Sebastián Zavala Kahn | 26.09.2016
Crítica cinematográfica por Sebastián Zavala Kahn
El propósito de cualquier buen remake debería ser claro: tomar un guion o una idea producida años antes, y mejorarla en todos sus aspectos, desde las actuaciones hasta la dirección o la fotografía. Filmes como Caracortada, de Brian DePalma, La Cosa, de John Carpenter, o Los Infiltrados, de Martin Scorsese, son grandes ejemplos de esto.
Pero es precisamente por ello que resulta mucho más difícil tratar de readaptar un clásico. Si una película ya es conocida por sus grandes cualidades, ¿cuál es el punto de volverla a hacer? ¿Qué tanto se podría mejorar? Un reciente fracaso de este tipo es Ben-Hur, una cinta dirigida por un cineasta meramente correcto (Timur Beknambetov) que no logró causar ningún tipo de reacción fuerte ni con los críticos, ni con el público (es uno de los fracasos de taquilla más grandes en lo que va del año).
Con suerte, Los Siete Magníficos, de Antoine Fuqua (Día de Entrenamiento) no sufrirá un destino similar. Le ha ido bastante bien en la taquilla norteamericana en su primer fin de semana, pero la mayor parte de críticos, al verla, se han hecho preguntas similares a las que he propuesto líneas arriba. ¿Por qué filmar un remake de una gran película que, además, ya era un remake de por sí? Los Siete Magníficos, de John Sturges, y protagonizada por estrellas como Yul Brynner, Steve McQueen, Charles Bronson y Eli Wallach, es un Western clásico, recordado con cariño por varias generaciones de espectadores a pesar de cualquier imperfección que pueda tener.
Pero el filme en que se basó dicho Western, Los Siete Samuráis, del legendario Akira Kurosawa, y protagonizado por el gran Toshirô Mifune, es un clásico eterno, considerada como una de las mejores películas de la historia. Ambos filmes presentan la misma premisa: un pueblo débil y pobre contrata a un grupo de guerreros para que los defienda. En el caso de la película de Kurosawa, son samuráis desempleados, mientras que en el caso del filme de Sturges, son pistoleros del viejo oeste. No es la trama más compleja del mundo, pero ha resultado en dos producciones verdaderamente memorables, famosas por sus secuencias de acción y tensión, y por sus respectivos repartos, llenos de brillantes estrellas de la época.
Lo cual me lleva a la versión de Fuqua. Con semejantes antecedentes, ¿qué de nuevo podría traer a la mesa? Pues, previsiblemente, resulta que no mucho. Esta nueva versión de Los Siete Magníficos parece estar más basada en la versión de Kurosawa que en la de Sturges, pero aparte de los roles más importantes para personajes femeninos, y escenas de acción realizadas con todos los recursos con los que una producción hollywoodense contemporánea puede contar, no hay mucho qué apreciar en esta nueva cinta. Es la misma historia, contada con menos estilo, gracia o tacto. Es correcta, y emocionante por momentos, pero si uno la compara a sus dos predecesoras, sufre mucho.
En este caso, el grupo de pistoleros está conformado por diversos actores de renombre, de todas las razas y tamaños. Denzel Washington es el cazarecompensas Sam Chisolm, el líder del grupo; un muy carismático Chris Pratt es Josh Faraday, un pistolero alcohólico pero con muy buena puntería; Manuel Garcia-Rulfo es Vásquez, un gánster mexicano; Ethan Hawke es “Buenas Noches” Robicheaux, un ex soldado de la Guerra Civil, letal con un rifle; Byung-hun Lee es Billy Rocks, su compañero asiático, experto con los cuchillos; Vincent D’Onofrio es Jack Horne, un famoso rastreador, y Martin Sensmeier es Red Harvest, un exiliado Comanche. Además, Haley Bennett interpreta a Emma Cullen, una humilde chica que contrata a estos bandidos para que defiendan a su pueblo del intimidante Bartholomew Bogue (Peter Sarsgaard), quien ha llegado para explotar a todo el mundo y llevarse el oro de una mina cercana.
