Marco Yanayaco Evangelista | 24.10.2025

Escrito por Marco Yanayaco
Nota: 8.6/10
No da miedo decir que estamos ante, quizá, el mejor álbum en español de lo que va de este año. No quiero precipitarme en mis juicios, pero es lo que hay.
Candelabro es una banda chilena formada en 2021. Realmente no fue hace mucho que, por recomendaciones de amigos, otros músicos y algunas búsquedas personales, llegué a su disco debut Ahora o nunca, publicado en 2023. Grata fue mi sorpresa al descubrir que la banda tenía un sonido que derrochaba soltura, una producción increíble y, sobre todo, una inspiración evidente en lo nuevo que estaba surgiendo en la escena Windmill de Londres.

Deseo, carne y voluntad (2025)
En este momento Ahora o nunca queda atrás y ha llegado Deseo, carne y voluntad para establecer que Candelabro es un referente actual en la música latinoamericana por méritos propios. Me gustaría partir de 3 puntos esenciales en este álbum: el concepto del disco, el sonido de las canciones y, finalmente, aspectos que no me gustaron tanto del disco.

Ahora o nunca (2023)
La fe, la inocencia y la religión
Queda evidenciado, con el pequeño cordero junto a una estrella en la portada, que este álbum tiene motivos ligados a la religión. Pero lo que me parece curioso es la forma y la dirección que decidieron darle. No fueron solo por la crítica mordaz hacia los dogmas o la iglesia como tal —que las tiene—, sino que trataron de darle un sentido más inocente y apegado a la esperanza que se tiene de la fe.
El disco empieza con pequeñas anunciaciones o ceremonias y, ya llegando al centro de este, se presta en todos sus grandes momentos de la religión para retratarte bajo los ojos inocentes de un niño: alguien que no ha perdido la fe, alguien que implora y de alguna manera siente que todo puede volver a reconstruirse, no importa qué tan mal se esté. Por eso, aquí encontramos oraciones tiernas y dulces como en Ángel, donde se evoca al ángel de la guarda, ligado a las peticiones de los niños.

