Violencia, rito y memoria: el arte como resistencia en la obra de Isabel Llaguno

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Desde el cuerpo, la memoria y la resistencia, la artista ecuatoriana Isabel Llaguno confronta los límites de la violencia, los mandatos sociales y los rituales que heredamos. En conversación con EnLima, Llaguno reflexiona sobre su instalación PAL, el taller “Me quiero casar” y su participación en la muestra colectiva “Diálogos desde el cuerpo”, que reúne a artistas de Perú, Ecuador y Chile en una apuesta por pensar el cuerpo como superficie política y afectiva. Esta muestra se encuentra en la exposición Manifiestos Femeninos en el Monumental Callao.

Isabel presentará el taller donde nos invita a repensar los mitos y mandantos inspirado en su video performance. Se realizará Monumental Callao este sábado 19 de abril a las 12 p.m., la invitación es para todo el público.

Entrevista realizada por Rodrigo Ahumada

La instalación PAL, presentada por Isabel Llaguno en la muestra "Diálogos desde el cuerpo", es una obra que recoge una memoria colectiva marcada por la violencia. El nombre de la pieza —acrónimo de Pedro Alonso López, asesino y violador serial que perpetró sus crímenes en Colombia, Ecuador y Perú— ya plantea una incomodidad desde el inicio. Cuando le pregunto cómo fue para ella transformar una historia tan brutal en una obra artística, no duda en reconocer la complejidad del proceso.

“Fue, sobre todo, un proceso de transformación”, dice Isabel, con la pausa de quien ha atravesado un camino difícil. La historia de PAL la llevó a remover no solo archivos históricos, sino también memorias íntimas: “Me enfrenté a mis propios traumas. Trabajo desde mi cuerpo, desde la experiencia de un cuerpo atravesado por la violencia. Me reconozco como víctima y sobreviviente de la violencia sexual infantil. Esta obra me permitió abrir ese espacio”.

Pero no se trata solo de revivir una herida personal, sino de proponer una ética de la exposición. Isabel aclara que su interés no está en representar el dolor de las víctimas, sino en evidenciar al victimario, en desplazar el foco hacia quien ejecuta la violencia. Aun así, la tensión se manifiesta en los materiales, nos explica que la obra está compuesta por pequeñas tizas con forma de torsos femeninos, frágiles y efímeros, que se destruyen con el uso. La tiza —elemento escolar, vinculado a la infancia y al aprendizaje— es resignificada en una acción performática que es, a la vez, creación y destrucción.

“Es contradictorio”, admite. Pero esa contradicción no es un obstáculo, sino el eje de la obra, que busca “levantar preguntas sobre este criminal y, también, cómo se predispone, de cierta manera, a las víctimas desde la educación y el juego. En este caso con la canción Arroz con leche, que es un juego que tiene un rol educativo, pero que nos enseña ciertas conductas de comportamiento hacia las mujeres.”

Algunas preguntas se quedan en medio de nuestro silencio, antes de continuar la conversación: ¿cómo se aprende la violencia? ¿qué juegos, canciones y ritos la normalizan desde la niñez? ¿cuánto de ese daño se perpetúa en el silencio? Con PAL, la artista no busca respuestas definitivas, sino activar preguntas urgentes.

El arte y la justicia

¿Cómo se vincula el arte con la justicia? Es una pregunta que le lanzo a Isabel como extensión natural de todo lo que venimos hablando. Ella la recibe con calidez, como si fuera una invitación a seguir escarbando en lo íntimo y lo estructural.

“Sí, yo creo que sí”, responde sin rodeos. Y enseguida amplía: no es solo PAL, sino muchas de sus obras las que abordan la violencia sexual infantil, una realidad persistente y brutal en nuestros países. “La justicia se nos niega o retrasa en la mayoría de veces”, dice Isabel. Esa afirmación, que podría sonar desoladora, está llena de verdad. Enumera los factores: el silencio aprendido, la vergüenza impuesta, la lentitud de los sistemas judiciales, la corrupción institucional. “Frente a esa estructura fallida, el arte se convierte en otra cosa: no en una justicia formal, pero sí en un espacio de denuncia, en una vía de expresión que puede ser profundamente terapéutica.”

Para Isabel, el gesto de hablar, compartir, visibilizar lo que tradicionalmente se ha ocultado, tiene un valor reparador. No repara los hechos, claro está, pero repara vínculos rotos con una misma, con otras personas, con la memoria colectiva. “Tal vez el arte no cambie el mundo —reflexiona—, pero sí puede generar preguntas y transformar pequeñas realidades”. Y ahí, en ese “tal vez”, se abre una posibilidad poderosa: el arte como espacio de sanación, como forma de justicia simbólica, como espejo para quienes han sufrido y han guardado silencio.

