José Carlos Picón | 28.02.2025

En los últimos años van apareciendo con asiduidad algunos trabajos académicos, periodísticos, ensayísticos que engrosan la bibliografía en torno del rock y sus varias manifestaciones por nuestra región.
Escrito José Carlos Picón
El rock, veterano ya, acopla sus centros de influencia, trasformación y ruptura cultural, en sentido permanente por sondear profundamente el espíritu de diversas generaciones. El entendimiento de las distintas vetas y etapas del desarrollo performático social de este género de música popular ha puesto en valor el interés y, desde luego, los estudios metodológicos, procesos académicos, etnomusicológicos que dirigen la mirada a su ritmo agresivo y vital en laboratorios de estudios críticos y comparativos.
En ese sentido, comento cuatro imprescindibles publicaciones para relacionarse con prácticas rockeras de naturaleza diversa, desde el hardcore de mediados los ochenta, el metal en el altiplano sur andino y, en dos casos, la articulación del fenómeno en trabajos de especialistas que ejercitan prácticas múltiples y distintas.
Caos general y descontrol de la rabia
Permaneceremos hasta el final. Hardcore, Lima-Perú 1985-1989 (Altazor, 2023) es un acercamiento a la rabia, a la sublimación agresiva de la proyección del hombre. Carlos Torres Rotondo y Richard Nossar se avientan hacia una operación en la que el testimonio autobiográfico de una época representa una reivindicación de las emociones que prolongan su estatus en la rabia.
Entre crónica Rolling Stone, ensayo literario en clave rock, y testimonio operante en marcos historiográficos, los autores crean paradigmas desde la anécdota y los datos, convirtiéndose el discurso en la memoria de la vitalidad y la álgida juventud. Literariamente concebida su escritura, el tañido creativo nace de los relatos desde la vida cotidiana que trasciende, no obstante, la misma gravedad de la sencillez. Las páginas están acompañadas por fotografías de bandas, conciertos, así como un valioso material gráfico, que son como hallazgos que debemos agradecer.
La nota punk harcore, paralela y, hasta cierto punto, antagónica a la ola subterránea, es representante de la pluriculturalidad urbana. Más allá de la emoción, una consciencia de clase subyacente traslada a través de preocupaciones diferentes, emociones divergentes y propias, una lucha de sentidos endogámicos. No nos engañemos, es uno de los intentos más achorados de abordar una historia narrada e instalada en el proceso histórico.
Resalta, por ejemplo, una anécdota referida por los autores que vivieron en carne propia su momento, en la que “la situación era confrontacional”, puesto que Omiso líder de SdM gritaba desde el escenario de uno de los conciertos “somos cholos, somos cholos”. A su vez, Pedro Tóxico, de la misma banda sostiene que ante gente de zonas residenciales fueron agredidos, “nos escupieron y se pusieron a insultarnos”.
Permaneceremos hasta el final manifiesta la complejidad de una escena que estuvo conformada por una variopinta pluriculturalidad de agentes juveniles en abierta crítica al sistema imperante y sus instituciones. Esperemos que más trabajos como este sean realizados y visibles frente una conservadora presencia de los estudios culturales, así como las limitaciones de la antropología juvenil y contracultural.
El sur es metal
El escritor y periodista puneño Christian Reynoso sorprende con una sesuda investigación rockera titulada Levántate y pelea. Metal en Puno y el Sur peruano (1994-2004) (Altazor, 2024). El título, tomado de una canción de la banda metálica venezolana Gillman que impuso su puño de hierro allá por 1984, nos invita a iniciar el recorrido por las vicisitudes de las juventudes del sur andino involucradas con el heavy y otras tendencias del género.
Uno de los aportes valiosos de este trabajo, además de su impecable escritura, datos y análisis, es el material de registro físico y visual que Reynoso custodia y ha hecho del libro, un parangón con cualquier asedio en mundo sobre la música y la forma de vida de actores que van desde Black Sabbath, Judas Priest, Iron Maiden, pasando por Sepultura, Metallica o, más allá Morbid Angel, Death, Obituary, y un largo etcétera.
En su introducción, Christian revela la cada vez más numerosa bibliografía sobre el rock subterráneo y el metal peruano, no obstante, enfatiza, que estas experiencias tuvieron como denominador común y objeto de estudio a la capital, Lima, en contextos de violencia social y zozobra durante los que se produjeron bandas, conciertos, publicaciones y propuestas musicales.
