Hans Alejandro Herrera | 02.02.2017
Mel y Martin, los grandes iconos cinematográficos de Hollywood, vuelven con sus clásicas inquietudes religiosas y lo hacen desde dos enfoques distintos que exploran las profundidades humanas que nos son tan comunes.
A parte de la religión, ambos directores comparten algo, o mejor dicho alguien, en estas nuevas películas: a Andrew Garfield, el protagonista de ambas historias. A Andrew, un actor con perfil pop, le salvó actoralmente fracasar con Spiderman, porque cuando todos daban por muerta su carrera vinieron estos dos directores con su cine religioso y lo resucitaron, tanto que está nominado a mejor actor para el Oscar por la película de Gibson. Porque el cine religioso hace milagros hasta en Hollywood.
Mel: el apostata de Hollywood
Si es una película de Gibson, entonces es hora de acostar a los niños. Porque nadie filma acción como Mel, pero a un nivel gráfico que lleva el género de cine belicista a otro nivel que acaricia lo gore. Con Hasta el último Hombre, Mel nos expone un discurso pacifista a través del belicismo más descarnado que hasta duele verlo. No por nada a Mel le aplaudieron por diez minutos en el Festival de Venecia cuando presentó su película.
La película está llena de metralla, de sangre, donde el rostro del enemigo se sataniza mientras ves como la fe religiosa de un objetor de conciencia va rescatando a sus compañeros heridos, porque el héroe es un pacifista cristiano que en toda la película no dispara un tiro.
Lo bueno de Mel es que no suaviza nada, te muestra la brutalidad de la realidad, como lo hizo con la crucifixión de Cristo o con la crueldad maya arrancando corazones o mostrando explícitamente cuerpos destripados en la guerra. Es decir, nos enseña sin cortes hipócritas nuestra propia humana debilidad, la crueldad.
Como película religiosa en clave pacifista hace ver a Rescatando al Soldado Ryan de Spielberg como una sucia película protofascista de derechas. Porque si ves esta película jamás vas a querer enlistarte en el ejército.
Esta película marca el gran retorno de Gibson, la oveja blanca de Hollywood (que llama judíos justamente a los magnates judíos de Hollywood), tras una ausencia de diez años desde Apocalypto. Su cine es de temperamento extremo, violento pero valiente, es una defensa seria de sus creencias.
La clave visual para descifrar su film es la clara analogía entre este soldado médico que no dispara ¡en plena Segunda Guerra Mundial! con el mismo Cristo, pues ambos buscan salvar vidas, no quitarlas, y el mundo los juzga desde su lógica. El solo cartel de la película (en el que se ve al protagonista llevando a cuestas a otro camarada) evoca claramente la imagen del Buen Pastor. Otras analogías son los soldados burlándose y golpeando al protagonista (la humillación de Cristo por la soldadesca), o escenas que sugieren bautismo, incluso ascensión. Toda una estética desbordada y honesta.
Amar a Dios y odiar a los japoneses
Una breve lectura étnico política del filme: las dos fuerzas que se enfrentan en esta película son étnicamente puras, soldados anglosajones yankees, defensores del Occidente y sus valores, como el rifle, la barbacoa de los domingos o la chupeta del sábado, frente a soldados nipones, todos obviamente japoneses con sus valores orientales como el hachís, buda, kimonos y pescado crudo que no es ceviche. La película cae en un contexto geopolítico en que cierto presidente de cierto país con cierta retórica racista le declara al guerra económica a cierta nación oriental de ojos rasgados.
Al japonés, Gibson lo pinta malo hasta las orejas, es para odiarlo, y sales de la sala odiándolo. Gaby Meza, crítica de cine, calificó esta película como aquella que te hace amar a Dios y odiar a los japoneses. La reflexión moral banal final sería: ¡Muérete asiático! NO AL TPP.
Fuera de estos detalles triviales, Hasta el último Hombre supera de lejos a películas como Rescatando al Soldado Ryan y La Delgada Línea Roja.
Scorsese, el eterno angustiado
Scorsese es otro caso. En sus películas filtra sus dudas, la angustia de la duda (Martin es un cura frustrado, estuvo en el seminario pero no fue un llamado por Dios), en una era tan escéptica en donde lo común es dudar, o mejor dicho no tomar partido de nada, las angustias de Scorsese no son entendidas, las dudas de Scorsese expresan algo más, quien duda es quien desea creer, y Scorsese desear creer pero carece del valor de hacerlo. En su película Silence, lo que muestra es su convulsionante mundo interior.
Como Copolla en Apocalpsis Now!, de lo que se trata es de unos jesuitas que van en la búsqueda de un padre jesuita (Liam Neeson) de quien se han enterado que ha apostatado de la fe en Japón. Aquí se expone el miedo y el reto de la fe en un marco represivo, el de la Iglesia Católica de Japón escondida, la iglesia silenciosa. Y se cuestiona la fortaleza, qué tan firmes podemos ser, si somos capaces de llegar al martirio o de llevar al martirio a otros por la fe. Explora la debilidad humana y la fe, porque muchas veces es la fe que pide más sacrificio y firmeza de los más débiles.
La dimensión explorada por Scorsese aquí es la de la misericordia. Es para un católico más fácil perdonar la debilidad ajena antes que la debilidad propia; puedo perdonar la apostasía de mi hermano pero jamás la mía. El auto-perdón nos es culturalmente un imposible.
La película de Scorsese nos muestra nuestro destino de estar “Clavados a Cristo”. Lo que empieza como búsqueda del padre Ferreyra acaba en ser encontrado por Dios en el silencio. Porque el amor es más fuerte que el pecado y no nos bastamos nosotros con nuestro poder autoconstituyente de ciudadanía para establecer vínculos sociales y sobrellevar la vida sin antes tener el coraje de creer.
Silencio es una película suave, con muchos elementos de la naturaleza en su fotografía; los paisajes son preciosos. Solo un problema: muy larga la película y Garfield tiene momentos poco creíbles en su interpretación. Liam Neeson no aparece sino hasta al final. La utilización del silencio magnifica los sonidos dela naturaleza, de la respiración y refuerza el ambiente. Visualmente es otro Scorcese, recuerda un poco a Bruno Dumont o a Piallat.
A propósito de su participación, Andrew Garfield declaró que la película era como trabajar con un poema, que desarrolla continuamente su significado. Porque reitero, la fe exige mucho, y la gracia de nuestra religión es que exige mucho a los más débiles. La fe hay que llevarla hasta el final.
Tanto Scorsese como Gibson exploran la medida del sacrificio que es el sufrimiento del cuerpo, y nadie más sufre que Cristo. Es un componente de la religiosidad que la hace coherente, cosa que molestará a un espectador de cultura protestante. Hay un momento en una escena de batalla de la película de Mel en que la sangre salpica el lente de la cámara y rompe la cuarta pared. Y este detalle se puede leer como intención de Gibson de incluirnos a nosotros los espectadores en el sufrimiento del hombre universal.
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