Viviana Gálvez Córdova | 22.01.2019
Escrito por Viviana Gálvez Córdova
Si visitas por primera vez una ciudad, una de las formas más genuinas de conocerla es a través de los lugareños. Pero si lo que quieres es redescubrir tu ciudad, nada más adecuado que conversar con los no lugareños que viven en ella. A propósito del aniversario de Lima, conversamos con cinco mujeres que llegaron a la capital peruana y sin planearlo la han convertido en su hogar. ¿Qué es lo que más les gusta?, ¿qué nos les gusta tanto? Esas son algunas preguntas que responden. Spoiler: la comida no es lo que más les encanta.
Mariana Libertad. 44 años. Caracas (Venezuela). Profesora e investigadora de Literatura: "Lo más divertido que me ha pasado fue escuchar a un cobrador preguntar: ‘¿alguien baja paradero prohibido?'"
Lo que más me gusta de Lima es su cercanía al mar. Me gusta, además, que sea una ciudad plana en la que se puede caminar mucho. La zona de Lima que más me gusta ‒el centro histórico‒ tiene una oferta cultural muy interesante (por ejemplo, La Casa de la Literatura Peruana, el MALI, el Museo de Arte Italiano, los conciertos en el Parque de la Exposición).
Lo que cambiaría radicalmente son tres cosas: la humedad (que me puede volver loca, sobre todo en invierno); la aridez de ciertas zonas; y el tráfico. Los habitantes de Lima perdemos un tiempo precioso yendo de un lugar a otro.
Lo más “loco” que hay en Lima son las combis. Me parece muy divertido, además, que las unidades paren en cualquier lugar o en paraderos que lleven nombres absurdos, inventados por los usuarios: "baja hospital”, “baja colegio”, “baja carrito de emoliente".
A veces, incluso, las personas piden bajarse en lugares que ya no existen. Más de una vez he escuchado que alguien dice, por ejemplo, "Farmacia baja" y luego alguien me explica que la farmacia que estaba en esa esquina tiene diez años de haber cerrado. Lo más divertido que me ha pasado fue escuchar a un cobrador preguntar: "¿alguien baja paradero prohibido?"
Como residente, lo primero que me sorprendió de Lima fue que era muchas ciudades en una. Es decir, cuando vine de turismo o a trabajar, solo me movía por dos o tres distritos. Una vez que me mudé para acá, descubrí que todo cambia de precio, color y hasta de sabor a partir de la cercanía o lejanía al mar. Me sorprendieron los contrastes de Lima y creo que también me enamoraron.
En principio, mi migración a Lima tuvo razones económicas. Había una crisis terrible en Venezuela y el sueldo de un profesor universitario no bastaba para cubrir las necesidades básicas de una familia. Vine con un contrato de trabajo de un año para tantear si era posible establecerme. Lo fue y ahora mismo tengo planes de permanecer un tiempo más.
Migré en el 2014 y, para entonces, ya había estado 16 veces en Perú. Sin embargo, creo que la Lima que conocí antes de vivir aquí es mucho más urbana que la que he ido conociendo desde hace cuatro años. Ahora descubrí que hay zonas muy hermosas, más tradicionales en la ciudad.
María José Clavijo. 42 años. Sevilla (España). Analista comercial: “Lima es una mezcla de caos maravillosamente orquestado”
De Lima, me encanta el contraste de sus colores. Lo veo sobre todo en los parques y jardines, donde las flores, por las especiales condiciones climáticas, crecen en abundancia con unos colores espectaculares. Alucino con la fauna, hay pájaros de todos los colores, aves rapaces, ardillas, etc.
Lo que no me gusta tanto es la forma de conducir. Me encanta caminar, y en Lima caminar por la calle es un deporte de riesgo.
Lo más “loco” de Lima son las combis. El tráfico es un caos y a pesar de ello, fluye. Es un milagro que no haya más accidentes diarios.
¿El día que llegué a Lima? ¡Como para olvidarme! Llegué con mi novio, seis maletas y dos perras. Estaba súper nerviosa porque mis perras llevaban muchas horas de viaje.
Llegamos de noche y lo primero que vi en la ciudad fue el Lima Golf Club en San Isidro (por fuera, claro). A la mañana siguiente me fui a pasear con mis perras; y recorriendo el Golf tuve la suerte de que me regalaran el primer “¡Quítate de en medio, huevona!”, porque molestaba a los corredores...