“La falta de conocimiento o la falta de voluntad por integrar lo que pasaba fuera de Lima, es decir la periferia y la lejana periferia, han contribuido a que la historia del rock peruano hasta ese momento esté incompleta”. Lima era asumida como lo nacional a través de una concepción centralista y se soslayaban escenas muy productivas rescatadas aquí, sucesos de Arequipa, Tacna, Puno, Juliaca, Piura, Trujillo, Huaraz, Huancayo, Ayacucho, por citar algunas ciudades donde la forja del hierro acaparó mentes, emociones e ímpetus.
El libro opera metodología académica, investigación, uso de recursos y archivos, esfuerzos que busca identificar e interpretar los rasgos principales del inicio y la posterior conformación de la escena en la zona sur en general y en Puno, particularmente, apunta Reynoso.
Es así como nos encontramos por el itinerario de un grupo de experiencias que repasa a modo de dossier, las experiencias de ciudades del sur andino con sus respectivas bandas. Asimismo, la investigación de Reynoso nos muestra las lides participativas y de organización de los cuadros de este fenómeno poco conocido, sus conciertos, sus publicaciones, sus modos operandi, así como la difusión de sus convivencias, la naturaleza de sus integrantes que, apunta el autor, no eran pandilleros ni conformada por vagos o chicos problema.
De igual manera, se repasan los tópicos, las canciones y los subgéneros dentro del metal que fueron desarrolladas por los distintos tándems que existieron. Algunas hipótesis y debates son realizados en la medida que buscan responder sobre la naturaleza de un metal andino, sus posturas frente a la religión y el satanismo, entre otros temas.

Profecia - banda de Puno
Una etapa fuerte del libro es el capítulo consagrado a las bandas puneñas, a las que Reynoso conoce por experiencia propia ya que perteneció a la escena. El dossier con los distintos nombres y características de estos pequeños grupos humanos está, en el libro, documentado y detallado.
Imprescindible la valoración del esfuerzo por su autor de sistematizar su archivo de fanzines, flyers de conciertos y otras publicaciones que, cronológicamente, constituyen una herramienta capital para el estudio de próximas empresas en torno a las bandas y la escena. Esto se puede verificar en el amplio despliegue del apoyo gráfico, así como en la bibliografía. Muy acertada la aparición de Levántate y pelea.
Las tribus urbanas musicales
En Sube el volumen. Rock y Sociedad 1980-2019 (Octógono, 2024), asistimos a un conjunto de ensayos que abarcan el rock subterráneo, el circuito del distrito de El Agustino, la historia del punk melódico peruano, la cumbia rockera en Lima, y lo subterráneo y la profesionalización de la autogestión.
Los compiladores de los trabajos, Mauricio Flores y Ernesto Bernilla, sostienen que los cinco textos reunidos recorren los últimos cuarenta años de las escenas del rock en Lima. “Desde diversos enfoques distintos autores establecen un diálogo entre la música y nuestra historia reciente para preguntarse constantemente quiénes somos, cómo nos vinculamos, qué relación hay entre música, juventud e identidad y cómo podemos entender esta ciudad en donde lo único constante para ser es el movimiento, el pogo y el baile”.
Desde 6 Voltios (banda de hardcore punk melódico) hasta Los Mojarras, pasando por la cumbia de los setenta, Miki González, Leusemia y el hardcore punk, “este libro es una nueva manera de aproximarnos a nosotros mismos en un país donde la música nos ofrece la oportunidad de mirarnos al espejo con los parlantes encendidos”, apuntan.
Los subtes
En ese sentido, Fabiola Bazo hace un repaso del rock subterráneo en las Lima de los años ochenta, su forma de establecer deslinde con el circuito comercial del rock, las radios y las discográficas, puesto que para los subtes aquellos que comulgaban con estos espacios “eran unos imbéciles que salían en la televisión, la radio, en todas partes, y no pasaba nada”, en unas declaraciones de José Eduardo Matute, recogidas en el texto de Bazo.
En este acápite, la investigadora analiza y describe las distintas etapas del llamado rock subterráneo, en cada una de ellas primaba la identidad antagónica por la permanente denuncia hacia lo inauténtico, asociado con el sistema. Lo que no cabía es que esa concepción de la vida era poco respetada, era calificada de superficial o posero. Asimismo, realiza un recuento de los tópicos y actitudes de los grupos, su heterogeneidad social, la violencia política, la recesión económica, elementos que permearon el discurso de una inicial opresión individual del sistema a la denuncia colectiva y la radicalización, sostiene Bazo.
