Selenco Vega: “Mi literatura revela esos monstruos que no le enseñaría a nadie”

Selenco Vega Jácome © Difusión

Entrevista realizada por Miguel Ángel Vallejo

Las obsesiones ayudan al narrador y poeta Selenco Vega. Luego de la presentación de su libro El japonés Fukuhara, primer lugar del Concurso Nacional de Cuento de la Asociación Peruano Japonesa en 2016, comenta sobre la autoficción, su manejo de finales abiertos, y cómo en sus escritos revela esos monstruos que no mostraría a nadie en la vida real.

A lo largo de su obra se repiten algunos elementos, como gatos o arañas. ¿Cómo marcan su literatura?
Uno no elige a sus obsesiones, ellas están ahí. De libro a libro se mantienen, variando poco a poco. Ahora tengo una con el muñeco Pluto que figura en mi relato El supermercado (de Parejas en el parque y otros cuentos), que ha reaparecido en una novela que estoy escribiendo ahora. Tal vez sea el fetiche de la felicidad, el juguete que siempre quise en mi infancia y no pude tener. Pero cada lector va a definir qué significa y qué valor tiene.

Para hablar de otro ejemplo recurrente, están las llaves. En el cuento El japonés Fukuhara, una llave revela la historia oculta del protagonista….
Eso fue un descubrimiento feliz, porque solo supe de su existencia en el desenlace del cuento. Para mí como espectador de la narración, la aparición de la llave fue una sorpresa, y me hice una pregunta: ¿ahora qué diablos hago con esta llave? Fue uno de los elementos que propició uno de los descubrimientos más importantes del texto.

Está asimismo el episodio terrible que le ocurre al narrador en Áncash, y recordé las historias terroríficas en esa región sobre el Ucchu Pedro que aparecen en sus poemas. ¿La llave abre también ese horror?
Una llave remite es un objeto que abre mundos. Y cuando una puerta está cerrada es porque se esconde cosas allí, por eso una llave es la solución del enigma: permite conocer los secretos, en ese mundo del caos que toda persona tiene. Como pensaba Poe, estoy convencido de que todos escondemos monstruos en el sótano de nuestro cuerpo. Cuando escribo puedo revelar esos monstruos que no mostraría a nadie en la vida real. Por eso creo en la literatura como un simulacro de conocimiento.

Sin embargo, en sus finales es como si no mostrara en su totalidad a esos monstruos.
Como narrador, conscientemente, decido que el relato, en tanto producto escrito, termine de manera abierta. Es el momento en que comienza el rol del lector. Por ejemplo, en el relato Los héroes, la mujer que sufre realmente existió, y el cuento termina sin que se diga el motivo de su vida pasada y su sufrimiento. Yo conozco su historia, pero no la voy a contar nunca. Es como si el lector fuera un voyeur, y el final del relato es el momento en que decido cerrar la puerta. Al lector le puede satisfacer o parecer un fraude, pero es algo completamente consciente. La aventura literaria es ir construyendo con los lectores ese hilo que los llevará desde el inicio hasta el final.

En el cuento El japonés Fukuhara, usted cuenta el episodio real de la muerte de su padre. ¿Cómo nace una historia de nipones en medio de este momento íntimo?
Fue tocar un momento muy difícil de mi vida. La muerte de mi padre me afectó de manera muy fuerte, teníamos una relación entrañable. Y resulta que se muere por un problema del corazón y me quedé sin capacidad de reacción. A diferencia de mi madre y mis hermanos, no pude procesar esa muerte, ni siquiera llorar. Esta suerte de dolor muy intenso que no se manifestó en lágrimas se hizo insoportable, y me di cuenta que de alguna manera tenía que llorar a mi padre: fue a través de la creación. Se fue anudando la historia de la muerte de mi papá con otra, la del comerciante japonés que casa a su hija con un empleado suyo peruano para evitar que le quiten sus propiedades, lo cual crea una serie de conflictos familiares. Esta historia del japonés Fukuhara es de mi padre de manera indirecta: mi papá era ferretero y muy cercano a la comunidad japonesa. Hay, desde luego, manipulación histórica en ella.

Y presenta asimismo episodios históricos, como la persecución a los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial y las torturas durante el gobierno de Alberto Fujimori…
Los momentos históricos son necesidades del relato. Antes de escribir un cuento, sé cómo empezará y cómo terminará. La aventura literaria es ir construyendo con los lectores ese hilo que los llevará desde el inicio hasta el final. Lo que va en el medio es un descubrimiento que se va haciendo en el camino.

¿Qué opina sobre la autoficción?
Como dice mi amigo Alonso Rabí: si uno quiere buscar el germen de la literatura iberoamericana de autoficción, puede ir al Lazarillo de Tormes. En el Perú, más recientemente, está La tía Julia y el escribidor, entre varias novelas de Vargas Llosa. Creo que se convierte en una moda a fines del siglo pasado y durante este. Lo malo de las modas es que comienza a hacerse uso y abuso de la ellas. Me gustaron los libros de Renato Cisneros y el de José Carlos Yrigoyen. Pero lo que me molesta de un escritor que se dedica con zapatos y todo a la autoficción es que se convence a sí mismo de que su vida es totalmente novelable, y eso es falso. Parte del trabajo como escritor es saber qué de tu vida emplear en una ficción y qué no.

¿Cuáles son sus próximos proyectos?
Tengo un libro de relatos esperando editor, una novela terminada, otra que espera el verano para ser iniciada, y un poemario que ya tiene tantos años que creo que ha envejecido.

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