Invitadxs EnLima | 31.10.2025

En esta edición especial invitamos a tres voces, el escritor Giacomo Roncagliolo y los críticos Mario Castro Cobos y Raúl Cachay, junto a cinco miembros de nuestra redacción para crear una lista de terror a la medida de nuestra comunidad cinéfila.
Ocho invitados, ocho miradas: un recorrido que va de los experimentos mínimos y perturbadores de la década reciente a clásicos que siguen marcando el pulso del género. La selección abraza distintas épocas, estéticas y obsesiones: pesadillas domésticas, folk horror, cuerpos mutantes, cultos imposibles, criaturas rabiosas y universidades que esconden más de lo que muestran. Una invitación abierta a explorar cómo el terror se reinventa película a película, y cómo cada espectador encuentra en él un espejo distinto.
Raúl Cachay
Cuando acecha la maldad, de Demián Rugna (2023)
El argentino Demián Rugna ya tenía antecedentes de gran interés (entre ellos “Aterrados”, de 2018; la pueden encontrar en Prime Video), pero su más reciente largometraje no solo representó un gigantesco paso adelante para su carrera como realizador (la cinta obtuvo el premio principal en el festival de Sitges) sino también la confirmación de que Latinoamérica se ha convertido en tiempos recientes en uno de los territorios más fértiles, diversos e incluso rupturistas para el horror cinematográfico. En los últimos años se han estrenado notables películas latinoamericanas de horror corporal (la mexicana “Huesera”, de Michelle Garza), fantasmas (la guatemalteca “La Llorona”, de Jayro Bustamante), vampiros (la chilena “El Conde”, de Pablo Larraín), zombis (la uruguaya “Virus 32”, de Gustavo Hernández), hombres lobo (la brasileña “As Boas Maneiras”, de Marco Dutra y Juliana Rojas) y animación (la también chilena “La casa lobo”, de Cristóbal León y Joaquín Cociña), entre muchos otros ejemplos de cintas en las que los estilos se fusionan y las convenciones del género muchas veces se transgreden. “Cuando acecha la maldad”, en la que se combina el realismo mágico intrínsecamente latinoamericano con el llamado ‘folk horror’ y muchas dosis de gore, es quizás la mejor de todas. Es un filme sumamente perturbador, sin duda, con algunas escenas que me siguen acechando hasta el día de hoy, pero eso es precisamente lo que debemos esperar de una buena película de terror.
Ana Lucía Alva
The Witch, de Robert Eggers (2015)
Elegí The Witch porque no es solo una película de terror, sino una experiencia sobre el miedo como herencia. Eggers filma el siglo XVII con la paciencia de quien observa cómo nace una pesadilla colectiva: la religión, la culpa, la familia. No hay monstruos evidentes, sino miradas que se quiebran y cuerpos que empiezan a sospechar de sí mismos.
El terror en The Witch es el eco de una sociedad que teme a la mujer, a la duda, al deseo. Por eso me interesa: porque muestra cómo el miedo ha sido una herramienta para domesticar lo que no encaja. La figura de la “bruja” se vuelve símbolo y espejo; una forma de hablar de todas las veces que lo distinto fue quemado para mantener la calma de los otros.
La cámara de Eggers es ritual: encierra, asfixia, pero también abre una grieta hacia la libertad. En esa oscuridad, Thomasin elige su destino —acepta la voz de la cabra, del diablo— y al hacerlo, lo ilumina todo. The Witch recuerda que el terror no está afuera: habita en nuestras creencias y en lo que elegimos llamar pecado.

Giacomo Roncagliolo
Skinamarink, de Kyle Edward Ball (2022)
Si uno de verdad quiere asustarse, esta es la película. Su argumento coloca en la pantalla una pesadilla recurrente: eres niño de nuevo + tus padres no están en casa + es de madrugada + una presencia invisible te acecha. Para recrear ese miedo universal, su director propone una cinta muy lenta de casi dos horas que sin embargo paga con creces la paciencia. Bastará decir que su presupuesto de apenas 15 mil dólares se tradujo en una recaudación de más de 2 millones. Quizás no sea una experiencia cómoda para quienes prefieren el terror tradicional, pero sí reafirma que el cine aún es capaz de ponernos en contacto con nuestros miedos enterrados. Retoma elementos de Poltergeist (1982) y de Actividad paranormal (2007), y los propulsa con ayuda de un diseño sonoro enloquecedor, una imagen tan granulada que casi provoca alucinaciones y un manejo del ritmo muy alejado de las convenciones del género. Exige compromiso, pero más pronto que tarde activa la manipulación de nuestras ansiedades y de nuestra imaginación, y una vez finalizada tarda muchos días en dejarnos. Se basa en una pesadilla. Y puede también provocarla. Conoce perfectamente la ruta.
Paloma Pulisci
SUSPIRIA, de Dario Argento (1977)
Suspiria, de Dario Argento, te atrapa en el terreno del horror y la pesadilla. La película sigue a Suzy Bannion, una joven que ingresa a una renombrada academia de danza el día en que una alumna es brutalmente asesinada. Es ahí donde Suzy cae en un ensueño que oculta un ambiente perverso, el cual, poco a poco, revela su verdadera naturaleza.
Argento construye una fábula siniestra con referencias a Alicia en el país de las maravillas, Blancanieves y El mago de Oz, en la que la inocencia femenina se enfrenta a un universo dominado por la alquimia, el ocultismo y la perversión. El filme aborda temas como el cuerpo, el género y la brujería, mostrando cómo la voluntad puede ser controlada y manipulada dentro de estructuras de poder ocultas.
La estética visual es uno de los mayores logros de la película, como sucede con la colorización (inspirada en el cine Technicolor y el expresionismo alemán) que convierte cada escena en una experiencia sensorial, usando el color para irradiar el terror y el constante deseo de despertar.
En conjunto, Suspiria es un cuento de hadas oscuro y esotérico, donde la belleza visual convive con la violencia simbólica, y la fantasía se transforma en una pesadilla hipnótica sobre el miedo.