Rock en El Agustino
De otro lado, Mariano Vargas contextualiza histórica, social y políticamente la configuración del circuito rockero de El Agustino. Desde la aparición de la banda Los Monarcas en 1968, pasando por la producción del primer casete Sarita Colonia de Los Mojarras, la autogestión de los festivales de Rock Popular Agustiniano y, luego, el Agustirock.
En este caso, es importante enfatizar el entramado social y organizativo que imbuyó las principales iniciativas de movidas rockeras en el distrito. Vargas, luego de una intensa observación participativa, entrevistas y revisión de archivos articula la naturaleza sociológica de la sui generis vida de uno de los movimientos más emblemáticos del rock nacional. Traza los antecedentes que iniciaron la confección de una naciente localidad con necesidades y objetivos propios, así como señala las experiencias culturales de aquella zona gracias a la participación de diversos agentes, la población, autoridades, iglesia, organizaciones civiles y jóvenes entusiastas.
Colectivos y propuestas vinculadas a los imaginarios de izquierda, como por ejemplo La Familia Azul, fueron rotores de influencia para la formación de artistas e intelectuales de El Agustino, quienes, con irreverencia, ponían de manifiesto sus preocupaciones y antagonismos. Asimismo, el autor rescata con nombre propio a los gestores culturales que hicieron posible el desarrollo de una movida en ese amplio territorio del Perú emergente. La autogestión como política de sustento, la organización colectiva, diseñaron un modelo de gestión único y cercano al comunismo libertario.
El capítulo va cerrando con una amplia descripción y biografía de lo que fue El Agustirock entre 1990 y 1995. Así van mencionándose las motivaciones, características e infraestructuras que iban constituyéndose a la par que un espíritu de resistencia y complejidad también, al interior de esta gran movida.
Punk melódico peruano
Gerardo Silva por su parte, se centra en las experiencias de bandas como Asmereír, 6 Voltios, Diazepunk, Dalevuelta, Inyectores, Difonía, entre otras, que reinterpretaron el sonido del punk californiano. Para ello realizó entrevistas a miembros de esa escena. Esta nueva generación de jóvenes alternativos, bautizada despectivamente como “chikipunks”, rompía con los discursos instaurados por el rock subterráneo desde la dura realidad de un país azotada por la violencia y la guerra.
Silva comenta las divisiones entre misiopunks y pitupunks que, finalmente, terminaron con la idea de una escena influyente y sólida. Los segundos fueron quien encarnaron los valores de los actores protagonistas de este capítulo. Letras como las de G-3 se “centraron en el sé tu mismo y en una exploración más individual desde la cual reflexionar su crítica social”, refiere el autor.
De igual manera, aborda la historia de Asmerreír que inaugura de alguna manera lo que el punk melódico sería para la escena limeña. Un sonido directamente influenciado por bandas como NOFX, Rancid y Pennywise, música rápida, desaliñada, pero con melodía y lleno de positivismo con temas adolescentes, el uso recreativo de la marihuana, el surf, y la cultura skater. El punto geográfico de estos jóvenes se centró básicamente en Barranco, en locales como el Más Allá, el Florentino, pero que poco a poco incursionan en espacios del Centro de Lima representados también por el grupo Metamorphosis, Futuro Incierto y 6 Voltios.
A estas experiencias se sumarían las de Dalevuelta, Desorden, Diazepunk, Kaos y Desorden, entre otros, que imponían, incluso, nuevas formas de vestir, de comportarse, de socializar, el ritual del pogo y una ética particular.
Silva, en su crónica recuento añade que, tras el boom inicial del punk melódico, muchos jóvenes migraron a otras microescenas que empezaron a gestarse a partir del 2004 con sonidos novedosos y cogiéndose de elementos de la música independiente gringa, el ska, electro-pop y la cultura emo.
La cumbia en escena
Posteriormente, Flores y Bernilla, sostienen que entre el 2007 y el 2010 la cumbia va consolidándose como referente de fusión en escenas alternativas tanto en Barranco como el Centro de Lima con proyectos como Bareto y sus mezclas reggae jazz con cumbia amazónica y chicha, así como La Mente de sonido sound system que incorpora esos imaginarios sónicos.
Al poco tiempo nacen Olaya Sound System, La Inédita y Barrio Calavera, rock con esencia tropical. El consumo de la cultura popular urbana por las élites fue un proceso que caminaba paralelamente a la emergencia de los trabajos de los mencionados grupos.
