Invitadxs EnLima | 01.08.2025

Escrito por Rodrigo Málaga
“La música ahonda en el cielo”
Charles Baudelaire
La caída, de Ítalo Panfichi y Mónica Vergara, es una obra estremecedora que confronta al espectador con su propio vértigo interior. A través de una dramaturgia interdisciplinaria y profundamente sensorial, esta creación escénica nos deja colmados de sentimientos —entre lo reflexivo y lo perturbador— como si el colapso que ocurre en el escenario también sucediera dentro de uno mismo. Es un viaje íntimo y colectivo hacia los abismos que habitamos, hacia los miedos que negamos, y la posibilidad de reconstruirnos desde la caída.
La propuesta parte de un encuentro simbólico y poético: el cruce entre un ser humano y un ave en peligro de extinción. Desde este punto de partida improbable —casi onírico— emergen potentes metáforas que tensionan los límites entre lo humano, lo animal y lo espiritual. La estructura narrativa de La caída se aleja de lo lineal para dar paso a una sucesión de escenas fragmentadas que se sostienen por su fuerza emocional y representativa, desafiando la lógica racional y apelando directamente al cuerpo y a los sentidos del espectador.
En ese cruce entre cuerpos e identidades, se abre un campo de preguntas que no se responden con palabras: ¿Qué significa ser humano cuando lo que nos define es la desconexión con el entorno? ¿Qué se revela en nosotros cuando nos enfrentamos a lo salvaje que aún late dentro? ¿Es posible volar aun cuando ya no tenemos alas? Estas tensiones se plasman en la escena como impulsos físicos, imágenes que estallan, silencios que pesan, y movimientos que rozan la frontera entre la danza y la resistencia.
La obra se desarrolla en un universo escénico tanto poético como abismal. El uso preciso de la danza, el esfuerzo físico extremo de los intérpretes, los sonidos guturales, los silencios densos, la música en vivo y un diseño lumínico inquietante —a ratos tenue, a ratos explosivo— configuran un espacio en constante transformación. La escenografía se construye desde lo mínimo, pero cargada de potencia. Un goteo constante acompaña varios pasajes de la obra: una gotera que resuena una y otra vez, como si el tiempo se filtrara lentamente hasta romperse. Ese sonido, que puede vivirse como tortura o como parte de una musicalidad cósmica, opera como metrónomo existencial. Marca la caída, acompaña la descomposición de lo que alguna vez fue estabilidad.
Lo performático y lo onírico conviven en la puesta en escena. El cuerpo es el gran protagonista: un cuerpo que devora y se autodevora, que se consume por su propia desmesura, que insiste en moverse aun cuando el entorno se derrumba. La humanidad, presentada aquí en su fase terminal, es también testigo de su propio fracaso. Una bestia aparece sin máscaras, encarnando el lado más instintivo del ser humano. Pero también hay un ave —quizá imaginaria, quizá ancestral— que ha perdido sus alas, pero no el deseo de volar. La caída es inevitable, pero no es el final. Es el tránsito hacia otra posibilidad.
En uno de los momentos más potentes de la obra, sin una sola palabra, figuras dictatoriales invaden la escena. No hay discurso, no hay arengas: solo presencia, peso, imposición. Son cuerpos que aplastan, que dominan, que nos recuerdan que la violencia también se encarna en el silencio. Esa escena habla sin decir, y en esa mudez forzada nos confronta con los poderes que han marcado nuestras historias, nuestras herencias, nuestros cuerpos.
La Caída no busca ofrecer respuestas, ni narrativas cerradas, ni mensajes directos. Su lenguaje es el de la sensación, el de la emoción física, el de la resonancia. Es una experiencia escénica que permanece más allá de su duración, que acompaña al espectador incluso después de abandonar la sala. Porque no se trata solo de lo que se ve, sino de lo que se remueve adentro.
En un contexto global atravesado por crisis ecológicas, sociales y existenciales, la obra se instala como un espejo simbólico del colapso contemporáneo. Pero no se queda en la denuncia. Más allá de mostrarnos la caída, nos sugiere —con sutileza, con intensidad— que incluso desde el derrumbe es posible imaginar otra forma de existir. Que tal vez haya belleza en los escombros. Que la caída no es solo el fin, sino también el inicio de una transformación.
La potencia de esta creación radica, precisamente, en su capacidad de invitar al espectador a habitar lo incómodo. A sumergirse en esa fragilidad que preferimos evitar. A aceptar que caer también puede ser un acto de valentía. Y que, desde ese acto, tal vez podamos abrir espacio a nuevos imaginarios posibles.
La caída es una obra que sacude. Que cuestiona. Que conmueve. Que, a través de una poética de la fisura, convierte el teatro en un territorio vivo de exploración y transformación colectiva. Una urgencia escénica sobre lo que significa caer. Y sobre la potencia, acaso necesaria, de volver a levantarnos.
Fechas: del 17 de julio al 2 de agosto, jueves a sábado
Lugar: Teatro de la Alianza Francesa de Lima
Hora: 8:00 p.m.
Entradas a la venta en La Caída - Joinnus
Añadir nuevo comentario