El mayor problema de esta nueva versión de Los Siete Magníficos está en sus personajes. La mayoría están poco desarrollados. El único que logra cobrar algún tipo de tridimensionalidad es el Chisholm de Denzel Washington, y eso sucede únicamente durante los últimos diez o quince minutos de metraje. El personaje de Pratt es el típico personaje secundario gracioso, y el Robicheaux de Ethan Hawke tiene un par de demonios internos que tiene que batallar —lamentablemente, dicho conflicto es presentado de manera apresurada—. El resto, sin embargo, carece de personalidad, y son definidos más bien por sus habilidades de combate o por su aspecto físico. Considerando que la película lleva el nombre de esta banda de forajidos, resulta decepcionante el que no resulten ser más memorables, o por lo menos, más humanos.
Uno de los aspectos más sobresalientes de ambas versiones de la historia previas a este filme estaba en la presentación del pueblo en que se desarrolla la trama. En ambas cintas —y siendo justos, en esta también— la historia no es más que una excusa para ir desarrollando, poco a poco, una sensación palpable de tensión y preparación, que finalmente explota, de manera visceral y muy violenta, en una batalla final. Tanto en Los Siete Samurai como en la primera de Los Siete Magníficos, los pueblos son un personaje más, un lugar que el público llega a conocer muy bien. Esto sirve para que sea más fácil ubicarse durante el conflicto, y por ende que la violencia resulta más satisfactoria, más clara y más tensa.
En el caso de la cinta de Fuqua, la geografía del pueblo es presentada de manera confusa, lo cual resulta en una secuencia de acción final muy violenta, sí, pero también desordenada. Además, Fuqua nunca deja en claro exactamente cuántos hombres ha llevado Bogue a pelear, ni cómo las acciones de Los Siete van afectando a su fuerza de ataque. Por un momento, da la impresión de que el ejército de Bogue es infinito, lo cual le resta bastante tensión al conflicto. Hasta cintas épicas y más exageradas como El Señor de los Anillos, de Peter Jackson, lograban transmitir esto mejor a través de planos aéreos, en los que se veía cómo, poco a poco, un ejército u otro iba disminuyendo en números. Nada de esto ocurre en Los Siete Magníficos.
Siendo el reparto tan sólido, al menos no sorprende que las actuaciones sean, en general, buenas. Denzel Washington es creíble como Chisolm; es una interpretación medida de un personaje que cobra intensidad únicamente durante los últimos diez o quince minutos de metraje. Chris Pratt es divertido y carismático como Faraday; protagoniza los pocos momentos de levedad de la película, pero le otorga suficiente humanidad —y defectos— al personaje como para que no se convierta en una caricatura. Ethan Hawke se ve algo cansado, y Vincent D’onofrio, quien generalmente no hace malos trabajos, da una actuación, digamos, excéntrica. No estoy seguro si es buena, pero ciertamente es memorable. Peter Sarsgaard es extremadamente odioso como Bogue, y Haley Bennet interpreta a Emma como una mujer tan fuerte como vulnerable.
A nivel técnico, Los Siete Magníficos no logra replicar los paisajes hermosos y los planos épicos que muchos recuerdan de los Westerns de antaño. La dirección de fotografía no es floja; de hecho, la película cuenta con planos bastante atractivos, pero el Viejo Oeste, las llanuras y las montañas y los desiertos, jamás se convierten en un personaje más de la película. Simplemente están… ahí. De hecho, el filme se siente bastante pequeño. Acostumbrado a dramas pequeños o policiales intensos, Fuqua filma su primer Western abusando de los planos cerrados y a nivel de tierra, haciendo un uso limitado de planos más abiertos y vistosos. Curiosamente, el icónico tema musical compuesto por Elmer Bernstein para el filme anterior no aparece hasta los créditos finales. Todo un desperdicio.
Sin embargo, todo esto no quiere decir que la cinta carezca de méritos. De hecho, Fuqua es un maestro a la hora de desarrollar tensión; el filme está lleno de momentos que me dejaron al borde de mi asiento, impaciente por saber si es que los protagonistas de la historia iban a sobrevivir o no. La batalla final me resultó algo larga, y caótica tanto a nivel geográfico como de edición, pero no puedo negar que presenta varios momentos intensos y, hasta me atrevería a decir, emotivos. Muchos saben ya sobre el desenlace algo trágico de esta historia, y aunque no todas las muertes resuenan de la misma manera, la mayoría funcionan casi tan bien como en las dos películas anteriores.
Los Siete Magníficos es un remake cumplidor, y nada más. Una película para pasar el rato. Pero considerando el pedigrí de las dos producciones en las que está basada, definitivamente debió ser mucho más que eso.
Añadir nuevo comentario