“Lo más hermoso que me ha pasado —agrega con emoción— es que personas se me acerquen a decirme: ‘gracias por tener la fuerza de decir esto, a mí también me pasó’”. En esas confesiones compartidas, en esas catarsis colectivas, hay una forma de justicia que los tribunales no siempre pueden ofrecer.

Cuestionar la tradición

Le planteo a Isabel lo siguiente: ¿qué sucede cuando una canción infantil como Arroz con leche se convierte en una pregunta que interpela? ¿Qué descubrió ella al hacerse esa pregunta?

“Descubrí que a veces no tomamos muy en cuenta cómo la cultura del juego evita acercarnos hacia los verdaderos objetivos educativos que están detrás”, responde. Y pone el foco en el verso “me quiero casar”, que en su performance se convierte en el punto de partida para cuestionar los roles de género que se imponen desde la infancia. “Utilizo Arroz con leche, que es una canción que enseña roles femeninos muy específicos: ser la mujer de la casa, estar al cuidado, consentir al hombre, estar siempre bajo el dominio de lo masculino, a su servicio y complacencia”.

La contundencia de su análisis no se queda en la anécdota musical: “Fue súper importante para mí descubrir cómo estas estrategias educativas están muy marcadas en las infancias, no solo en la música, sino en los juegos, en la televisión, en los cuentos. Son dispositivos educativos para la ciudadanía…pero lo que en verdad hacen es performar actitudes y actividades que se quedan en los cuerpos”.

Le pregunto en qué sentido este problema es más amplio. Me responde sin dudar: “Es un problema no solo de los dispositivos de educación, sino también de las paternidades, de las maternidades, de cómo nos crían. Es un problema también a nivel político: las políticas de cuidado, las políticas de aborto, entre otras cosas. Es muchísimo más amplio”.

Volvemos entonces a la idea del juego, no como algo inocente, sino como ritual de repetición, como pedagogía del cuerpo. ¿Qué pasa cuando se cuestiona este rito? ¿Qué gestos de resistencia emergen?

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Isabel lo tiene claro: “El principal gesto de resistencia es la furia, la violencia. En el video de la performance hay este gesto súper marcado al momento de escribir”. Ahí aparece una de las claves de su obra: el derecho a la rabia. “En este contexto de violencia sexual, la furia es algo legítimo e importante de reclamar. Pensar esa furia como lo que no se nos está permitido a las mujeres. A las mujeres no se nos permite socialmente expresar ira, expresar rabia, expresar frustración”.

Y en la performance, esa rabia se encarna: “Al decidir no cantar la canción, sino solamente escribirla, se entiende de otra manera. Es como quitarle la diversión al juego y revelarlo en lo más crudo posible”.

Diálogos desde el cuerpo

En esta nueva edición de "Diálogos desde el Cuerpo", confluyen artistas de distintos territorios. Le pregunto a Isabel qué sucede con su obra cuando se cruza con otros territorios, corporalidades y lenguajes.

“Es bien interesante eso”, me responde. “Porque sí, son distintos contextos, son distintas corporalidades, pero a la vez son las mismas”. Se detiene en su obra PAL para explicarlo. “Para mí es súper interesante que mi obra la he podido realizar tanto en Ecuador como en Colombia y ahora en Perú. Y a pesar de que son países distintos, países hermanos, países vecinos, tienen contextos muy diferentes. Pero a mí, más que las diferencias, me interesa lo común”.

Y lo común, dice, es dolorosamente concreto: “En este caso, y tristemente, lo común es Pedro Alonso López. Lo común es la violencia sexual infantil”. Para Isabel, allí hay una clave política: “Me interesa pensar mucho más esas cosas que son similares entre nosotros porque de esa manera se rompen fronteras y entendemos la problemática de una manera más amplia, fuera de lo nacional o fuera de lo local, para entenderlo a un nivel más global”.

Le pido que me hable de su cuerpo como archivo, como superficie política y creativa. ¿Qué papel juega en sus procesos artísticos?

Su respuesta es tan personal como lúcida: “Para mí el cuerpo es de donde empieza todo. Mi cuerpo como territorio, como memoria, un cuerpo atravesado por muchas cosas positivas y negativas, bonitas y dolorosas. Porque mi cuerpo está lleno de vestigios visibles: cortes, heridas, cicatrices. Pero a la vez hay cicatrices emocionales, psicológicas, que no podemos verlas. Hay que traducirlas de cierta manera, en un gesto, traducirlas a una obra para que estén presentes”.