Vine a Lima porque a mi pareja le salió una oportunidad de negocio. Aunque vine sin trabajo, no tenía duda de que aquí encontraría mi sitio, profesionalmente hablando.
Llevo casi cinco años acá y me quedan mínimo otros 10 años más. Lima es ya nuestro hogar, así que no tenemos ningún problema con eso. Lima es una mezcla de caos maravillosamente orquestado. Creo que cuando vuelva a Sevilla me costará acostumbrarme al orden.
Manuela Zurita. 37 años. Patagonia (Argentina). Periodista. “Lo que más me llamó la atención de Lima fueron los temblores”
Lo que más me gusta de Lima es el mar, el malecón; el poder ver el mar como una gran pileta. Crecí a orillas del Atlántico, veía el amanecer en ese océano cada mañana cuando llegaba al colegio. Me gusta saber que ahora contemplo el Pacífico.
Lo que no me gusta tanto de Lima es la inseguridad; el ruido permanente (aunque esto depende mucho del barrio en el que vives); y, por supuesto, el tráfico.
Llegué a Lima el 21 de marzo del 2008. Vine en un bus de Ormeño. Traía un montón de cajas, porque me estaba mudando de Bolivia; y era la primera vez que pisaba Lima. Recuerdo que estaba en el nudo de la Vía Expresa y Javier Prado, al costado del edificio de Interbank, en el centro financiero de la ciudad. Lima me parecía enorme y moderna, en comparación a La Paz, donde había vivido un año.
Lo que más me llamó la atención de Lima fueron los temblores. La primera semana que estuve aquí hubo dos temblores de cinco grados en la escala de Richter. Yo no conocía lo que era un temblor. Me asusté muchísimo y me costó dormirme por más de una semana.
Vine a Lima por mi pareja de ese entonces, quien había conseguido un contrato de trabajo acá. Si bien había vivido en diferentes ciudades en el mundo, jamás imaginé que Lima sería la ciudad donde viviría más tiempo fuera de mi país.
Estando en Lima empecé a escribir para diversos medios como periodista freelance y al mismo tiempo daba clases de español a extranjeros. En ese momento no tenía claro si quería quedarme a vivir en Lima o Perú, pero tampoco me hacía muchas preguntas al respecto. Pasó el tiempo; me especialicé en periodismo de agricultura; hice amigos; tuve a mi hijo y eché raíces.
En estos 10 años he podido conocer Perú, sus valles, el campo; y me he enamorado de sus paisajes, su diversidad y abundancia de aromas y sabores, y multiculturalidad y misticismo. Me siento muy agradecida con esta tierra.
Margot Huayllapuma, 40 años. Cusco (Perú). Trabajadora del hogar: “Yo había escuchado de Lima desde pequeña”
Lo que más me gusta de Lima es la educación, que es mejor que la que puedes encontrar en provincia; y que no hay tanta violencia en las familias, en comparación con las provincias. Acá los papás juegan con sus hijos; los papás y mamás comparten las tareas del hogar, conversan; no pelean todo el tiempo.
Lo que no me gusta de Lima es la delincuencia. Vivo día a día con la angustia de que algo le puede pasar a mi hijo o a mi esposo. Eso me da miedo, terror. Siempre veo en las noticias que jovencitos son asaltados o los han matado.
Llegué a Lima el 9 de enero de 1998. Yo tenía 19 años y vine con mi hijo de cinco meses en brazos. Ya había estado en Lima antes y conocía a una familia. Lo que sentía en ese momento eran nervios de que los niños a quienes había cuidado antes no me reconocieran; y un poco de vergüenza, porque regresaba con un hijo. Pero todo eso se terminó cuando llegué a la casa donde iba a trabajar: los niños me reconocieron y la señora me recibió con los brazos abiertos, a mí y a mi hijo.
Yo había escuchado de Lima desde pequeña, porque la hermana de mi mamá vivía aquí. Siempre que veíamos pasar el avión allá en Cusco jugábamos diciendo: “¡Ahí viene la tía de Lima!”, y gritábamos: “¡Hola, tía!, ¡hola, tía!”, saludando al avión. Me habían contado que en Lima había carros, parques y plazas bonitas. Eso me ilusionaba y me ponía a pensar en Lima: “¿será grande?, ¿hay cosas bonitas?”. Cuando llegué aquí, la ciudad era mucho más grande, mucho más bonita. Me encantó llegar a Lima y ver la unión familiar. Sentí que estaba llegando a un sueño, porque esa violencia que yo veía allá en Cusco en general no existía aquí. Aquí no se le pegaba a los niños para corregirlos; y ese machismo que yo veía en mi casa, acá tampoco existía. Era un mundo radicalmente diferente.