 
Mario Castro Cobos
The Bunny Game, de Adam Rehmeler (2011).
Hablar de límites con respecto a cualquier sentimiento o conducta humana como si uno estuviese en condiciones de formular juicios inapelables o como si fuese el beneficiario de algún tipo de iluminación, nos lleva a la lógica pregunta: ¿quién sabe -¡y cómo sabe!- cuáles son exactamente esos límites? Aún a riesgo de parecer un relativista cínico inmoral y cómplice de monstruos no hay otra opción que examinar nuestros marcos cognoscitivos, aunque sea incómodo y de mal gusto, sobre todo para quienes por ya saberlo todo no se plantean seriamente la cuestión. Una mujer joven, en drogas, que las paga prostituyéndose, se interna en una espiral que la lleva al horror. Un camionero, un cliente más… la secuestra y la somete a repetidas y variadas torturas. La intención de la ficción de lucir documental, los tiempos largos en que se desarrollan la acción y la inacción, producen no poco desasosiego e inquietud. Por momentos, el montaje rápido y picado adquiere un ritmo contradictoriamente festivo, de jazz. Esto acompañado con juegos de luces y sombras. La película está basada en experiencias personales de la coguionista y actriz principal, Rodleen Getsic.        
Nayo Aragón
Midsommar, de Ari Aster (2019)
No soy el más conocedor del género, pero Midsommar (2019) me interpela particularmente como antropólogo al encarnar lo que se ha bautizado como “horror etnográfico”. La película destaca pues encuentra el terror en el límite de lo que puede tolerarse bajo la idea de “respeto a las prácticas de una cultura ajena”, uno de los grandes dilemas éticos de mi disciplina.
Todo bien con el relativismo cultural, pero los problemas comienzan cuando, en la comunidad donde haces trabajo de campo, está normalizado que los ancianos acaben su vida lanzándose desde un acantilado —y no siempre mueran al instante—, o cuando se justifica drogar, manipular emocionalmente, desmembrar, despellejar y quemar vivo a cualquier foráneo, como pasa en la película.
Ari Aster acierta, además, al eliminar la posible distracción del exotismo racial al situar la historia en una comunidad pagana en Suecia (más blancos, imposible). También es brillante cómo subvierte el género al transformar los días sin noche —esa luz interminable, esa ausencia total de oscuridad, de privacidad, de individualidad— en una fuente de terror. Y, de paso, ofrece la representación más brutal y realista de un viaje de hongos en la historia del cine.

Manuel Cruz
Cujo, de Lewis Teague (1983)
Cujo es un san bernardo enorme y adorable, el tipo de perro que cualquiera querría tener. Pero algo extraño comienza a oscurecer la calma de un pequeño pueblo y la rutina de sus habitantes. Entre días soleados y caminos polvorientos, la tensión crece sin que nadie sepa exactamente por qué… hasta que el peligro finalmente muestra los dientes.
Basada en la novela de Stephen King, Cujo es un thriller sofocante que convierte lo cotidiano en pura angustia. El director Lewis Teague logra una atmósfera cargada de miedo y calor, donde el terror no depende de lo sobrenatural, sino de lo que podría pasarle a cualquiera, cualquier día.
Un clásico del suspenso que no te deja respirar.
Paulo Valencia
Tesis, de Alejandro Amenábar (1996)
Ópera prima de Alejandro Amenábar, mezcla el voyeurismo y la fascinación por la violencia en los medios. La protagonista, Ángela, está escribiendo su tesis sobre la violencia audiovisual. En ese proceso, descubre en su universidad un conjunto de señales oscuras e inesperadas.
Amenábar utiliza múltiples recursos para construir una propuesta robusta que eriza la piel del espectador. Los planos secos y claustrofóbicos, el montaje cortante y la atmósfera fría de la universidad convierten a la película en un ambiente que genera la sensación de constante peligro.
La película entretiene desde el suspenso y la ansiedad de los personajes en los acontecimientos de sus vidas, pero también trabaja en el espectador una reflexión que no deja de ser relevante hoy: ¿cuánta responsabilidad tenemos al mirar? En una sociedad obsesionada con el morbo y la violencia, Tesis se mantiene vigente al exigir al cine y a los espectadores revisar sus límites morales.





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