La escultora boliviana Marina Núñez del Prado vivió más de veinte años en el Perú creando y amando la vida y el arte. Esos felices años los paso en una casona ubicada en medio del Olivar de San Isidro junto a su esposo el escritor peruano Jorge Falcón. Construida en el año 1926 por Luis Alayza y Paz Soldán, la casona de estilo neocolonial fue una de las primeras edificaciones en el bosque. Después de haber recorrido el mundo varias veces exponiendo sus obras en galerías de arte y centros culturales, Marina eligió El Olivar como residencia para vivir y trabajar en el taller que tenía en el segundo piso de la casona en frente a la biblioteca de su esposo. Todos los días se levantaba temprano y luego de desayunar subía a su estudio donde pasaba largas horas dibujando y esculpiendo sus maravillosas obras en materiales tan diversos como el granito, el alabastro, el ónix, entre otros.
Cada rincón de su casa contenía obras de arte que hablan de la propia esencia de su autora y de sus intereses. El jardín era una de los espacios más especiales para ella pues le permitía exponer sus esculturas de gran tamaño al aire libre para que todo el que pasara por ahí disfrutara de su arte. Por eso su deseo siempre fue que la casa y todas sus obras pudieran ser siempre apreciadas y la única manera era donando su obra a la fundación que lleva su nombre para ser exhibida permanentemente al público.