Asimismo, incluso en sus temas más oscuros, como Liebre, existe este discurso sobre la vida y la muerte; y, al final, de todo lo incomprensible y fugaz que puede ser, hay una regresión a la infancia cuando el narrador pide que lo entierren con sus peluches.
Pecado es uno de mis momentos favoritos del álbum, porque demuestra ese juego en frases como “Dios está perdido en una calle de estación central” o “el primero que lo encuentra es el último en pecar”. Claro que los motivos no solo se quedan en el simple juego o en lo inocente que puedan parecer, ya que, al mismo tiempo que estos temas se desarrollan, encontramos un recordatorio en esas grabaciones incrustadas en las canciones, donde escuchamos a personajes chilenos importantes, como Gabriela Mistral, entre otros, justamente detallando algo que hay que recordar.
En las canciones Fracaso y Tierra maldita se comparte mucho de esa unión y fe en las personas: en el ruego común y la necesidad de seguir creyendo en algo para seguir, algo que evite que la gente se derrumbe cada día y en donde poder depositar su confianza.
Entonces, más allá del juego, el álbum tiene una ambivalencia de motivos bastante dinámica y divertida, pero que no choca ni peca de hipócrita. Se toma como una excusa para, en momentos de crisis, recuperar esta espiritualidad que muchos han perdido dadas las distintas y terribles dificultades que se viven en este lado del mundo.
El sonido de una fe moderna
¿A qué suena la fe? ¿Qué sonido debe tener la esperanza? Son muchas las interrogantes que Candelabro trata de responder, y no son necesariamente fáciles. Empiezan con un sonido que está tan de moda actualmente. Sabemos que bandas como BCNR, Maruja o Black Midi han tenido un gran impulso y relevancia a nivel mundial. Se acusa a muchas bandas de plagiar o copiar este sonido, pero eso lo dejaré para otro momento, porque me parece interesante comentar todo el fenómeno que ronda alrededor de esta movida que, al parecer, ha venido para quedarse un buen rato.
En un primer momento, gracias a la temática a la que nos expone, Candelabro demuestra que este álbum juega con lo que debe jugar y usa todos los recursos a su favor, no solo por su componente religioso. Este disco dialoga con los sonidos del jazz rock, el indie y el post-rock.
El álbum abre con Las copas y Domingo de ramo, siendo esta segunda la que marca mucho mejor el ritmo de todo el conjunto, ya que la primera funciona más como una apertura o presentación. Las canciones de iglesia tienen un sonido particular que la banda ha logrado encapsular a lo largo de sus temas, pero no solo eso: incluso van más allá, extendiendo parte de esa visión y sonoridad latinoamericana en todos los aspectos.
Para ponerlo en palabras simples, temas como Pecado se atreven a hacer algo que no han hecho otras bandas de las que se influencian. Es una canción que combina el ska y el post-rock con la teatralidad del festejo pentecostal de domingo, algo totalmente inconcebible, pero que termina siendo una de sus mejores decisiones. Lo cierto es que no desentona en absoluto; por el contrario, es una jugada ingeniosa que aporta y representa lo bien pensado que está este disco.
En otras instancias, los recursos son más típicos, como el spoken word; sin embargo, no abusan de ello ni se siente sobreexplotado. Prácticamente solo Liebre y Pecado lo incluyen. La instrumentalización también ayuda a que todo se mantenga ligero en cada momento.
Liebre es un tema que, como su nombre sugiere, empieza rápido y fugaz, pero llegando a la segunda mitad cambia para volverse una especie de manifiesto o prédica pastoril, donde la voz lanza un monólogo altamente catártico mientras los instrumentos ascienden junto a ella.
Puedo notar cierta influencia del rock alternativo en temas como Prisión de carne, con ese arpegio de toque onírico que recuerda a In Limbo de Radiohead, combinado con una batería jazzera y vientos bien acomodados, sin perderse en ningún momento. Por otro lado, hay pasajes de rock más pesado e intenso, como en Tumba, y otros más danzables, como Haz de mí, que fusiona bossa nova, post-rock y ligeros toques de salsa. Totalmente inesperado, pero funciona.
También 3 flores blancas presenta un sonido folk al propio estilo de Natalia Lafourcade: sencillo y calmado, un respiro antes de pasar a la última sección del álbum. Cáliz continúa con ese sonido progresivo, teatral y divertido.
Lo cierto es que muchos de los picos altos —y los mejores temas— están esparcidos a lo largo del disco. Dentro de su duración no hay momentos desperdiciados ni canciones que se sientan alargadas, y eso es complicado de lograr.
Un álbum que cuenta todo lo que quiere, que alcanza momentos espectaculares donde fluyen la emotividad, la sinceridad de la voz y la ingeniosidad de la letra sin caer en complejidades innecesarias. Un trabajo que deja un mensaje claro, que el propio nombre del disco ya se encarga de resumir: Deseo, Carne y Voluntad.
Deseo, carne y voluntad: luces y sombra
Por otro lado, los momentos más débiles del álbum se deben a la inconsistencia de los temas y el orden que se les dio desde Tierra maldita hacia el final. Salvo canciones como Cáliz, las demás se sienten menores y no logran del todo transmitir el propósito del disco. También el tema de transición que lleva el nombre del álbum se percibe perdido y descolocado en comparación con todo lo que se venía mostrando. Lo mismo ocurre con 3 flores blancas, que hubiera funcionado mejor como una transición al ser el tema más calmado y que serviría como respiro antes de pasar a otra sección del álbum.
Además, hay que mencionar que desde Tierra maldita, salvo un par de excepciones, las canciones se sienten monótonas, sin mucho esmero ni ánimo en comparación con el inicio y, ni qué decir, con el centro del disco, donde todo brilla y explota en creatividad. En esta última parte, en cambio, se percibe cierto cansancio: canciones sin giros ni sorpresas más allá de lo ya visto, siguiendo una fórmula en el remate donde el coro o la frase inicial vuelven a repetirse para cerrar. No hay soluciones ni propuestas llamativas o ingeniosas más que retomar la estructura de Ángel y reutilizarla, aunque aquí se desgasta más rápido. No son temas desastrosos —de hecho, son canciones hermosas—, pero llegan a sentirse algo aburridas y sin tanto encanto dentro de un conjunto que, desde un inicio, promete ser algo más.
Para cerrar, puedo notar por qué este disco ha sido tan mediático entre fans y oyentes en Latinoamérica. Todos los aspectos y detalles son una maravilla que suma y demuestra, una vez más, lo bien que se está trabajando y lo atentos que están los proyectos, especialmente en Chile y Argentina, a la música que se está haciendo hoy en día. La manera en la que Candelabro se desenvuelve e innova con este álbum, atravesando esta selva musical con ingenio, soltura y un jugueteo tan orgánico y divertido, encandila los sentidos y marca un estándar al que debería aspirar toda banda.
No se trata solo de la inspiración, sino de qué haces con ella y cuánto de tu personalidad logras imprimir. Creo firmemente que la idea central del disco ayudó mucho a direccionar la propuesta y evitar que fuera un simple popurrí de ideas: todo llega a ser muy armónico, especialmente en sus picos más altos. Sin duda, uno de los mejores discos en español que salió este año.
Temas preferidos: Pecado – Liebre – Prisión de carne – Ángel
Temas (no tan) preferidos: Deseo, carne y voluntad – José (créditos)



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