramientas que necesitaban. Entonces se fueron a las fiestas tradicionales de Los Andes, con sus máscaras, su música, sus bailes, sus colores y sus animales. Crearon algo distinto, auténticamente suyo, algo de lo que el “Taita” Arguedas, su dios tutelar, se sentiría orgulloso.

Hoy, casi medio siglo después, al entrar en la casa de Los Yuyas, uno no está seguro qué tanto haya cambiado el mundo, pero sí de que ellos han logrado algo significativo: gente de distintas edades comienza a llegar mientras se cierra la noche sobre Magdalena. En bicicletas, caminando o en autos de lujo. Gente muy joven y gente muy mayor. Todos recorren las salas, conversan y se toman fotografías mientras comienza la función. Todos esperan con la misma expectación. Ya adentro, mientras una señora a mi lado me cuenta cómo traía a esta misma casa a su hija pequeña que ahora hace un postgrado en un país distante, miro alrededor y pienso en el homenajeado de la noche. Aquí están todas las sangres.

Cartas de Chimbote
Cartas de Chimbote / Foto: Musuk Nolte

Cartas de Chimbote (2015), re-estrenada para celebrar los 45 años de la agrupación teatral, es ante todo un homenaje a José María Arguedas, a través de las cartas escritas a su psicoanalista, Lola Hoffman, y al antropólogo John Murra, y de la experiencia en Chimbote con la escritura de su novela póstuma El zorro de arriba y el zorro de abajo, publicada -y las casualidades no existen en este universo simbólico de los Yuyas- en 1971.

Un homenaje centrado en la fragilidad, la inestabilidad, las pasiones y los miedos del autor. La aventura de cuatro años de investigación, experimentación y reescritura que Yuyachkani ha desarrollado para poder concretar esta obra que no intenta idealizar o mitificar, sino que humaniza. Nos muestra a un hombre que lucha con ese abismo cada vez más magnético, a un escritor bloqueado, y a un peruano angustiado por el peso de la realidad nacional.

Es una puesta en escena vertiginosa, que comienza con la lectura y avanza -como acostumbran Los Yuyas- usando el cuerpo, intercalando la lectura, dándole a Arguedas múltiples cuerpos y múltiples voces para traerlo de vuelta. Con una muerte acechando más intensamente a cada momento. Con sus personajes, los de El zorro de arriba y el zorro de abajo, imponiendo con fuerza su vigencia. Con los mismo zorros determinando la suerte del autor.

Es una obra a lo largo de la cual gravita la figura de la muerte, y de la muerte trágica, pero al final no puedes dejar de sentirte emocionado y feliz. Tal vez por la música que atraviesa tan decididamente la obra, tal vez por ese quechua que se antoja mágico entre máscaras y ceremonias, tal vez por la palta y la canchita en un funeral que sabe más a fiesta.

Salir de la casona es plantearse preguntas, es pensar en qué tan lejos o qué tan cerca está el Perú de hoy de ese otro Perú que se apretujaba en Chimbote hacia los últimos días de Arguedas. Pensar sobre el paralelismo entre sus frustraciones y las nuestras, con medio siglo de historia convulsa a cuestas. Eso es lo que se han propuesto durante cuatro décadas los enmascarados teatreros, así es como han ido cambiando el mundo una cabeza a la vez. Yuyachkani: estoy pensando.

Cartas de Chimbote va hasta el 28 de febrero 2016 en la Casa Teatro Yuyachkani, con funciones de viernes a domingo a las 8:30 pm.

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