Borges, un amor que no fue

Borges junto a Estela Canto

Escrito por Martín Carrasco

Hace algunos meses, en marzo del año pasado para ser más precisos, atormenté a mis alumnos con una pregunta sobre la cual debían reflexionar para un ensayo. ¿Puede el amor de uno solo alcanzar para una relación de dos?

El curso tenía el propósito reflexionar sobre las representaciones del amor en la literatura. La pregunta no era invención mía, la saqué del escritor argentino Martín Kohan, planteada en la reseña que hizo sobre esa curiosa y bella novela Si, del también argentino Aníbal Jarkowski y editado por Bajo la luna; una editorial arriesgada, en cuya página web se autoproclama como el “fracaso comercial más duradero de la industria editorial argentina”, lo que demuestra su inclinación por una literatura comprometida. Comprometida no en el sentido sartreano de la palabra, sino en el artístico o literario. Una literatura que arriesga por sí misma y no por el éxito económico.

Sólo así se explica la aparición de esta novela que retrata lo que pudo haber sido la relación “amorosa” entre Borges y Estela Canto. Esa relación que sólo conoció el amor de uno de sus participantes, el de Borges.

Ya tenía cierto conocimiento sobre esa relación, lo había leído de paso en una extensa biografía que le dedica Alejandro Vaccaro en Borges, vida y literatura. En ella se menciona aspectos claves sobre lo que significó la presencia de Estela Canto en la vida del autor de Aleph. Sin embargo, no había prestado atención a ciertos detalles que luego no pude abandonar. Comenta Kohan en su reseña: “A Estela Canto la sorprendió que un día, en la redacción del diario La Nación, Eduardo Mallea se refiriera a ella como la ‘novia’ de Borges. Ella no sabía que lo era, no consideraba serlo. Pero, evidentemente, para Borges sí. Y en cierto modo, con eso bastaba: Canto no lo desmintió a Mallea ni le pidió aclaraciones a Borges.”

La memoria, uno de los temas predilectos de Borges, quiso que pasara por alto aquellos detalles sobre la vida de Estela Canto en Borges, pero en la reseña de Kohan fueron cruciales para que comprara inmediatamente ese libro y me dedicara a leerlo de un tirón en una playa del sur de Lima.

Necesitaba saber cómo había sido ese romance, cómo se había construido ese diálogo entre lo que fue y lo que pudo haber sido. La novela me conmovió, hacía poco que había regresado de Buenos Aires, así que podía reconocer las calles, el parque Lezama, la plaza San Martín, el barrio del Once, la Recoleta, la avenida Florida o la esquina entre Santa Fe y Ecuador donde vivieron Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares. Mi imaginación voló, por supuesto, y necesitaba más.

Ni bien acabé la novela empecé a indagar sobre el libro que la propia Canto había escrito sobre él y su relación. Ya Ricardo Piglia había celebrado ese estudio, así como el propio Vaccaro.

Se trata de Borges a contraluz. Un libro entre la biografía, el testimonio o memorias, así como el ensayo literario. Aquí se reafirma lo que el propio Borges había dicho sobre sí mismo en una entrevista con Joaquín Soler Serrano: que era una persona sentimental.

Canto se encarga de dejarnos eso en claro, desmitificando el aura cerebral, matemática y fría de su personalidad. ¿Quién podía saberlo mejor que ella? Ella, a quien le dedicó el Aleph, a quien le propuso matrimonio y le escribió sufridas cartas de amor. Ella, por quien Borges aceptó ir al psicoanalista para vencer sus temores y estar con ella. Ella, quien nunca pudo amarlo, pero se dejó amar.

Escribo esto porque, como entenderán, ando seducido por el universo de Borges, pero más precisamente por esa relación amorosa que nunca pudo ser, pero que fue a su modo. Una manera de amar que ha sido también la manera de amar de muchos: el fracaso de lo no correspondido. Ese amor que destruye y que a su vez es el origen de la vida creativa. La literatura está llena de relaciones amorosas imperfectas o improbables. Tal es el caso que le tocó a Juan Ramón Jiménez y Georgina Hübner, ese personaje inventado por el poeta y diplomático peruano José Gálvez Barrenechea para poder conseguir los libros del autor de Platero y yo que escasamente circulaban en Lima.

La historia es bien conocida, le envió una carta haciéndose pasar por esa mujer inventada a medias (existía en la vida real, pero no en la forma epistolar que sería invención de Gálvez y Carlos Rodríguez Hübner) y atrajo la atención del poeta hasta que quiso conocerla y las cosas se complicaron. Los peruanos, así como la inventaron en vida, inventaron también su muerte. Poco después el poeta se enteraría la verdad y, aunque molesto al inicio, escribiría en su autobiografía que “sea como sea yo he amado a Georgina Hübner, ella llenó una época vacía mía, y para mí ha existido tanto como si hubiera existido. Gracias, pues, a quien la inventara”.

En el caso de Borges, Estela Canto era real, su amor por ella era real, lo único que no lo fue era su noviazgo con ella. Aunque, a su manera, esto también fue real.

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