Javier Gragera G. | 22.05.2016
Crítica de teatro por Javier Gragera
Un joven sin nombre, un tipo cualquiera, es reclamado por la muerte en el mejor momento de su vida. Cualquiera es rico, atractivo y hedonista, y nada le preocupa en este mundo, excepto su insaciable búsqueda de placeres inmediatos. Algo que a la muerte, que es caprichosa y prolija, le trae sin cuidado. Pero Cualquiera encuentra un inesperado aliado en Dios, quien decide darle una segunda oportunidad a cambio de afrontar con éxito un desafío moralista: Cualquiera tendrá que encontrar a alguien que crea ciegamente en él y sea capaz de apoyarlo en su búsqueda de redención. Así se inicia un tortuoso viaje hacia el dolor, en el que Cualquiera irá destapando con frustración los escombros de una vida que se revelará fallida más allá de la superficie brillante y frívola de sus éxitos materiales.
Cualquiera, título del nuevo montaje producido por Teatro La Plaza, es una adaptación realizada por Juan Carlos Fisher al texto original de Everyman, escrito por la poetisa y dramaturga escocesa Carol Ann Duffy. Los orígenes de esta historia son antiguos y se remontan al Medievo europeo, cuando se hizo popular un misterio inglés que cuenta la historia de un hombre que, tras su muerte, tiene que rendir cuentas ante Dios. Este texto, de fuertes connotaciones religiosas, ha ido pasando con el paso del tiempo por muchas manos, que lo han ido revisando y reinterpretando, como es el caso de autores como Goethe, Henrik Ibsen o Thornton Wilder. La última en hacerlo fue Carol Ann Duffy, quien estrenó con éxito Everyman en Londres, una historia que reflexiona sobre la condición humana en un mundo en el que no habría de morir el hombre, sino Dios.
Fisher propone ahora un nuevo salto en el tiempo para Cualquiera, y reubica esta historia en la Lima de hoy en día, empujando la vieja fábula medieval al presente más inmediato. La primera escena de la obra es un subidón de adrenalina: cegadoras luces fluorescentes, potente música electrónica, las botellas que se suceden detrás de la barra formando una suerte de altar sobre el que se eleva ese nuevo agitador de las conciencias que es Dj… La discoteca se presenta como el hábitat natural de Cualquiera, el templo donde se configura su devoción por la lujuria y el exceso. Y será precisamente allí donde nuestro protagonista tendrá que enfrentarse a Dios y a la muerte, encarnados en dos personajes que gravitan al margen de una fiesta a la que nadie los ha invitado: una limpiadora (interpretada por Gabriela Velásquez) y un guachimán (Ismael Contreras).
Fisher tiene la facilidad de saber imprimir ritmo y buenas dosis de espectáculo a sus puestas en escena. Su visión del teatro se aleja de la ortodoxia rancia y se acerca en fondo y forma a las producciones teatrales de las grandes compañías internacionales, esas que logran llenar los teatros en temporadas larguísimas sin importar cuál sea el título a estrenar. Lo suyo es la búsqueda del éxito, del teatro que entretiene y se gana la simpatía del gran público. Y Fisher lleva años siguiendo esa senda, con una trayectoria que cuenta con más de veinte puestas en escena y con títulos como Rojo, Otras ciudades del desierto, El teniente de Inishmore y Full Monty.
Pero para lograr este tipo de propuestas escénicas, uno está obligado en ocasiones a hacer ciertas concesiones. En el caso de Cualquiera, Fisher no tiene miedo de tirar de cliché para construir sus personajes. Y ahí reside precisamente el gran reto de Rómulo Assereto, el actor encargado de protagonizar esta historia. Acostumbrado de sobra a trabajar con Fisher, con quien lleva más de 10 años sacando adelante producciones conjuntas, Assereto debe hacer un sobreesfuerzo interpretativo para sacar a su personaje del arquetipo que le ha sido impuesto -el de joven hedonista entregado al placer y al éxito mundanos- para vivificarlo en escena.
Esto no sucede, sin embargo, en las primeras escenas de la obra, donde Cualquiera se rinde a un montaje cargado de estímulos sensoriales y de connotaciones simbólicas, pero que resultan poco convincentes por no salirse de ideas preconcebidas y de prejuicios que difícilmente te introducen en una historia real. Es como si a la obra, demasiado encaminada en un principio al efectismo y los juegos pirotécnicos, le costase adentrarse en sus exigidos meandros existenciales.
Hay que tenerle paciencia al personaje de Cualquiera para empezar a creérselo. El punto de quiebre lo marca la aparición en escena de Fiorella De Ferrari, quien encarna el conocimiento. Este encuentro provoca la transformación definitiva de Cualquiera, quien inicia entonces una acelerada búsqueda interior de la que emergen los retazos de una conciencia que se antoja compleja y honesta. A partir de aquí, Assereto saca músculo como actor y se reivindica conduciendo al espectador de manera convincente por un rompecabezas de emociones y recuerdos remotos lleno de momentos palpitantes. El monólogo que presenta a manera de epílogo, clímax emocional de la historia, hace de su personaje alguien gigante e insignificante al mismo tiempo, subrayando las contradicciones de quien ha alcanzado un momento de plena lucidez justo antes de encarar la nada absoluta de la muerte.
Cualquiera mantiene la calidad a la que afortunadamente nos tiene acostumbrados las producciones de Teatro La Plaza, pero que, a pesar de sus notables momentos, se queda a medio camino en su intención de golpear con fuerza la conciencia del espectador. Fisher presenta así un producto más encaminado al entretenimiento que a la construcción de una densa arquitectura de la reflexión. Vamos a pensar en nosotros mismos, pero sin tener por qué aburrirnos. Esa parece ser la consigna.
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