Sebastián Zavala Kahn | 14.03.2017
Crítica cinematográfica por Sebastián Zavala Kahn
El problema más común con las películas biográficas —o los ‘biopics’— es que tratan de cubrir demasiado terreno en muy poco tiempo. Contar la vida entera de una celebridad o persona importante puede ayudar a desarrollar al personaje o a que uno entienda sus motivaciones y pensamientos, pero a la vez también puede resultar en una narrativa enredada o poco eficiente, en la que eventos importantes son cubiertos superficialmente, o a la apurada.
Si es que Jackie tiene algo que la diferencia de un ‘biopic’ común y corriente, es que se concentra en un evento en específico, y los efectos que tuvo en los involucrados: el asesinato de John F. Kennedy. Previsiblemente, la película se concentra en el punto de vista de Jackie Kennedy (Natalie Portman); cómo tuvo que lidiar con la muerte de su esposo, cómo tuvo que encargarse de proteger a sus hijos, de organizar su funeral y su entierro, de ver qué pasaría con su vida y la de su familia ahora que ya no sería una primera dama. Esto resulta en un producto final algo irregular, sí, pero más enfocado de lo que uno inicialmente esperaría.
La cinta está estructurada alrededor de una entrevista a Jackie (Portman), de parte de un periodista de Life llamado Theodore White (Billy Crudup). Mientras vemos la interacción entre estos dos personajes, la historia nos va contando, a través de flashbacks, la vida de Jackie como Primera Dama, tanto antes como después del asesinato de su esposo. Dicho evento es narrado como otro flashback durante una conversación que Jackie tiene con un cura (John Hurt, que en paz descanse) poco antes del entierro del ex presidente.
Mucho se ha dicho sobre el trabajo de Natalie Portman como Jackie, tanto así que fue nominada al Óscar a Mejor Actriz por este rol. Y aunque su actuación no es deficiente —su acento y entonación de voz son excelentes, tanto así que cuando la película entrelaza su trabajo con tomas reales de un documental, las diferencias de voz no se sienten—, nunca sentí que se convirtió en el personaje. Siempre veía a Portman en pantalla, imitando —con cierto éxito— a un personaje famoso, pero jamás llegando a retratarlo de manera profunda o emotiva.
Esto se debe, también, a que el guion realmente no presenta un estudio de Jackie como ser humano. Sí, la vemos reaccionando al asesinato de su esposo, limpiando la sangre que le cayó encima, tratando se sobrellevar el dolor, hablando sobre suicidio con su cura y haciendo su mejor esfuerzo por explicarle la situación a sus dos hijos pequeños. Pero no puedo evitar sentir que el filme se quedó en la superficie; es muy difícil identificarse con un personaje que se siente más un ícono que una persona de carne y hueso. El hecho de que Jackie sea presentada casi como una loca, por momentos —como cuando se prueba diferentes vestidos en la Casa Blanca, o cuando de pronto cambia de opinión (por segunda vez) sobre la manera en que será organizado el velatorio de JKF— ciertamente no ayuda.
La visión de Pablo Larraín
Para poder recrear un Estados Unidos de los años 60, el director chileno Pablo Larraín (No, El club, Neruda) combina escenas protagonizadas por sus actores con metraje de archivo. La película claramente tiene limitaciones de presupuesto, pero en general convence a la hora de presentar algunos de los momentos más icónicos de la vida pública de Jackie Kennedy, como el juramento de Lyndon B. Johnson dentro del avión presidencial, o el desfile realizado en DC en honor a JFK. Los valores de producción, desde los peinados de la época, hasta el vestuario, son aprovechados al máximo para sumergir al público en la década de 1960.
El estilo de Larraín es muy particular. Filmó la película en la proporción de pantalla 1.66 : 1 para que se sienta más de la época, y le otorga cierto grano, cierta textura a la imagen, también para contribuir a dicha verosimilitud. Hace un uso extenso de primeros planos del rostro de Portman; por momentos, su cara lo expresa todo, sin necesidad de diálogo expositivo o interacciones con otros personajes. Desafortunadamente, también se pierde un poco de su lenguaje corporal, especialmente en las escenas más dramáticas.
La edición le da una cualidad muy particular al filme; Larraín utiliza mucho las elipsis para crear sensaciones, para darle una cadencia a la película que es dependiente de las emociones y no tanto de la continuidad. Larraín no está interesado en hacer un filme rígido; rompe algunas reglas, e incluso utiliza una banda sonora que suena casi a película de terror, para tratar de hacernos sentir lo que Jackie está sintiendo, viendo todo desde su punto de vista. Son decisiones controvertidas que podrían molestar a algunos, pero que hacen de Jackie un ‘biopic’ único, muy estilizado.
Jackie contiene suficientes momentos de drama bien actuado, y presenta suficientes detalles poco conocidos sobre las consecuencias de la muerte de JFK, como para que no resulte aburrida. Las actuaciones son potentes —aparte de Portman, Billy Crudup hace un buen trabajo como White, y Peter Saarsgard interpreta a Bobby Kennedy de forma intensa (aunque le falla el acento)—, y el filme está dirigido con estilo. Simplemente me hubiese gustado un largometraje que ahonde más en Jackie Kennedy como ser humano; Jackie es una gran recreación de una época y un contexto muy importantes, pero nunca llegó a estimularme emocional o intelectualmente tanto como me hubiese gustado.
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