En qué cajón de tu corazón guardas las canciones que te mandan

© Composición 8 de Vasili Kandinski

La música es un universo paralelo al nuestro, un lenguaje intraducible que se funde en nuestra piel y en la memoria. Hay canciones que nos permiten refugiarnos, otras que son espejos, y algunas otras se levantan como puentes. Son esas canciones que alguien nos envía sin demasiadas explicaciones, pero que en su melodía y en sus versos llevan un mensaje implícito, un guiño silencioso, un secreto compartido.

Hoy, dos canciones han llegado sin mayor contexto: Luther de Kendrick Lamar y Quiero estar entre tus cosas de Daniel Melero. En apariencia, dos temas que se diferencian en estilo, en tiempo y en textura. Pero si alguien las ha concebido en un mismo gesto, es porque comparten algo más profundo que el género musical o el ritmo. Tal vez hablen de una sensación difícil de nombrar, de la atracción que se instala en lo cotidiano y convierte los detalles en señales. De la forma en que la ausencia se llena con música cuando no se puede estar cerca.

Las canciones que se envían y reciben funcionan como mensajes velados, donde las palabras prestadas dicen lo que a veces no se puede pronunciar. En respuesta, otra canción viaja de vuelta: All Flowers in Time Bend Towards the Sun de Jeff Buckley y Elizabeth Fraser. Porque hay emociones que no necesitan explicación, solo se comparten.

En este intercambio, la música se convierte en un canal de comunicación, en un hilo invisible que une a pesar de no saber bien qué pasa en un vínculo. Escribir cartas con tinta ya no es necesario cuando una canción puede llevar un pedazo de intención incrustada. Y así, cada melodía enviada y recibida se acomoda en un rincón distinto de la memoria. Algunas flotan en la superficie, otras se hunden más profundo, pero todas quedan ahí, como registros de algo que está en proceso, sin necesidad de ser definido todavía.

Una canción más se transporta por la virtualidad hasta los oídos de alguien: Northern Sky de Nick Drake (escrita cuando tenía 23 años, ¡23!). Un joven preguntándose si el amor perdura, si el amor trasciende. “Would you love me ‘til I’m dead?”, algo en esta letra interpela y dice “qué sabes tú de la vida”. Qué voy a saber yo de la vida Nick. Solo sé que hay canciones capaces de detener el tiempo y permitirnos soñar en una madrugada que se guarda eternamente en la memoria. Tal vez eso es amar después de la muerte.

Esta forma de comunicación, de convertir el arte en un mensaje íntimo, no es nueva. En El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez, Florentino Ariza encuentra en la poesía y en la música un canal para mantener viva su historia de amor a lo largo de los años. No siempre necesita palabras directas: a veces es una canción en una serenata, otras un verso escrito en la última página de un libro prestado. Son pequeños gestos que convierten lo cotidiano en un acto de conexión.

También está la historia de Nick Drake, el cantautor inglés cuya música, cargada de melancolía y belleza, parece estar impregnada de un anhelo silencioso. No se sabe con certeza si sus canciones iban dirigidas a alguien en particular, pero muchos han encontrado en ellas una sensación de conversación íntima, como si fuesen confesiones susurradas al oído de quien las escucha con atención. En su delicadeza y en su honestidad cruda, Drake convirtió la música en una forma de comunicar lo que quizás nunca pudo decir en voz alta.

Hoy en día, los mensajes viajan de otras maneras. Hay quien deja una canción sonando en el parlante del auto cuando alguien especial está presente, esperando que la letra diga lo que la voz no se atreve. Hay quien sube una historia en redes sociales con una melodía sugerente, sin nombres, sin contexto, pero con la esperanza de que el destinatario correcto lo entienda. Son formas de decir “pienso en ti” sin pronunciarlo.

Quizás no se trate solo de las canciones en sí, sino del acto de compartirlas. De confiar en que la otra persona prestará atención, de saber que, en algún momento del día, aunque sea por unos minutos, estará escuchando lo mismo. Y en ese breve instante, dos mundos que siguen su propio ritmo encuentran una sintonía común, un espacio donde la música habla por ellos.

¿Y todas estas canciones en qué cajón de mi corazón las guardo?

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