Alexandra Martens | 08.02.2018
Entrevista realizada por Alexandra Martens
Hay quienes no brindan concesiones a las mentiras piadosas: al fin y al cabo, aseguran, no dejan de ser una mentira. Sin embargo, a Henri Quispe decir algunas le trajo oportunidades imperdibles. Mientras trabajaba en una imprenta, en su natal Abancay, alguien le preguntó si podía hacer las gráficas para un tríptico. Sin saber nada sobre programas de diseño, aceptó. En su ignorancia, dice, pensó usar Excel para hacer el trabajo. Se demoró una semana en terminar. Quispe recuerda que aquel trabajo fue un “éxito rotundo” y que le pidieron que realice más. A partir de esa experiencia, Henri empezó a usar aquella táctica cuando viajó a Lima –a fines de 1999, a sus 17 años– en busca de nuevos retos y con el objetivo de capacitarse más. “Cuando tú dices que no sabes, de frente te dicen que no y no te toman. De cierta forma, tenía que demostrarlo y esforzarme para que eso sea cierto en el proceso y lo lograba, porque tenía todas las intenciones y me gustaba hacerlo”, dice.
Henri se define como un “artista autodidacta”. Es también adicto a la música, fotógrafo y emprendedor confeso. Cuando viajó a Lima pensó quedarse un año. Diecisiete años después, la capital peruana se ha convertido en su hogar. Luego de trabajar tres años en una imprenta limeña, decidió crear su propia empresa de diseño, al lado de su socia, quien, al mismo tiempo, también es su novia. “Ella aporta bastante en lo que son ventas; yo en lo que es creatividad: las ideas, todo eso yo lo desarrollo”, cuenta. Pero, desde siempre, Quispe tenía una espina que no podía sacarse: ¿Cómo podía generar un gran cambio en las personas? ¿Cómo podía aportar a la comunidad?
Tras comprar una espaciosa casa de dos pisos en Lince hacia el año 2012, la empresa que Henri Quispe había fundado junto a su novia seguía creciendo. En ese entonces, había decidido alquilar una parte de la vivienda que había adquirido. Tiempo después, tras el retiro de sus inquilinos, Quispe volvió a plantearse: ¿cuál era el siguiente paso? “Yo había pensado en un espacio donde la gente pueda reunirse para desarrollar arte y cultura, hacer un centro cultural”, recuerda. Fue un año el que se tomó para desarrollar El Paradero Cultural (Jr. León Velarde 982), un centro cultural innovador, donde la premisa principal es crecer en comunidad. Fue el propio Quispe el que desarrolló íntegramente el concepto. “No usé un plan para ejecutar esto, de hecho, busqué referencias, consejos, personas para que me ayudaran”, cuenta.
Fundado en noviembre de 2016, el espacio se ha consolidado como referente cultural dentro del distrito de Lince. La innovación y la autogestión han sido los principales retos, pero también las mayores satisfacciones.
Henri, ¿cómo defines a El Paradero Cultural?
Es un lugar de encuentro que tiene como enfoque el arte, la cultura, el fomento, la difusión, pero, al mismo tiempo, es un laboratorio de creación artística. La identidad de esto es ser un punto donde se puedan crear nuevas ideas, un punto donde podemos converger, discernir, donde podemos gestar cosas. Es un lugar donde podemos conversar para generar cambios en nuestra sociedad.
¿A qué cambios te refieres?
A la educación de los niños, porque creo que los niños son los que van a ver mejor por el futuro. Yo he notado que hay gente que está produciendo buenas cosas que tienen que ser difundidas, expuestas. Hay buenos trabajos, pero para que se logre su objetivo tenemos que trabajar bastante en la comunicación: cómo llegamos a ese público nuevo, cómo le hacemos entender que esto puede generar un gran cambio. Ese es el reto.
Una de las características de El Paradero es que es un proyecto autogestionado. Tras un año liderando el centro cultural, ¿cuál ha sido la mayor dificultad?
De hecho, no se ha ganado casi nada. Todavía está en desarrollo. Es un reto. De alguna forma, este año ha sido para experimentar todo esto. La gente nos ha conocido un poco, ya tenemos una agenda con ellos, cada uno siente la necesidad de aportar a estos espacios y eso es fundamental.
¿Cuál crees que ha sido el mayor aprendizaje que has obtenido en el proceso?
Lo bueno es que se ha formado un buen grupo de gente que ha desarrollado ideas, que se ha conectado, se ha encontrado, se ha sentido en un ambiente familiar, cómodo, se ha identificado con El Paradero. Estamos en el camino de formar un grupo consolidado. Yo creo que hay no tantas desventajas, pero sí debería haber un apoyo en la parte de la gestión pública, que la política exista para este tipo de cosas.
Quizá esta es la razón por la que no vemos tantos espacios para fomentar el arte y la cultura en nuestra ciudad.
Yo creo que también tiene que ser un compromiso de ambas partes: tanto el que desarrolla el proyecto como el aportante. No hay que esperar solo a las autoridades, sino estaríamos perdiendo el tiempo.
¿Qué nuevos objetivos se plantean para este nuevo año en el centro cultural?
Nuestro reto este 2018 es acercarnos a la gente de la zona. Si bien es cierto que El Paradero se ha hecho conocido por la gente que desarrolla y consume arte, todavía no ha llegado a ese nuevo público que es importante, especialmente a los niños. El objetivo último de este proyecto es el empoderamiento del conocimiento de los niños en el barrio. La cultura es un medio que genera cambios. Gracias al arte yo puedo tolerar la vida. Es fundamental para el ser humano, es una necesidad básica.
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