En tanto la ola cumbiambera en el rock iba expandiéndose, los exégetas y puristas miraban hacia atrás y encontraban experimentos similares de fusión en El Polen, El Ayllu y Traffic Sound, bandas veteranas que convivieron con una explosión de cumbia peruana en Los Destellos, Manzanita y su conjunto, Juaneco y su Combo, Los Girasoles, Los Sanders de Ñaña, Los Mirlos, entre otros.

El Polen
Son interesantes las ideas del dueto de investigadores sobre la historia y el análisis de procesos político-culturales desde los años 60 que decantaron un poco el devenir de este tipo de convivencias híbridas. La fusión musical fue desarrollada como operación histórico musical y decantó actos pertenecientes a nichos multiculturales, riqueza que, en una plaza como la peruana permite la emulsión de distintos laboratorios que en la mayoría de los casos desembarcaron en buen puerto. De Los Shapis a Miki González, de Daniel F a Del Pueblo Del Barrio, así como la sonda asegura de las manifestaciones musicales de índole contestataria y folk en campos artísticos como la literatura (grupo Kloaka), conformaron el ingreso de nuevas iniciativas que emergían de los distintos planos de una ciudad tan dividida como Lima.
Autogestión y circuitos
El último capítulo del volumen, desarrollado por el antropólogo Kamilo Riveros recorre los cambios y continuidades en los circuitos musicales de Lima en el contexto de la masificación del rock subterráneo y la profesionalización de la autogestión. En tal sentido, nos invita a conocer una alternativa (anti) industria cultural del rock no comercial.
Vemos así los primeros asentamientos conceptuales de lo subte y la diversidad de manifestaciones y sonidos en su seno. Igualmente, nos muestra diversos canales de difusión en TV UHF, fanzines, y otras publicaciones, a través de los cuales aquella semilla fue dándose a conocer al incipiente público. No podían faltar los puntos de referencia en los que se desarrollaba todo tipo de actividad vinculada a las subculturas musicales: la venta e intercambio de material y productos vinculados al quehacer musical.
Finalmente, reseña la aparición de festivales, conciertos, actividades de todo tipo que buscaban la solidez de una escena.
Punk de todas las sangres
Para finalizar, en Punk Las Américas (Pesopluma, 2024) editado por Olga Rodríguez, Rodrigo Quijano y Shane Greene, son reunidos un conjunto de ensayos desde la idea del punk como una categoría con propiedades simultáneamente analíticas, experienciales y relacionales, ya que aquel puede usarse como punto de partida conceptual para abordar temas como sociedad, historia, poder, raza, género, entre otros. El punk, sostienen los editores, es relacional porque no es una única cosa ni definible sino muchas a la vez.
El lector encuentra en este volumen, diferentes formas de representación punk: ensayos escritos y visuales, comentarios cortos acerca de textos primordiales, transcripciones, testimonios y crónicas, documentación visual, entrevistas formales, reseñas de discos y películas, fragmentos de fanzines y volantes, extractos de poesía y novelas.
“Este volumen es un constante ir y venir entre la cultura popular (o subcultura) y la cultura oficial; entre la academia como sitio elitista de crítica social y la calle como sitio de consciencia social crítica, entre decir las cosas con buenas maneras y decir las cosas como chucha queramos”, señalan.
Así vamos desfilando frente a exploraciones del punk indígena desde la experiencia mapuche, la colonialidad y resistencia cultural punk en Alaska. Posteriormente, recorremos el plano de las representaciones visuales, el uso de imaginarios políticos contextualizados para resignificar discursos. Las letras de canciones de bandas reconocidas entre el sonido punkeke también son materia de discusión.
Son revisados conceptos como punk negro, la mirada femenina dentro del fenómeno, así como la cultura queer punk y el punk latino. En tanto las ideologías políticas o la no ideología alimentan debates que se aúnan al desarrollo de la cultura y utopía popular en el interior de subculturas punk, como en la revisión de la historia de los primeros representantes de este fenómeno en Brasil
Algunos otros tópicos trabajados aquí son el de mujer y violencia en la literatura punk, el antimovimiento del punk boricua, la colectividad y feminismo punk en México, el afro-punk, los ‘femzines’ de Colombia, así como, los punks y la guerra contra las drogas en México, el punk desobediente y activista de las postdictaduras, el punk cubano, etcétera.
Finalmente, ¡Punk Las Américas! incluye entrevistas y diálogos con varios actores de esta subcultura en todas partes de América. Toma en cuenta, además, la publicación de fotografías, material gráfico fanzines, manifiestos y otros productos culturales que nos dan una idea entre global y concreta de las distintas formas de vivir, pensar y gritar punk.
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