'La Hora Azul', de Evelyne Pegot-Ogier

'La Hora Azul' es una adaptación de la novela homónima de Alonso Cueto | © Difusión

Crítica cinematográfica por Sebastián Zavala Kahn

Es difícil evitar comparaciones entre Magallanes, filme de Tondero estrenado el año pasado y dirigido por Salvador del Solar, y La Hora Azul, de Evelyne Pegot-Ogier. Después de todo, ambas producciones están basadas en obras del gran escritor nacional Alonso Cueto —en el cuento corto La Pasajera, y en la novela La Hora Azul, respectivamente—. A pesar de que La Hora Azul fue grabada primero, ha sido la última en estrenarse —se supone, debido a problemas de distribución, lo cual no debería ser una sorpresa, ya que no ha recibido el apoyo de productoras grandes como Tondero—, lo cual ha jugado en su contra.

Sin embargo, incluso si Magallanes se hubiese estrenado después, no había manera de que La Hora Azul terminase siendo “la ganadora”. Me apena decir que se trata, no solo de un producto inferior, sino también de una cinta legítimamente pobre; tiesamente actuada, emocionalmente inerte, y narrativamente aburrida. Considerando que ambos textos originales de Cueto son de por sí bastante parecidos a nivel argumental, no es ninguna sorpresa que también sus adaptaciones cinematográficas tengan similitudes, tanto en personajes como en la historia, pero si Magallanes termina victoriosa es porque tiene mejores actuaciones, mejor desarrollo de trama y mayor impacto emocional.

La trama resultará familiar si es que, como muchos cinéfilos nacionales, fueron a ver Magallanes al cine el año pasado. Un desperdiciado Giovanni Ciccia interpreta al abogado Adrián Ormache, quien tras la muerte de su madre, decide iniciar la búsqueda de la verdad en relación a su padre, un ex militar que estuvo en Ayacucho durante el enfrentamiento entre las fuerzas armadas y los grupos terroristas en la década de 1980. En pocas palabras, lo que Adrián busca es encontrar los secretos que su padre estuvo escondiendo por muchos años, lo cuales involucran a una joven ayacuchana (Jackelyne Vásquez) que ahora vive en Lima, a su tío (Reynaldo Arenas) y a una señora chantajista (Haydeé Cáceres).
 

A diferencia de muchos, jamás consideré que Magallanes fuese una obra maestra, pero definitivamente fui capaz de apreciar lo que Salvador del Solar hizo con la historia de Cueto. Se nota que fue un proyecto de pasión para él; le dedicó muchos años de su vida, muchos de los cuáles se pasó arreglando el guion, cambiándolo, moldeándolo, entendiendo que, al ser el cine un medio diferente a la literatura, muchos aspectos de la historia tenían que ser modificados para que funcionen mejor en la pantalla grande. Esto dio como resultado un producto final irregular, pero emocionalmente poderoso, nivel al que La Hora Azul ni siquiera es capaz de acercarse.

Consideren, si no, la famosa escena en donde Harvey Magallanes (Damián Alcázar) confronta a Celina (Magaly Solier) en su peluquería. Es una escena muy emotiva, fuerte, impecable en sus actuaciones, una suerte de clímax emocional tanto para el público como para la película en sí, que se ha preparado a lo largo de noventa minutos. Dicho encuentro en La Hora Azul, por otra parte, es fallido y no logra tocar ninguna fibra sensible en el espectador.

Porque si hay un problema con La Hora Azul, está relacionado con las emociones. Ningún personaje parece reaccionar como un ser humano de carne y hueso; Giovanni Ciccia se la pasa serio y calmado la mayor parte del tiempo, incapaz de demostrar algún tipo de sensación que lo haga salir de su neutralidad absoluta (siendo la escena en donde insulta al personaje de Haydeé Cáceres la excepción a la regla). La esposa de Adrián, interpretada por Rossana Fernández-Maldonado, es la mujer más comprensiva del mundo, tanto así que parece estar más interesada en la trama del filme que en el estado de su relación con su marido —hasta que, de repente, cambia de parecer—. Esto es algo desconcertante.

Pero el personaje más problemático definitivamente es Miriam, interpretada por Jackelyn Vásquez; la manera en que el personaje está escrito es totalmente inverosímil. Se entiende que, a diferencia de Magallanes, el foco de La Hora Azul esté más en la relación entre Miriam y Adrián, pero la manera en que esta se da es artificial y forzada; no hay aparentemente razón alguna por la que Miriam debería sentirse atraída u obligada a hablar con Adrián, y sin embargo lo hace. Considerando su historia pasada, relacionada tanto al padre de Adrián como a sus amigos militares, resulta poco honesto que termine siendo tan cercana a nuestro protagonista. La Hora Azul no solo carece de sutileza a la hora de contar su historia, sino también de realismo, de urgencia.

Porque, a diferencia de Harvey Magallanes, Adrián no tenía razón alguna para meterse en este embrollo. De hecho, si no hacía nada, probablemente las cosas hubiesen seguido igual, lo cual le quita cualquier sentido de urgencia a la trama —no hay apuro, no hay tensión, no hay conflicto—. Adrián hace las cosas a su propio ritmo porque puede, lo cual resulta en una narrativa aburrida, de manera más acentuada durante el último tercio de metraje. Esto tal vez funciona mejor en un medio como la novela, en donde el autor puede analizar más a detalle los pensamientos y sentimientos de sus personajes, en donde puede describir mejor su historia previa y las escenas que están viviendo. Pero no ocurre así en el cine.
 

A nivel técnico la película está más lograda. La dirección de fotografía de Roberto Maceda, quien va mejorando con cada largometraje en el que participa, aprovecha muy bien la naturalidad de los exteriores —las escenas que se llevan a cabo al borde del mar, por ejemplo, transmiten mucho a través del contraluz, de las siluetas— y la frialdad de los interiores. Previsiblemente, el filme utiliza mucho el color azul, pero jamás abusa de este. La manera en que Pegot-Ogier utiliza su cámara es efectiva, haciendo uso tanto de cámaras en mano (para las escenas más importantes a nivel narrativo) como de planos más estáticos.

La Hora Azul es una cinta decepcionante, un filme que toma una fuente de inspiración poderosa y muy emotiva, y la convierte en algo plano, frío. Es atractiva a nivel visual, sí, y la banda sonora de Antonio Gervasoni es acertada, pero el talentoso reparto (desde un aburrido Giovanni Ciccia hasta un desaprovechado Reynaldo Arenas) parece estar inseguro de cómo interpretar la historia, y el filme jamás llega a extraerle algún tipo de reacción emocional a su público (de hecho, en la función a la que fui, un par de personas se fueron de la sala de cine).

Lo que más podría llegar a ofender al espectador, sin embargo, es el final totalmente abrupto e inmerecido, una conclusión insatisfactoria para una película insatisfactoria.

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