Ese gesto de traducción, de materializar lo invisible, es central en su práctica: “En mi obra es esencial el cuerpo, sentir mi cuerpo y ponerlo en diálogo con los territorios del espacio y las personas. Creo que esa es la magia del performance, del arte que está ahí, que el cuerpo es también un espacio de vulnerabilidad total”.

Y esa vulnerabilidad, lejos de ser una fragilidad, es una potencia: “Como artista puedo poner mi vulnerabilidad corporal hacia un público completamente ajeno a mí. Y no mi cuerpo como objeto, sino como un cuerpo que acciona, un cuerpo que es capaz de hacer cosas por sí mismo. Que puede resistir desde la ira, desde el baile, desde distintas posiciones, generando un propio espacio seguro”. Continúa: “creo que el cuerpo, dentro del arte, muchas veces puede tener ese espacio seguro, otras veces no. Pero en el performance yo pongo mi cuerpo en vulnerabilidad bajo mis propias reglas. Y eso me da cierta autonomía también en el ejercicio de expresión artística”.

El taller “Me quiero casar”

En tu taller propones el uso de tizas con forma de cuerpo femenino. Su trazo es frágil, efímero, casi infantil, pero profundamente simbólico. ¿Qué te interesa explorar con esa fragilidad y temporalidad? Isabel me responde con una idea clave: la memoria. “Me interesa explorar también la memoria del público”, dice.

Este taller el uso de la tiza no es casual. “La idea es que el público pueda tener un vínculo con estas tizas que, como te decía, no son unas tizas comunes, sino que tienen forma de mujer. Y esto invita al público a evocar sensaciones, recuerdos, memorias”.

Es a partir de esas memorias donde se construye el gesto colectivo. “Con esas memorias vamos a hacer intervenciones en el espacio que complementen o reflexionen sobre el tema de la canción Arroz con leche, sobre esta vulnerabilidad del ser mujer. Entonces, la tiza es un instrumento educativo que es, a la vez, el propio cuerpo”.

Le pregunto si este taller está pensado exclusivamente para mujeres. Isabel aclara con firmeza: “No, a veces parece que es exclusivo para mujeres, pero nada que ver. Es un taller abierto para todos los cuerpos femeninos y feminizados, pero también para hombres que se sientan aludidos, que se sientan cercanos al tema”.

Reconoce que puede ser un tema complejo, pero insiste en que su obra, aunque aborda la violencia contra los cuerpos femeninos, no excluye. “También alude a los cuerpos masculinos, porque los cuerpos masculinos también son feminizados, también son violentados y vulnerados de distintas maneras”. Le importa, dice, generar vínculos sin dejar de establecer algo esencial: los límites del respeto. “Porque también son espacios de vulnerabilidad total en los que no puede ser admitida ninguna forma de violencia, ni masculina ni femenina”.

Le pregunto si alguna vez ha vivido una situación en la que ese espacio de respeto se haya vulnerado. “No, por suerte jamás he tenido esa experiencia. Ha habido personas que tal vez no entienden, que se sienten incómodas, pero en general he tenido una apertura súper linda del público”.

Cuenta que este proyecto nació en su proceso de maestría, y que en ese contexto algo muy significativo comenzó a suceder: “Mucha gente se abrió a contarme sus historias. A mí eso me pareció maravilloso. Que profesores, compañeros, compañeras, se acercaran a decirme: ‘Gracias por abordar este tema. A mí me pasó algo similar y nunca lo he dicho’”.

Y entonces, una idea potente aparece como conclusión: “Cuando pasa eso, ya para mí es súper importante. Porque hay personas que pueden llevar ese dolor, ese secreto, toda su vida, sin contarlo a nadie. Y cuando tienen la posibilidad, aunque sea de comentarlo con un extraño, es como quitarse un peso de encima. Es sentirse un poco más liviano, al menos. Aunque el dolor y el trauma sigan ahí”.

A modo de cierre, Isabel explica: “mi trabajo se ha venido convirtiendo en una exploración sobre los sistemas de violencia. Aquellos sistemas que recaen tanto sobre los cuerpos como los territorios. Territorios que también son feminizados y explotados como los cuerpos. A partir de esta exploración voy buscando gestos de resistencia y de cuidado. Porque la única forma de protegernos de esta vorágine de violencia capitalista y patriarcal es el cuidado, el cuidado colectivo, el cuidado que sostiene la vida."

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