Venir a Lima era una oportunidad para que mi hijo tenga una educación moral ‒no quería que estuviera en un entorno machista‒ y académica ‒que accediera a estudios superiores‒. Por eso, busqué un hogar que tuviera valores y donde mi hijo pudiera crecer con bastante cariño. Gracias a Dios, lo logré. Mi hijo tiene ahora casi 22 años y ya terminó la carrera técnica en Senati y acaba de empezar la universidad en la UPC.
Yo sí añoro regresar a Cusco, porque allá hay paz y aire limpio. Lima está muy contaminada. Lima es super desarrollada comparada con provincia, pero nosotros, la gente que vivimos acá, hacemos que Lima sea una ciudad fea. Por ejemplo, no sabemos cuidar las playas, contaminamos demasiado el mar; y enseñamos a nuestros hijos a no recoger la basura. Eso pasa también en los parques de Miraflores: la gente sale con sus perros pero no recogen los desperdicios que estos dejan; y los niños tampoco botan la basura en los basureros. Eso es lo que le falta a Lima: comunicación en casa. A veces nos parece fea Lima, pero para que sea bonita es necesario que empecemos por nosotros mismos.
Jamie McTavish. 32 años. Ciudad de Nueva York (EEUU). Responsabilidad social de empresas: “Siento que hay un caos productivo que ayuda a que todos podamos fluir en nuestro día a día”
Lo que más me gusta de Lima es su ubicación geográfica, que te permite conocer diferentes ciudades de forma fácil. Por ejemplo, si quieres ir manejando tienes a Paracas súper cerca; y Cusco está a una hora y 20 en avión. Entonces, no siempre tienes el mismo plan.
Lo que no me gusta tanto es la falta de transporte público y el tráfico. Pero trato de darle la vuelta a eso y camino más o voy en bicicleta.
La primera vez que me mudé a Lima fue en el 2000. Vinimos por el trabajo de mi papá. Me quedé cuatro años para acabar la secundaria. Llegamos de noche y mientras veníamos del aeropuerto y atravesábamos El Callao, me llamó mucho la atención la cantidad de casinos que había. En aquella ocasión, lo único que había escuchado de Lima era que en Perú estaba Machu Picchu. Luego conocí la Huaca Pucllana en San Isidro, por un tour nocturno que hicimos, y me pareció muy chévere tener la historia mezclada con la ciudad moderna.
Hace cinco años decidí mudarme a Lima por una oferta de trabajo en el sector de Educación.
Lima ha cambiado mucho desde la primera vez que vine, allá por el año 2000. Ahora Lima es más rica, en el sentido que busca integrar a la gente con la ciudad. La primera vez que vine, uno andaba en su carro por todas partes y no buscaba estar afuera, en los parques, en las calles, etc. Hoy, por ejemplo hay varias ecoferias, gente corriendo en multitudes por el malecón; se cierra la avenida Arequipa los domingos para dar prioridad a las personas. Todo eso se me hace más familiar, como estar en casa.
En junio próximo cumplo seis años viviendo en Lima. El plan original era quedarme al menos un año para probar si me gustaba. Pero una vez aquí, me casé y tuve a mi hijo. Para mí es importante que mi hijo entienda lo que significa ser peruano y estadounidense. Para ello, quiero que crezca en Lima donde tenemos acceso a la cultura que a su vez es rica y compleja. Nos quedamos aquí por él y porque trabajo en algo que me apasiona y que me deja tener un impacto.
Lo que no cambiaría de Lima es su energía: siento que hay un caos productivo que ayuda a que todos podamos fluir en nuestro día a día.
Sin embargo, creo que en Lima es difícil ser mamá trabajadora, en el trabajo que tengas. Entonces, pondría más herramientas a la disposición de ellas y cambios en la cultura de oficinas (o trabajo), para que sea más fácil ser mamá y, a la vez, manejar tu carrera profesional. Ser mamá es increíble y debemos poder tener lo que necesitamos para disfrutarlo, particularmente durante los primeros tres años.
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